Enseñanzas del papa Benedicto XVI.... ....CRISTIANDAD FUTURA
Catequesis de Benedicto XVI el 8 de agosto de 2012 sobre la oración como centro de la actividad de Santo Domingo
Texto íntegro publicado en ReL, 8.08.2012
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy la Iglesia celebra la memoria de santo Domingo de Guzmán,
Sacerdote y Fundador de la Orden de los Predicadores, llamados
Dominicos. En una precedente Catequesis, ilustré esta insigne
figura y la fundamental contribución que ha aportado a la
renovación de la Iglesia de su tiempo. Hoy quisiera sacar a la
luz un aspecto esencial de su espiritualidad: su vida de
oración.
Santo Domingo fue un hombre de oración. Enamorado de Dios no
tuvo otra aspiración que la salvación de las almas,
en particular aquellas caídas en las redes de la herejía de su
tiempo; imitador de Cristo, encarnó radicalmente los tres
consejos evangélicos uniendo a la proclamación de la Palabra el
testimonio de una vida pobre. Bajo la guía del Espíritu Santo,
avanzó en el camino de la perfección cristiana. En cada
momento, la oración fue la fuerza que renovó e hizo siempre
más fecundas sus obras apostólicas.
El Beato Jordán de Sajonia muerto en el año 1237, su sucesor en
la guía de la Orden, escribe así: «Durante el día, ninguno
más que él se mostraba sociable... Viceversa
de noche, nadie era más asiduo en el velar en oración. El
día lo dedicaba al prójimo, pero la noche la daba a Dios».
En Santo Domingo podemos ver un ejemplo de integración armoniosa
entre contemplación de los misterios divinos y actividad
apostólica. Según los testimonios de las personas a él más
cercanas, «él hablaba siempre con Dios o de Dios».
Tal observación indica su comunión profunda con el Señor y al
mismo tiempo, el constante compromiso en conducir a los demás a
esta comunión con Dios. No ha dejado escritos sobre la oración
pero la tradición dominica ha recogido y
mandado a otras generaciones su experiencia viva en una obra
titulada: Las nuevas maneras de orar de Santo Domingo.
Este libro fue compuesto entre el año 1260 y el 1288 por un
Fraile dominico, nos ayuda a aprender a comprender algo de la
vida interior del Santo, nos ayuda en todas las diferencias,
también a nosotros, a aprender algo sobre el modo de orar.
Para él son por tanto nueve los modos de rezar, y cada uno de
ellos lo realizaba siempre delante de Jesús Crucificado,
y expresa una postura corporal y espiritual que, íntimamente
compenetradas, favorecen el recogimiento contemplativo y el
fervor. Los primeros siete modos siguen una línea ascendente,
como los pasos de un camino, hacia la comunión con Dios
Trinidad: Santo Domingo ora de pie inclinado para expresar la
humildad; tendido en el suelo para pedir perdón por sus pecados;
de rodillas haciendo penitencia para participar en los
sufrimientos del Señor; con los brazos abiertos mirando el
crucifijo para contemplar el Amor Supremo; con la mirada al
cielo, sintiéndose atraído hacia el mundo de Dios.
Los dos últimos modos de rezar, en cambio, sobre los que me
gustaría brevemente detenerme, corresponden a dos prácticas de
piedad vividas habitualmente por el Santo. En primer lugar la
meditación personal, donde la oración adquiere una
dimensión aún más íntima, ferviente y serena. Al final de la
recitación de la Liturgia de las Horas, y después de la
celebración de la Misa, Santo Domingo prolongaba la
conversación con Dios, sin establecer un límite de tiempo.
Sentado tranquilamente, se recogía en sí mismo en una actitud
de escucha, leyendo un libro o mirando al Crucifijo. Vivía tan
intensamente estos momentos de relación con Dios que
exteriormente se podían apreciar sus reacción de alegría o de
llanto.
Los testigos dicen que, a veces, entraba en una especie de
éxtasis, con el rostro transfigurado, pero poco después
emprendía con humildad de nuevo sus actividades diarias,
recargado por la fuerza que viene de lo Alto. Luego practicaba la
oración durante el viaje entre un convento y otro; rezaba las
laudes, la Hora Media, las Vísperas con los compañeros, y,
cruzando los valles y las colinas, contemplaba la belleza
de la creación. Entonces brotaba de su corazón un himno
de alabanza y acción de gracias a Dios por tantos
dones, especialmente por la más grande de las maravillas: la
redención obrada por Cristo.
Queridos amigos, santo Domingo nos recuerda que en el
origen del testimonio de fe -que todo cristiano debe dar
en familia, en el trabajo, en el compromiso social, e incluso en
los momentos de distensión-, está la oración; sólo una
relación real con Dios nos da la fuerza para vivir intensamente
todos los acontecimientos, especialmente los más dolorosos.
Este Santo nos recuerda también la importancia de la actitud
externa mientras rezamos. Estar de rodillas, de pie delante del
Señor, fijar nuestra mirada en el Crucifijo, detenernos y
recogernos en silencio, no es una cosa secundaria, sino que nos
ayuda a ponernos interiormente con toda nuestra persona, en
relación con Dios.
Quisiera llamar la atención una vez más sobre la necesidad para
nuestra vida espiritual, de encontrar momentos cada día para
orar con tranquilidad; será también una manera de ayudar a los
que nos rodean para entrar en el círculo luminoso de la
presencia de Dios, que trae la paz y el amor que todos
necesitamos. Gracias