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Pamplona fue la llave del final de la Guerra de la Independencia en 1813
DN JAVIER IBORRA. PAMPLONA 29/08/2013
Wellington at Sorauren (Wellington en Sorauren), cuadro de Thomas Jones Barker. Wikimedia Commons
El 31 de agosto de 1813, las imponentes
murallas de Pamplona, convertidas en una
fortificación temida y admirada a partes iguales tras las
mejoras y ampliaciones diseñadas por el ingeniero Prosper van
Verboom un siglo antes, separaban, de un lado, a la
guarnición francesa al mando de Louis Pierre Jean Aphrodise Cassan -más
de 3.000 hombres y 80 piezas de artillería pesada- y, del otro,
al ejército sitiador español de Enrique José O'Donnell -entre
10.000 y 14.000 hombres-.
Durante los últimos 67 días, ambos contendientes se habían
visto las caras en un asedio incruento, en el que los españoles,
prudentes ante la fama de inexpugnabilidad del recinto pamplonés,
esperaban rendir a los franceses por hambre.
La ciudad fortificada de Pamplona había sido durante siglos
un enclave estratégico fundamental en
la vía de comunicación entre España y Francia. Sin embargo, la
apresurada retirada francesa -con el rey José I a la cabeza- tras
la derrota en la batalla de Vitoria (21
de junio), había dejado la plaza prácticamente abandonada a su
suerte.
El emperador Napoleón Bonaparte, furioso
por lo que consideraba ineptud de sus generales, había
destituido a su hermano José y al mariscal Jourdan, y
encomendado al antiguo comandante de la Armée du Midi, el
mariscal Nicolas Jean de Dieu Soult, la
tarea de reorganizar las fuerzas imperiales, frenar el avance de
los aliados ingleses, portugueses y británicos y liberar las
asediadas plazas de San Sebastián y Pamplona.
El mariscal Soult, al mando de 80.000 hombres, se lanzó a la
ofensiva el 25 de julio de 1813, en una acción bélica que
ha pasado a la historia con el nombre genérico de batalla de los
Pirineos, pero que incluye las batallas de Maya,
Roncesvalles, Lizaso y la decisiva de Sorauren,
todas ellas disputadas en suelo navarro.
Para frenar a las tropas de Soult, Lord Wellington, Generalísimo
de los ejércitos españoles y comandante en jefe de las fuerzas
británicas en la Península Ibérica, contaba con 60.000 hombres,
dispersos entre los principales pasos pirenaicos navarros.
Soult, un mariscal de excelente valía, había reorganizado los
efectivos franceses en tiempo récord, dividiéndolos en cuatro
cuerpos de ejército de tres divisiones cada uno. Dirigió dos de
los cuerpos al paso de Roncesvalles, donde le cortaba el paso la Cuarta
División Británica, el tercero lo mandó al paso de
Maya (Otxondo) para enfrentarse con la Segunda
División Británica y dejó el cuarto en San Juan
de Luz como reserva.
Los dos enfrentamientos en Roncesvalles y Maya se saldaron con
victorias francesas el mismo día 25 y los ingleses se replegaron
hacia el interior de Navarra. Un regimiento trató de frenar el
avance francés en Orbaizeta, para defender
la fábrica de armas, pero en vano. Y los dos cuerpos de
ejército que bajaban desde Roncesvalles, al mando de Reille y
Clausel, alcanzaron el día 27 los montes entre Ostiz y Zubiri,
amenazando ya Pamplona.
La guarnición francesa sitiada en la capital realizó entonces
una salida desde el Portal Nuevo. Wellington vivió entonces sus
momentos más críticos. Corría el peligro de verse cogido
entre dos fuegos, lo que podría desencadenar en la
desbandada de su ejército. Y si finalmente los franceses liberaban
Pamplona, el flanco derecho del avance aliado quedaría expuesto
y, con toda seguridad, el asedio a San Sebastián debería ser
levantado para comenzar un repliegue en dirección a Vitoria.
Sin embargo, las tropas de Cassan fracasaron
en su intento. No consiguieron romper el cerco y contactar con
sus compatriotas, lo que dio aire a los aliados. Y Soult decidió
posponer el ataque hasta el día siguiente, a pesar de que
contaba con amplia superioridad numérica.
A la desesperada, el día 28, Wellington logró reagrupar a
sus tropas. Además, recibió una primera tanda de refuerzos con
los que pudo establecer una poderosa línea defensiva entre Oricain
y Zabaldica. Y allí plantó cara a los franceses
en uno de los choques de la 'Guerra Peninsular' más recordados y
recreados fuera de nuestras fronteras: la ya mencionada batalla
de Sorauren.
Cuando las tropas de Soult se lanzaron al ataque, rebasado
Sorauren, se toparon con una durísima e inesperada defensa, que
frenó en seco su avance. Los combates fueron especialmente
crudos, hasta que a mediodía aparecieron en el campo de batalla
nuevos refuerzos ingleses: la Sexta División.
Wellington la envió de inmediato contra el flanco derecho
francés, lo que puso en peligro todo el frente de los atacantes.
Soult, con más de 4.000 bajas entre sus hombres, ordenó la
retirada hacia el norte. En un primer momento, trató de
dirigirse hacia San Sebastián, para socorrer a la guarnición de
aquella ciudad, pero Wellington se percató de la maniobra y le
cortó el paso cerca de Marcaláin.
Así, los franceses tuvieron que regresar por donde habían
venido, en una costosa retirada que se completó el 2 de agosto,
dejando atrás 10.000 hombres entre muertos, heridos y
prisioneros. El destino de la guarnición
napoleónica de Pamplona, abadonada a su suerte, estaba
sellado. No obstante, Cassan y sus hombres aguantaron
obstinadamente, llegando a alimentarse de ratas y perros. Incluso
el comandante pensó en volar la Ciudadela antes de
rendirse, pero Wellington amenazó con ejecutarle a él,
a sus oficiales y a una décima parte de los soldados si
lo hacía. Cassan desistió de su idea y, finalmente, capituló
el 31 de octubre de 2013, poniendo fin al protagonismo
de Navarra en la Guerra de Independencia.
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Pamplona recreará el bicentenario del sitio y capitulación de la ciudad
DN JAVIER IBORRA. PAMPLONA 29/08/2013
3.000 franceses defendían su conquista de 1808.
Al otro lado, las tropas españolas, más de 10.000 hombres
comandados por el general Enrique José O'Donnell,
mantenían un riguroso cerco esperando rendir a la guarnición
por hambre.
Un mes antes, el último intento francés de socorrer la
estratégica plaza había fracasado. El ejército enviado por Napoleón
con ese propósito había sido derrotado 'in extremis'
en la batalla de Sorauren por las tropas españolas, portuguesas e inglesas de Lord
Wellington y, con un alto número de bajas, había
regresado al otro lado de los Pirineos. Desde entonces, la
suerte de los franceses en Pamplona estaba echada, aunque no
capitularon hasta el 31 de octubre de 1813.
San Sebastián, sitiada por
ingleses y portugueses, no corrió la misma suerte. El 31 de
agosto de 1813, tras casi dos meses de asedio, un batallón de
los Royal Scots consiguió introducirse a través de una brecha
de las murallas, sentenciando el destino de los defensores... y
de la ciudad.
A lo largo de siete días, los vencedores apagaron su rabia por
los caídos en los fallidos asaltos lanzándose a un saqueo
brutal, que derivó en la quema y destrucción de prácticamente
toda la urbe. Sólo se salvó la calle Trinidad
y gracias a que ésta fue la elegida para hospedarse por los
oficiales británicos y portugueses. Apenas 35 casas
escaparon de la destrucción.
Hoy, la calle Trinidad es la única que se conserva del antiguo
San Sebastián, denonimada en recuerdo de aquella jornada como calle
31 de Agosto.
LA BATALLA DE SAN MARCIAL
No obstante, aquel 31 de agosto también se dio otro episodio clave de la Guerra de la Independencia cerca de Irún. Allí, en sus alrededores, se libró el último gran choque de la guerra en territorio hispano y, quizá, el más recordado: la batalla de San Marcial. La lucha terminó con un triunfo de las tropas españolas del general Freire que certificó la derrota definitiva de los ejércitos de ocupación franceses en la Península, a pesar de que en los días siguientes se dieron enfrentamientos en Vera de Bidasoa y en otras localidades fronterizas y a que la guarnición francesa en Pamplona todavía resistía.
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