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Homilía del presbítero don Anthony Myers en la Misa de Requiem por Monseñor Rogelio Livieres

ago 15, 2015 http://rogeliolivieres.info/2015/08/homilia-del-padre-anthony-myers-en-la-misa-de-requiem-por-monsenor-rogelio-livieres/

– Parroquia del Espíritu Santo, Ciudad del Este, 14 de agosto de 2015, 19 hs. –

Queridos hermanos en la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo :

Estamos congregados para celebrar la Misa de Requiem por nuestro querido Monseñor Rogelio Livieres. Y en la celebración de esta Eucaristía celebramos también el nacimiento de Monseñor Rogelio.

Sí, he dicho bien : celebramos su dies natalis, su día de nacimiento al Cielo, a la Vida Eterna, como llama la Iglesia al día final de nuestro paso por este valle de lágrimas. Por eso las Fiestas de los Santos suelen coincidir con el día de su muerte terrenal : festejamos su nacimiento a la Vida Celestial, a la Nueva Creación, ganada para nosotros por la muerte triunfal de Jesucristo

Para quienes no tienen verdadera fe debe parecer una locura “celebrar la muerte”. Pero no para el cristiano, que ha visto abiertas de nuevo las puertas del Paraíso, cerradas desde antaño por la herrumbre del pecado original.

“Se pasmará la muerte – y la naturaleza – cuando resurja la creatura”. Mors stupebit, et natura, cum resurget creatura.

Acabamos de escuchar en canto gregoriano estas palabras de la secuencia Dies Irae, propia de la Misa de Difuntos, una de las más bellas expresiones universales sobre el sentido de la muerte. En esta misma iglesia, ante estos mismos íconos, Monseñor Livieres ha celebrado solemnemente la liturgia de difuntos, esta misma Misa que celebramos hoy, y en ella se entonó el canto del Dies Irae con la excelsa melodía compuesta por Mozart. Este recuerdo permanece y permanecerá siempre, como un consuelo agregado, en estos muros y en nuestros corazones.

Porque Dios nos ha dado la gracia de haber tenido como pastor a este obispo valiente, paternal, piadoso y decidido, que sacrificó su salud y su vida para cumplir sus obligaciones como sucesor de los Apóstoles, fundando el Seminario Diocesano para enviar pastores a la mies y haciendo florecer vocaciones de varones y mujeres, de religiosos y de laicos que han cambiado la fisonomía espiritual de Ciudad del Este.

Mucho mejor de lo que podría expresarlo yo, los Obispos del Paraguay han elevado su oración en el comunicado que emitieron en del día de hoy :

“Dios todopoderoso: sólo te rogamos que tu siervo, Monseñor Rogelio, a quien encomendaste el cuidado de tu familia, siendo testigo del amor de Cristo en su servicio episcopal, entre en la alegría eterna de su Señor con el abundante fruto de su labor pastoral.”

Y antes de morir, como en toda su labor de obispo, especialmente en los momentos más críticos, nos ha predicado con su palabra y con su ejemplo un profundo sentido de pertenencia y de obediencia a la Iglesia, permaneciendo en la unidad de la fe.

Por todo esto, y por la enorme cantidad de gracias que Dios nos ha dado con Monseñor Rogelio – y que no se puede contener en la brevedad prudente de una homilía – ¿cómo no estar contentos?, ¿cómo no celebrar el día natal de nuestro querido obispo, que ahora, con su bendita muerte seguirá siendo desde el Cielo, con más efectividad que nunca, nuestro guía y protector?

Volvamos nuestros oídos, nuestro corazón y nuestra mente a las palabras de la liturgia, que no son un mero consuelo humano sino que derraman en nuestras almas el verdadero sentido de esta y de toda muerte, el sentido divino que se comprende únicamente mirándola “desde la perspectiva de la Eternidad”, sub specie aeternitatis.

Toda la liturgia católica celebra este triunfo sobre la muerte, que mencionábamos al principio y que fundamenta nuestra alegría al celebrar esta Misa de Difuntos.

Recordaremos brevemente y sin comentarios, porque los textos son muy claros, algunos pasajes. En primer término, tres Prefacios, que, como Uds. saben, son cantos de festejo en conmemoración del que entonó la multitud al entrar Nuestro Señor en Jerusalén.

Primero, el Prefacio de Difuntos, que dice : “En Él (en Cristo) brilló para nosotros la esperanza de la resurrección dichosa, para que aquellos a quienes entristece la condición de la segura muerte seamos consolados por la promesa de la inmortalidad futura. Pues a tus fieles, Señor, la vida se les muda, mas no se suprime: disuelta la casa de esta morada terrenal, se adquiere en los cielos residencia eterna.”

Segundo, el Prefacio de la Santa Cruz, que resume toda la historia de la salvación, tendiendo el arco desde la caída de nuestros primeros padres hasta la redención del nuevo Adán, Jesucristo, que fijó “la salvación del género humano en el leño de la Cruz, para que de donde había nacido la muerte, de allí resurgiera la vida; y el que en un árbol venció fuera asimismo en un árbol vencido por Cristo nuestro Señor”.

Y el Prefacio de Pascua (palabra que en el cristianismo significa el “paso” de la vida mortal a la gloriosa) condensa admirablemente la labor suprema de Jesús, “Quien al morir destruyó nuestra muerte y al resucitar regeneró nuestra vida”.

Por eso pregunta irónicamente San Pablo “Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte tu aguijón?”

Incluso en la noche más triste, la del Viernes Santo, ante la muerte de Nuestro Señor en la Cruz, se alza el himno del triunfo sobre la muerte : “Canta, oh lengua, la victoria del combate glorioso y proclama sobre el trofeo de la Cruz el noble triunfo: el Redentor del mundo ha vencido por su inmolación”.

Y al comenzar la noche del día más importante cantamos en la Secuencia de la Misa de Pascua: “La Muerte y la Vida lucharon en combate admirable : el Señor de la Vida, por su Muerte, reina vivo”. Mors et vita duéllo conflixére mirándo : Dux Vitae mórtus regnat vivus. La Muerte de Cristo es nuestra buena Muerte, la que nos ha ganado el derecho a la verdadera Vida

Oremos, hermanos, al Dios Trino y Uno que nos crea, nos redime y nos da la Vida, pidiéndole por intercesión de María, en cuyas entrañas humanas se gestó el triunfo del Resucitado, que al recibir a nuestra hermana la Muerte seamos también nosotros dignos de contemplar y alabar a Dios entonando junto a los Ángeles, a los Santos y a nuestro querido Monseñor Rogelio, el canto interminable y gozoso de las creaturas recreadas para la Gloria.

Emitte Spiritum tuum et creabuntur. Envía, Señor, tu Espíritu y habrá una nueva Creación.

Dale, Señor, el descanso eterno y brille para él la Luz que nunca cesa.

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