.......HISTORIA UNIVERSAL...Hispanidad Futura...CRISTIANDAD FUTURA
La Iglesia y la prueba de Gamaliel
«Un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley,
respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó
que sacaran fuera un momento a aquellos hombres y dijo:
-"Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos
hombres... Mi consejo es éste: No os metáis con esos hombres;
soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se
dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis
dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios."
Le dieron la razón y llamaron a los apóstoles, los azotaron,
les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los
apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido
aquel ultraje por el nombre de Jesús» (Hechos de los apóstoles
5, 34-42).
Comprobación de la prueba de Gamaliel
Veinte siglos después, la Iglesia de Cristo no se ha dispersado, pese a que en su personal ha habido muchas deficiencias y pecados, en particular entre sus dirigentes o pastores, por acción y por omisión. Han sido proclamados santos pocos papas y obispos por la propia Iglesia. Por mucho menos han ido cayendo desde el imperio romano a la General Motors toda clase de obras gigantescas y grandiosas, pero humanas. Esto es la piedra de toque aceptada por el Sanedrín como instrumento de constatación y no sólo propuesta por Gamaliel. Por el Sanedrín que había condenado a muerte a Cristo. Es una comprobación de que la Iglesia "es cosa de Dios". Pero es una comprobación histórica, no es la fe en la sobrenaturalidad de la Iglesia. La fe es otra cosa. Esta comprobación histórica de la prueba del Sanedrín es uno de los preámbulos racionales de la fe. Para la fe se necesita la gracia. El suave impulso divino o invitación sosegada a creer con fe divina. Pero si se rechaza, entonces se llega rechazar la prueba racional constatable y se produce el repliegue al prejuicio, a lo irracional. Porque la mente humana quedó oscurecida por el pecado original y su voluntad aún más debilitada en su inclinación al bien. Es la fe, a la que se llega por la gracia y por los datos racionales que la preceden y auxilian, la que a su vez sirve de gracia para ayudar a la mente a que no renuncie al valor probatorio de los datos que constata. Lo mismo pasa con las pruebas racionales de la existencia de Dios y con los milagros. No son la fe, aunque la preceden, y sin la fe se rechaza hasta lo que se ve.
Creer que tiene que haber otra explicación de la subsistencia de la Iglesia, una explicación humana o material, es creer lo contrario de lo que se ve, es aferrarse a prejuicios.
Humanamente se pueden conocer por la luz natural de la razón las normas morales de buen comportamiento, de un comportamiento racional, humano. Pero es falible ese conocimiento racional. Hay discrepancias incluso en cosas elementales de la ley natural. Se pueden cumplir las normas de la ley natural, pero aún con mayores dificultades y mayor frecuencia de incumplimientos: "el justo peca siete veces al día" «Que siete veces cae el justo, pero se levanta, mientras los malos se hunden en la desgracia» (Prov, 24,16), no digamos el que no es un santo, uno de esos justos. La naturaleza humana es buena y sigue siendo buena incluso después del pecado original y de todos los pecados personales de cada uno, pero queda oscurecida su mente y debilitada su voluntad para el bien y atraída morbosamente por el mal, por eso necesita la gracia que ganó para todos Cristo en la cruz junto con el perdón de los pecados.
La autoridad de la Iglesia para enseñar lo que está bien y lo que está mal es infalible, porque le viene de Dios. Y son eficaces los medios de la Iglesia para dar valor de vida eterna al cumplimiento de esas normas y para reparar los pecados. Los sacramentos dan la gracia.
Seguir teniendo fe ciega en los prejuicios después de la comprobación histórica de la prueba de Gamaliel es quedar abocado a que las normas de moral nos las den los sabios moralistas como Marina y Sabater. Un consenso de sabios moralistas para establecer esas normas por encima de las religiones es lo que trata de imponer el primero de dichos sabios. O estar a merced de las normas morales que inculca el Estado, las normas de la ministra de igual da.
La existencia de Dios
Toda mente libre de prejuicios puede conocer y demostrar, con la sola luz de la razón, a partir de los elementos de la naturaleza, huella de Dios; y del hombre, imagen de Dios, la existencia de Dios, indirecta y analógicamente, pero con certeza, e incluso conocer así muchas cosas de la naturaleza de Dios. Ese conocimiento natural racional de Dios todavía no es la fe. Para creer en Dios se necesita su gracia. Es un preámbulo de la fe. Para la fe en Dios, es decir para creer en Dios por su autoridad, prescindiendo de los motivos racionales de credibilidad hace falta la gracia, no para el conocimiento de su existencia con la luz natural de la razón (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 1-2, q. 109 a. 1 ). Porque "creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia". El que rechaza esa gracia, suele -para evitar la fe- rechazar también la demostración racional de la existencia de Dios. Pero para ello tiene que idear filosofías falsas, incompatibles con el sentido común y que niegan la analogía y la misma filosofía y al final la capacidad humana de conocer la verdad y la misma existencia de la verdad racional, de la realidad misma y de la racionalidad humana. Con derivaciones éticas, culturales y políticas tan aberrantes como hemos conocido y conoceremos hasta que Dios lo remedie.
La institución de la Eucaristía por Jesús
¿Es más fácil decir este pan es mi cuerpo, que será entregado por vosotros, este vino es mi sangre, que será derramada por la totalidad de la multitud de los hombres, o morir, entregar el cuerpo a la tortura y derramar la sangre?
Tenía presente Jesús en la noche de la Oración en el Huerto, cuando veía y sentía que no podía superar la tortura, la muerte, el eclipse o casi escisión de su unión hipostática y el abandono por su Padre, y cuando, desolado, Le pedía que apartara de Sí el múltiple cáliz, tenía presente Jesús que ya había hecho y realizado el sacrificio al instituir la eucaristía, en la que está presente su cuerpo y sangre como cuerpo sacrificado y sangre derramada.
«¿Qué es más fácil, decir al paralítico:
"Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate,
toma tu camilla y anda?"
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra
poder de perdonar pecados - dice al paralítico -:
"A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."»
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista
de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a
Dios, diciendo: "Jamás vimos cosa parecida"» (Mc 2, 1-12;
cf. Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26).
Es fácil decir este pan es mi cuerpo, este vino es mi sangre. Lo difícil es decir este pan es mi cuerpo entregado, este vino es mi sangre derramada. Y cumplirlo enseguida y morir por nosotros para que sepamos que es verdadera su presencia real en la eucaristía y podamos creerlo con fe sobrenatural, además de beneficiarnos de ese rescate pagado con su sangre en la Cruz.
La fe no es un sentimiento
Hace falta la gracia para tener fe. «Se requiere para la fe divina que la verdad revelada sea creída por la autoridad de Dios que revela». «Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. Sin embargo. para que el homenaje de la razón sea conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo, vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación».
La fe es un acto del entendimiento imperado por la voluntad movida por la gracia.
Fe en Dios.
Fe en que Jesucristo es Dios.
Fe en que Dios es uno solo en tres personas distintas.
Fe en la sobrenaturalidad de la Iglesia católica y en que tiene los medios ganados para todos por Cristo en la cruz para salvarnos e ir al cielo.
Pero se puede tener fe con un sentimiento o con otro o con ninguno. La madre Teresa de Calcuta tenís una fe inmensa y su sentimiento era contrario.
Santa Teresita del Niño Jesús, lo mismo o más.
El propio Cristo murió en la mayor desolación.
La presencia real de Cristo en la Eucaristía demostrada por la muerte de Cristo