Ni una bala tocó el Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles cuando fue fusilado en 1936
(José A. Méndez/Alfa y Omega) Publicado el 21 de diciembre de 2008 en ReL
El 28 de julio de 1936, un grupo de milicianos de la República fusiló, entre blasfemias, el monumento al Sagrado Corazón de Jesús -de nueve metros- del Cerro de los Ángeles, en la localidad madrileña de Getafe. El 7 de agosto der 1936, otro grupo de militares dinamitó lo que quedaba de la imagen sacra. Hoy, en el monasterio del Cerro, fundado por santa Maravillas de Jesús, las carmelitas conservan la piedra en la que fue esculpido el Corazón de Cristo. Sorprendentemente, no le rozó ni una bala
Poner un pie en un monasterio de carmelitas descalzas es desafiar toda la lógica que propone el mundo. Y no sólo por el silencio y la quietud que se perciben al llegar -que contrastan con el bullicio pre navideño de nuestras calles-, sino por la felicidad que se percibe tras la reja de la clausura. La alegría y la hondura son tan palpables como el vaho helado en que se convierte el aliento de quien habla. Un lugar donde el frío exterior convive con un intenso calor que vibra en el pecho, se presenta,claro, como una caja de sorpresas. Y así es; al menos, en el carmelo del Cerro de los Ángeles, en la localidad madrileña de Getafe, fundado, en 1925, por santa Maravillas de Jesús, para acompañar al Corazón de Cristo.
A prueba de bombas
De entre las muchas sorpresas con que Dios aguarda tras sus muros, una lleva impresa, a golpe de bala, la historia reciente más dramática de España: la reliquia del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que el 28 de julio de 1936 fue fusilado por un grupo de milicianos de la República, volado con tres cargas de dinamita una semana después, y que presenta seis impactos de proyectil... Ninguno, por increíble que parezca, alcanzó al enorme corazón que buscaban herir. Quienes mejor conocen su historia son las religiosas del monasterio, que, desde tiempos de santa Maravillas, adoran, reparan y acompañan al Sagrado Corazón de Jesús que corona el Cerro.
Aunque es poco frecuente, la comunidad en pleno recibe a Alfa y Omega en el locutorio. Por cierto que todas, desde la Priora, hasta las novicias de 19 años, piden no ser citadas por su nombre, porque «una carmelita quiere pasar desapercibida para el mundo y orar por él...» Sólo diremos, pues, que una de ellas relata cómo, «en 1940, el padre Torres, un sacerdote que estaba de Ejercicios, se dio un paseo entre los escombros del monumento al Sagrado Corazón que derribaron en la guerra. Iba pensando en el dolor que debía de sentir Él al verse derribado por hombres a los que amaba. Entonces sintió un pálpito: llamó a los obreros que estaban desescombrando la zona y pidió que diesen la vuelta a una piedra enorme, en la que estaba, precisamente, el Corazón tallado. El padre Torres dijo a las hermanas: Le acribillaron a balazos, pero al corazón no le han tocado. Es como si quisiera decirnos que sigue tan vivo, con todo su amor y con toda su misericordia, para perdonarnos. ¡Y es verdad! Su Corazón sigue vivo para perdonar a los que le atacan».
Los milicianos, convertidos
Ciertamente, se hace difícil entender que ningún miliciano alcanzase al Corazón. El bloque de piedra -de más de metro y medio de ancho, por uno de alto- presenta seis impactos de bala que, aunque pasaron cerca, no alcanzaron su objetivo. «El Señor quiso demostrar que el hombre no puede matar a Dios, aunque su indiferencia le cause un gran dolor -dice una religiosa-. No hay bala que le duela tanto como la ingratitud. Es lo que le pasa a cualquiera que ama y es despreciado. En los años 80, pedimos enrejar las ruinas del antiguo monumento, porque había profanaciones, insultaban a Dios, gritaban ¡Mueran las monjas!..., pero Dios los amaba. Él quiere llevar almas al cielo, y nosotras también, porque los intereses de Dios son nuestros intereses. Por eso le adoramos, reparamos las ofensas que recibe y oramos por todos los hombres; sobre todo, por los pecadores». ¿También por los que fusilaron la imagen de Cristo? «¡Claro! Si supieran lo que hacían, no lo hubieran hecho», dice una carmelita. «Y tanto... Dos de ellos se arrepintieron y se convirtieron», apunta otra. Y da más datos: «Hace tiempo recibimos una carta de las Hermanitas de la Caridad, de Zaragoza, que nos contaban cómo un hombre pidió confesión y se arrepintió, por fusilar al Corazón de Jesús, de Getafe. Y el juez que juzgó a otro de ellos, contó que el miliciano pidió trabajar en la construcción de una iglesia, aunque no le conmutasen la pena, para expiar la ofensa de haber fusilado la imagen del Cerro. ¡Cómo no vamos a rezar por ellos!»
De no ser por un pequeño golpe en una esquina del Corazón, fruto de la caída del monumento cuando fue dinamitado, no sería fácil distinguir la antigua piedra que veneran las religiosas en la capilla de la Santa Reliquia -como empezó a llamarla santa Maravillas- de la reconstrucción que hoy corona, como antaño, el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la Península. Un emplazamiento nada casual: «Estamos aquí con el Sagrado Corazón de Jesús para acompañarle, adorarle y orar por España. Él ha querido reinar en España desde el corazón del país, y nosotras oramos por todos los hombres desde el Corazón de Jesús. Porque el Señor tiene corazón, no es un ser etéreo», dice una carmelita. Son palabras que se confirman por los sentidos, no sólo por la fe, porque quien visita el carmelo del Cerro de los Ángeles y observa el monumento, experimenta la sensación de estar, no sólo en el corazón geográfico del país, sino en el corazón latiente de España; como si las oraciones de estas religiosas sostuvieran muchas más vidas de las que uno pueda imaginar.
Sin Dios, no hay felicidad
Y con tantas almas por sostener, tienen mucho por lo que orar y muchas ofensas por reparar, «porque hoy -dice otra de las religiosas- le hieren otras balas; sobre todo, la ingratitud. En la vida de los hombres falta Dios. Y sin Dios, el hombre es enemigo del hombre; gobierna el demonio, la falsedad, el egoísmo. Cuando salgo de la clausura para ir al médico, me impresionan las caras de la gente. No tienen felicidad, mientras que aquí dentro hay rostros de paz y alegría». Una de las más jóvenes apostilla: «Me da mucha pena que algunos de mis amigos crean que no soy libre, cuando ellos son esclavos de muchas cosas. Sin Dios, no hay felicidad». Como dicen ellas mismas: «Somos lamparitas, que el Señor se enciende por amor a los hombres. Queremos su felicidad en Dios; por eso oramos y hacemos penitencia». Y concluyen entonando a coro una canción que reza así: «Porque España necesita de tu dolor, has de sufrir y expiar. Lamparita, lamparita, no te vayas a apagar. Porque la Iglesia necesita de tu calor, tú la tienes que alumbrar». Y el corazón de quien lo escucha, en efecto, parece escuchar el latido del Corazón de Jesús.