CRISTIANDAD FUTURA

“El amor no es amado”

Por Mons. Francisco Pérez • 7 Jun, 2009

Cuando uno se consagra al Corazón de Cristo, se une a Él por el amor, y entonces goza con lo que Él goza, y también sufre con lo que Él sufre. El amor, pues, lleva necesariamente a la reparación, lleva a compensar las ofensas al Amor. Refiere santa Margarita María que cuando Jesús le mostró su Corazón rodeado de una corona de espinas significando las punzadas producidas por nuestros pecados y una cruz en su parte superior, me explicó las maravillas de su puro amor, y hasta qué exceso había llegado su amor para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes.

Para poder reparar es necesario estar unido por el amor. Por eso Juan Pablo II decía en Paray-le-Monial, lugar de las revelaciones a santa Margarita: “La Reparación es que los pecadores vuelvan al Señor tocados por su amor y vivan en adelante con más amor en compensación por su pecado”. Desde ese momento se participa también en su dolor, por eso un santo Domingo de Guzmán y un san Francisco de Asís lloraban noches enteras repitiendo: “¡El amor no es amado!”.

El espíritu de reparación y los actos de reparación son desde luego muy diversos en la vida del fiel cristiano. En primer lugar conlleva el evitar todo lo que desagrada al Corazón de Jesús. Consiste en desear sinceramente no ofenderle jamás, y para ello es necesaria la gracia del sacramento de la Penitencia. También consiste en unir nuestros sufrimientos a los del Corazón de Jesús, para acompañarle y consolarle aceptando las penas con paciencia y con amor. Es lo que explica el Papa Benedicto XVI cuando dice en: “Poder ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido…incluir sus pequeñas dificultades en el gran compadecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (Encíclica, Spe Salvi, 40).

Refiere al respecto la Madre Teresa de Calcuta casos preciosos: “Un muchacho pobre, en Kalighat, que sufría horriblemente, en los últimos momentos de su vida dijo que le daba pena morir porque acababa de aprender a sufrir por amor a Dios… Cuando veo sufrir a mi gente me siento impotente y me resulta difícil decirles que Dios los ama, pero siempre vinculo esto con el símbolo de la presencia de Jesús en la cruz que los ha besado. Recuerdo haber dicho esto a una mujer que, rodeada por sus hijos aún pequeños, se moría de cáncer. Yo no sabía si sufría más por tener que dejar a sus hijos o por la agonía de su cuerpo, y le dije: Jesús en la cruz se le ha acercado tanto que comparte su pasión con usted y la quiere besar. Al oír esto juntó las manos y dijo: Madre, dígale a Jesús que no deje de besarme. Había entendido esto muy bien”.

Y también es reparación ofrecer con tal espíritu penitencias, limosnas, oraciones, y sobre todo la Santa Misa y la Comunión; y también lo es el trabajar por disminuir las ofensas inferidas a este Corazón, dándolo a conocer, trayéndole nuevos amigos. Consuelo para el Señor ha de ser que esta reparación la realice el mundo entero. Como decía Juan Pablo II: “Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo”. Se entiende así pues que, de manera muy especial, el consagrarse con sinceridad al Corazón de Cristo es verdaderamente expresión de reparación.