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Mis recuerdos del Padre Orlandis

Francisco Canals Vidal

 

A los cuarenta años de su muerte la publicación por la revista Cristiandad de un número de homenaje a su memoria me mueve, y podría decir que me compromete, a expresar algunos recuerdos de sus palabras y de sus actitudes de padre en el espíritu y de maestro de sabiduría humana y cristiana, que quedaron impresas, entrañadas en lo más íntimo de mi vida, a lo largo de los catorce años, desde 1944 hasta su muerte en 1958, en que tuve la dicha de un trato frecuente, casi cotidiano con él.

«Tindràs part en ma vida», dijo Costa i Llobera en su evocación por la prematura muerte de Pere Orlandis i Despuig, insigne poeta mallorquín, hermano del jesuita que fue nuestro inolvidable maestro. Así se ha cumplido también en mí y en otros muchos en relación al Padre Orlandis. Su acción ha permanecido en nuestro interior, sus palabras no han podido ser olvidadas, y la misteriosa maduración de lo que por ellas sembró ha sido causa de que hayan sido mejor comprendidas cuanto más lejanas en el tiempo. Así el Padre Orlandis ha seguido siendo, para mí, padre y maestro, también a partir de su muerte y hasta hoy.

Convencido de la validez y fecundidad universal de sus consejos orientadores y estimulantes, de sus exhortaciones exigentes, tal vez en un primer momento dolorosamente sorprendentes, y de la clarividencia y visión de futuro de sus advertencias, que iban acompañadas de certeras previsiones en las que «sin contemplaciones», sin adulaciones ni respetos humanos, preanunciaba el curso de algunas cosas, removiendo expectativas falsas e ilusorias, trataré de repetir con la mayor literalidad posible sus palabras y sugerir el ambiente y la ocasión en que las pronunciaba.

El Padre General de la Compañía, Peter-Hans Kolvenbach en reciente carta al director de Cristiandad José María Mundet ha expresado el deseo de que «el Señor siga bendiciendo Schola Cordis Iesu y su propósito de servicio al Apostolado de la Oración, para bien de la Iglesia entera». Para agradecer esta manifiesta bendición divina, dando así gloria al Corazón de Cristo, comenzaré mi personal «antología» con aquellas palabras que más directa e inmediatamente se referían al propósito y vocación de Schola.

«Pienso que el demonio pasa por todo con tal de que pueda estorbar la devoción al Corazón de Jesús»

Afirmaba la certeza del designio divino de que la devoción al Sagrado Corazón sería el remedio social del mundo actual y que como consecuencia del triunfo de esta devoción vendría la época profetizada del Reinado social de Jesucristo.

Inculcar esta convicción y esta esperanza era el objeto final de todas sus tareas, y al servicio de la estaban sus conferencias históricas, su enseñanza de Teología de la Historia, su magisterio filosófico según la doctrina de Santo Tomás de Aquino.

Llegaba a decir que el demonio no estorbaría una devoción a la Santísima Virgen que no condujera a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Este punto de vista, que a mí entonces me extrañaba, he ido comprendiendo después que se apoyaba en una convicción que le llevó a sugerir al Padre Francisco de Paula Solá que escribiese en Cristiandad un artículo titulado «A María por Jesús».

Sus criterios estaban en radical oposición a los «minimalismos» que han deformado abusivamente la situación postconciliar, pero era, en ésta y en muchas cuestiones, precursor de los verdaderos y auténticos mensajes del Vaticano II.

Con una perspicaz y aguda visión de los sentimientos y de los ambientes y situaciones contemporáneas previó siempre la ruina de cualquier escolasticismo vuelto de espaldas a las fuentes más originarias. «Los jesuitas jóvenes, o serán tomistas o existencialistas o cualquier cosa, pero no serán ya suaristas», le dijo muchas veces al Padre José María Murall.

No esperaba mucho más del «tomismo de manual» y orientaba hacia la búsqueda de la síntesis auténtica por el estudio directo del Doctor Angélico. De las «veinticuatro tesis» decía que eran ciertamente «principios y enunciados mayores» pero no los principios y enunciados mayores de aquella síntesis. ¡Suerte que en latín no hay artículo!, comentaba con ironía.

Sentía e infundía aversión hacia toda actitud que quisiera apoyarse en «fragments de veritat». «Lo quiero todo», dijo en su lecho de muerte a un íntimo amigo suyo.

Insistía en recomendar la búsqueda de la unidad y de la síntesis: cerqueu en tot la unitat. El mismo inspiró a la revista Cristiandad aquel lema tomado literalmente de Santo Tomás de Aquino: «plura ut unum».

El Papa Pío XI había afirmado que en el culto al Sagrado Corazón de Jesús se encuentra «la síntesis de toda la religión».

«Lo nuestro es la devoción al Sagrado Corazón»

Insistía en que era esta nuestra vocación. En catorce años de mi trato con él son incontables las exhortaciones, advertencias y avisos que oí de él en este sentido. Por haber él orientado mi vocación al estudio de la filosofía, y concretamente al amor y adhesión al pensamiento auténtico de Santo Tomás de Aquino, me resultaba sorprendente que insistiera en advertirme: «no convirtáis Schola en una escuela tomista, porque lo nuestro es el Corazón de Jesús».

Advirtiendo siempre contra el olvido de la vocación profunda de Schola Cordis Iesu, al consejo de no centrarse en algo distinto del Corazón de Jesús añadía que nosotros colaboraríamos mejor con un «suarista» que participase de los ideales del Padre Ramière, que con alguien que no sintiese entusiasmo por el ideal y la esperanza del Reinado de Cristo por su Corazón, aunque fuese tomista.

No hubiera Schola Cordis Iesu subsistido ni fructificado sin el apoyo de influyentes jesuitas suaristas. Recuerdo al Padre Murall, al Padre Cayuela, al Padre Igartua, al Padre Solano, al Padre Francisco de Paula Solà, para nombrar sólo algunos de los que ya murieron.

La que ahora se llama «escuela tomista de Barcelona» es una fructificación internacionalmente visible del magisterio filosófico-teológico del gran apóstol del Corazón de Jesús, y no se hubiera llegado a su actual presencia sin el apoyo y la colaboración del Padre Juan Roig Gironella en la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.

Y sin duda para prevenir toda deformación «intelectualista» me dijo muchísimas veces: «si lo que buscas es hacerte un sabio no hace falta que vuelvas por aquí». Su consigna era: «hacer bien, no hacerlo bien», advirtiéndonos contra los riesgos de un culturalismo que desorientase nuestra vocación apostólica.

Pero ahora no me extraña que me urgiese siempre al estudio y a la lectura en muchos campos y que me reprendiese por no conocer ya toda la biblioteca de Schola. Decía frecuentemente que mucha gente no lee no por pereza sino por vanidad; no soportan la experiencia de ir encontrando tantas cosas sobre las que nada sabían. «Tu humillación es estudiar»; «tu humillación es escribir».

El ideal y la esperanza del Reino de Cristo sobre las sociedades humanas, a cuyo servicio estaba su Teología de la Historia, lo sentía como el único remedio contra los «malminorismos» y «posibilismos» que, tomados como pretexto para olvidar prácticamente el imperativo oportet illum regnare, sirven para que se sitúen muchos en el «segundo binario» ignaciano.

Los que tal hacen, notaba el Padre Orlandis, en sus tareas y decisiones se engañan a sí mismos «trayendo» la voluntad de Dios a sus voluntades, orientadas según criterios de gloria mundana, y de huida de los sacrificios y humillaciones que son exigencia de la seriedad en la vida cristiana y apostólica.

Estaba convencido de que la desaparición en la política de la tradición de intransigencia antiliberal dañaría más gravemente la vida católica de España que la tiranía atea de un estado comunista.

«Santa Teresita del Niño Jesús»

«Si los superiores me autorizasen a trabajar en el Apostolado de la Oración, pero no a enseñar en él que en el mensaje del amor misericordioso y de la infancia espiritual de Santa Teresita del Niño Jesús ha llegado a plenitud la revelación del Corazón de Jesús, pediría de ellos permiso para retirarme».

Sostenía que nada podría hacer en este orden de cosas sin referirse como a lo más decisivamente orientador al espíritu de Santa Teresita del Niño Jesús. Su sabiduría espiritual la juzgaba digna de un Doctor de la Iglesia. Todos aquellos a quienes ha llegado el apostolado del Padre Orlandis sentimos profunda gratitud a Dios por la declaración pontificia reciente, y por haber sido beneficiarios de un espíritu que permitió a esta revista anticiparse desde 1971 a la solemne proclamación del doctorado.

«Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí»

La consigna, expresada repitiendo seis veces lo que parecía ser un adverbio de lugar, nos advertía contra la dispersión, contra las falsas ilusiones y apariencias engañosas por las que quisiéramos apoyarnos en tareas que nos pareciesen más «actuales», y que nos tentasen con la eficacia y el éxito.

Él sabía muy bien que «aquí» era un lugar y una tarea que muchos consideraban inevitablemente destinada al fracaso. Sabía que de entre los más cercanos a él no faltaban quienes estaban convencidos de que no quedaría nada de la tarea que realizaba en Schola Cordis Iesu, y de su fructificación aconsejada y orientada por él mismo en Cristiandad.

Comentaba a veces que no sabía quién nos podría ayudar después: «no sé si será jesuita o paúl, español o misionero de la China», pero nos anunciaba, a nosotros y a sus superiores religiosos, que si nosotros éramos fieles Schola Cordis Iesu subsistiría y tendría futuro. Nos aseguraba que la garantía de nuestra supervivencia fecunda estaba en nuestra vinculación con el Apostolado de la Oración, no sólo en su espíritu, sino en su organización o cuerpo externo.

«Colaborad, colaborad, colaborad, colaborad, colaborad, colaborad»

Esta es otra de sus expresiones que no recuerdo haberla oído nunca más que con esta insistente y séxtuple reiteración. Ha tenido para nosotros una importancia decisiva. Sentida en unidad con la primacía de la piedad y de la plegaria, nos hizo vivir la experiencia de la verdad de las palabras evangélicas: «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy en medio de ellos».

Porque la consigna de colaboración se identificaba con la entrega «de toda la persona al trabajo», como él repetía con palabras de San Ignacio en los Ejercicios, y con la puesta en práctica de la humildad, sin la que nadie sería capaz de colaborar fielmente en una obra de Apostolado del Corazón de Jesús.

«Sólo me quejo de lo que no hacéis»

La colaboración supone trabajo de muchos concurriendo en una tarea. El Padre Orlandis decía frecuentemente que no le parecía mal nada de lo que los de Schola hiciésemos. Sólo lamentaba lo que no hacíamos, es decir, las omisiones, que eran signo de menor interés por la vocación de todos que por las tareas personales de cada uno.

Muy enemigo de cualquier insinceridad, incluso y muy especialmente de la insinceridad, incluso y muy especialmente de la insinceridad inconsciente, hablaba de la pereza bajo capa de ocupaciones. Invitaba a que tuviésemos por Schola Cordis Iesu y por Cristiandad, por lo menos el interés que teníamos por el que menos nos interesase de nuestros trabajos particulares.

Otra insinceridad vigilaba y reprendía severamente: el respeto humano, la cobardía en la profesión de fe y de esperanza en el Reinado del Sagrado Corazón, bajo capa de modestia. No admitía que se tomase como pretexto la humildad -«no obréis vuestra justicia delante de los hombres, para ser visto de ellos»- para «no poner» la luz encima del candelero y alumbrar a todos los que están en la casa de suerte que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.

Deseaba transmitirnos su convicción de que la obra apostólica de Schola Cordis Iesu y de Cristiandad era de gran importancia para bien de toda la Iglesia. El temor a afirmarlo así lo sentía como una tentación del demonio.

Por esto se quejaba de cierta falsa modestia que venía a ser como un defecto colectivo nuestro, más tal vez en los años en que vivía el Padre Orlandis que en la época posterior a su muerte. Diríase que desde el cielo ha velado por nosotros, para infundirnos aliento en nuestras actividades, que son ahora más conocidas de lo que habían sido durante su vida.

La grandeza de nuestra vocación era para él una razón profunda de la necesaria humildad con que teníamos que agradecer y corresponder fielmente a los dones de Dios.

«Humildad humilde»

El Padre Orlandis daba gracias a Dios y se sentía feliz por el hecho de que sus orientaciones, salidas de lo más íntimo de su propia vida y actitud espiritual, alejaban inevitablemente a los pedantes, a los buscadores de triunfo humano, a los ambiciosos de prestigio y de éxito resonante. «Los que se acercan a mí quedan inmediatamente humillados». Lo consideraba una gracia de Dios. El perseveraba en su tarea apostólica, siempre con la aprobación de sus superiores, y siempre con el triple sambenito de tomista, integrista y milenarista.

«No he visto a nadie de los que triunfan que sea fecundo apostólicamente», decía el Padre Orlandis, que creía muy poco en la validez de los juicios superficiales que consiguen «ponerse de moda» en un momento dado en la opinión pública.

No admiraba ni tenía confianza en lo humanamente grande o prestigioso. Me dijo en varias ocasiones que cuando entró él en el noviciado, después de haber estudiado en Deusto Derecho y Filosofía y Letras, ya tenía la convicción de la inutilidad de aquella prestigiosa Universidad, ya se entiende en orden al bien de la Iglesia. Y daba la razón de su convicción: «en Deusto todos éramos de familias aristocráticas o muy ricas; ya entendí entonces que esto no podía conducir a ninguna parte».

Juzgando de las modernas revoluciones según el espíritu y la letra de las enseñanzas pontificias -«el Papa es infalible cuando habla, no cuando calla»- veía muy claramente los errores filosóficos que inspiran la contemporánea «democracia» y son la causa de su devastadora influencia descristianizadora en la educación y en la cultura.

Pero en modo alguno estaba en contradicción con esto un juicio suyo muy característico: «ja li poden donar voltes» [ya pueden darle vueltas], «la sociedad del futuro será democrática». Al hablar así se refería a que era ilusoria y engañosa la confianza que quisieran mantener algunos en elites sociales o culturales, dejando de lado la fuerza y eficacia del humilde sentido común y de la seriedad de la vocación a la santidad en la vida cotidiana y ordinaria de los individuos y las comunidades.

«Nunca he sentido envidia -decía- más que de las personas que he conocido, muy sencillas y poco cultas, en que he experimentado, con su piedad profunda, una humildad humilde». Leía con convicción y con emoción íntima la poesía de Costa i Llobera Als humils. El lector la encontrará en las páginas de este número; su lectura le resultará muy útil para conocer el modo de ser y los ideales del Padre Ramón Orlandis.

Afirmaba que la humildad era una virtud fundamental, necesaria no sólo para los individuos, sino también para las familias, las ciudades y las naciones. Inspiró a Jaime Bofill un artículo titulado: «Humildad ontológica, humildad personal, humildad social».

Calificaba de veneno al catalanismo, por la misma razón que criticaba con ironía la expresión de entonces «por el imperio hacia Dios»: «¡Qué extraño!, yo pensaba que a Dios sólo se va por el camino de la humildad». Decía que había en Cataluña dos corrientes peligrosas, el catalanismo y el anticatalanismo.

A veces se calificaba a sí mismo como «supercatalanista». Esperaba firmemente el Reinado del Sagrado Corazón de Jesús en España, y compartía con el obispo mártir, D. Irurita, la convicción misteriosa de que se iniciaría providencialmente en Barcelona.

Admiraba y defendía la obra del Foment de Pietat de mossèn Eudald Serra i el Padre Ignasi Casanovas.

«Piedad, piedad, piedad, piedad, piedad, piedad»

Como siempre que repetía seis veces una exhortación, comenzaba la frase con un «Mira, noi» (mira chico) invitando con apremio a que atendiera y guardara para mi vida la advertencia. No entendía el Padre Orlandis Schola Cordis Iesu como teniendo que ser un grupo distinguido y prestigioso de gente intelectual o culta. Nos sentía llamados a formar parte de aquella «legión de almas pequeñas, instrumentos y víctimas del Amor Misericordioso de Dios».

Por arder en celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, y conocedoras de la realidad -la humildad es la verdad, dijo Santa Teresa de Jesús- sería almas «profundamente desengañadas de sus fuerzas y valer y también de la eficacia de los medios semihumanos y ordinarios que nuestra pobre razón puede excogitar para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestros tiempos».

Pero si el Padre Ramón Orlandis era intransigente en liberar de ilusiones y engaños, lo era para evitar desilusiones y desengaños, pero sobre todo y en definitiva era el suyo un magisterio de esperanza. La esperanza teologal, sin la que la fe es inconsecuente y se debilita, y sin la que no llega a vivir en plenitud porque no fructifica en el amor de caridad, venía a ser el mensaje nuclear de su alentadora y vivificadora dirección espiritual.