Hispanidad Futura.... ...CRISTIANDAD FUTURA
Homilía del cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, en la misa del 21 de junio de 2009 en la que renovó la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús realizada en 1919
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Aquí, en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la
Península Ibérica, se consagraba España hace noventa años al
Sagrado Corazón de Jesús ante la estatua que había sido
levantada por la piedad cristiana del pueblo español en este
lugar elegido sabiamente para expresar, esculpida en piedra, una
plegaria ardiente e incesante: que el Sagrado Corazón de Jesús
reinase en España por la gracia de su amor infinitamente
misericordioso, la elección del lugar, fruto de una luminosa
toma de conciencia histórica y llena de un profundo
significado espiritual para el presente y el futuro de España.
Eran "tiempos recios" aquellos, como solía decir Santa
Teresa de Jesús de los suyos. Había transcurrido poco tiempo
después del final de la I Guerra Mundial. Europa y una buena
parte del mundo yacían en ruinas. Ruinas materiales que ponían
al desnudo el fracaso de una visión del hombre y del
mundo que había pretendido construirse a través de una
concepción puramente terrena -empírica y positivista-
de la realidad. En los proyectos económicos, socio-políticos y
culturales del primer siglo de la Ilustración
moderna se había querido prescindir de Dios por
parte de amplios e influyentes sectores de la sociedad. El
resultado estaba a la vista. ¡Detrás de la desolación física
se escondía el vacío moral y espiritual! Ni la llamada
"cuestión social" con la hiriente y dramática
explotación de los trabajadores y sus familias, ni la
problemática de la deseada unidad y concordia de las naciones
europeas habían encontrado nuevos horizontes que indicasen la
recta dirección para una solución justa y duradera. En plena
guerra había estallado la Revolución Bolchevique. La postguerra
aparecía ensombrecida por profundas convulsiones
revolucionarias... España no estaba ajena, a pesar de su
neutralidad durante la contienda, a toda la tragedia que asolaba
a los pueblos hermanos de Europa.
La Iglesia venía ofreciendo, especialmente desde el siglo XVII,
a ese mundo que quería progresar y modernizarse económica,
social y políticamente el eterno anuncio del Evangelio a través
de una propuesta formulada en términos profundamente
renovadores: la propuesta del Misterio del Amor de Dios
revelado y donado en Jesucristo para la salvación del hombre y,
con la salvación del hombre, para la salvación del mundo. A
través de intervenciones singularísimas del propio Señor
Jesucristo en almas privilegiadas -hoy recordamos especialmente a
Santa Margarita María de Alacoque-, ese Amor
infinitamente misericordioso, benigno, sanador, transformador de
lo más hondo del ser humano, se nos presentaba bajo el
bellísimo simbolismo de su Sagrado Corazón herido físicamente
por la lanza del soldado romano y traspasado espiritualmente por
nuestros pecados. De esa herida, humano-divina, sale el torrente
de gracia y de vida nueva, fruto y don del Espíritu Santo, la
Persona-Amor en el Misterio de la Santísima Trinidad. Es esa
gracia la que perdona y sana al hombre, elevándolo a la dignidad
de los hijos de Dios y haciéndole partícipe de la vida divina.
La invitación de entrar por esa espiritualidad del Sagrado
Corazón de Jesús podía parecer ilusa a los ojos pragmáticos
de muchos; pero era en verdad la única propuesta que
podía superar los egoísmos y los odios encendidos de aquella
historia, orgullosa de su modernidad, que cifraba en el
progreso no de todo el hombre y de todos los hombres, sino del
hombre material -"carnal"- y del hombre fuerte, el
capaz de triunfar en la lucha por la existencia en este mundo. El
"super-hombre" era su ideal.
Los tiempos han cambiado noventa años después de aquel acto en
el Cerro de los Ángeles, el 30 de mayo de 1919, que emocionó
entonces a toda España, la más oficial y la netamente popular.
También hoy necesita nuestra patria los bienes de la
reconciliación, de la solidaridad, de la justicia, de la
concordia y de la paz. El terrible atentado de ETA que le costó
anteayer la vida a un servidor de la seguridad y de la paz de
todos los españoles lo pone dramáticamente una vez más de
manifiesto. Esos bienes los necesitan especialmente nuestros
jóvenes generaciones y sus familias; y la pregunta vuelve a
plantearse no con menor urgencia que en 1919: ¿será posible
conseguirlos a espaldas de la fe en Jesucristo, ignorando el don
de su Amor? El interrogante adquiere incluso -en comparación con
otros pueblos de Europa-, un acento de gravedad singular al
dirigirlo a una nación marcada en lo más profundo de su alma y
de su ser históricos por la profesión de la fe católica de su
pueblo, vivida con admirable fidelidad en el seno de la Iglesia,
Una, Santa, Católica y Apostólica, presidida por el Papa, el
Sucesor de Pedro en la sede de Roma, como Pastor universal y
Vicario de Cristo en la tierra. ¿Puede España encontrar hoy los
caminos de un futuro pleno de los bienes que constituyen y
aseguran la dignidad de la persona y el bien común de todos sus
hijos e hijas abandonando la fe de sus mayores? Porque
tenemos la certeza de que el camino de la descristianización no
conduce a ningún futuro de salvación y de verdadera felicidad
para el hombre, renovamos hoy, en el Cerro de los Ángeles,
aquella solemnísima consagración de España al Sagrado Corazón
de Jesús que hicieran nuestros antepasados en la Iglesia y en la
sociedad en el año 1919, para que alumbrara la luz de
la verdadera esperanza en aquellos momentos tan cargados de
graves incertidumbres, no sólo para ella, sino también para
Europa y para el mundo. Lo hacemos pidiéndole para todas las
familias de nuestra patria y para todos los españoles lo que San
Pablo, "de rodillas", pedía "al Padre de quien
toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra": que
nos conceda por medio de su Espíritu robustecernos en lo
profundo de nuestro ser, que Cristo habite por la fe en nuestros
corazones, que el amor sea nuestra raíz y nuestro cimiento; y,
así, con todos los santos, logremos "abarcar lo ancho, lo
largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende
toda filosofía: el amor cristiano" (Ef 3, 14-19). Sí ¡que
comprendamos y bebamos el amor en su fuente purísima, en el
Sagrado Corazón de Jesús! Sólo así podemos ser testigos de la
esperanza gozosa y eterna.
¡Quiera Nuestro Señor Jesucristo reinar hoy y siempre
en España, en el corazón de sus hijos y de sus hijas,
como lo había prometido al Siervo de Dios, Bernardo de Hoyos! Y
que el Corazón Inmaculado de su Madre santísima, Madre suya y
Madre nuestra, Reina de los Ángeles, nos ayude para acoger de
nuevo la gracia del Reinado espiritual de su Divino Hijo en
nuestras almas y en nuestras vidas con total disponibilidad y
entrega.
El Santo Cura de Ars solía repetir que "el
sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús".
Efectivamente, los sacerdotes son los instrumentos
imprescindibles de la gracia y del amor salvador de Cristo. El
año sacerdotal que acabamos de inaugurar, unidos al Santo Padre,
nos lo quiere recordar con nueva viveza. La renovada
consagración de España al santísimo Corazón no cuajará en
frutos abundantes de vida y testimonio del amor cristiano sin
sacerdotes santos ¡España, la España de hoy, necesita muchos y
santos sacerdotes según el Corazón de Cristo!
Amén