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«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»

La Virgen María fue enseguida a ver a su pariente Isabel. En cuanto el ángel le hizo saber que Dios había obrado un milagro en ella. No porque no creyera, ni dijo que su fe era adulta y fuerte y no necesitaba que Dios hiciera prodigios y señales milagrosas para creer. Sino que fue rápidamente a ver a Isabel, porque María no despreciaba la señal de Dios.

En los tiempos actules, si la Virgen se aparece como en Lourdes, Fátima y otros lugares, lo lógico es acudir allí y no decirle a Dios que uno es adulto en su fe y no necesita esas apariciones. Sino hacer mucho aprecio de las señales que Dios nos envía. No decirle no gracias, sino sí por favor y gracias.

No hacer caso de las apariciones de la Virgen es lo que hizo el rey Acab cuando Dios le dijo que pidiera una señal y él se negó. Dios expresó por medio de Isaías el estrés que le causaba ese rehúse: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?

Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo:

«Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.»

Dijo Ajaz:

«No la pediré, no tentaré a Yahveh.»

Dijo Isaías:

«Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».

Is 7,10-14

Por cierto esa información del ángel a María fue tras la pregunta de la Virgen: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». Ella sí preguntó cómo, pues su virginidad venía de Dios y también venía de Dios su compromiso de matrimonio virginal con san José. Y obtuvo de parte de Dios cumplida respuesta.

Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»

María respondió al ángel:

«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»

El ángel le respondió:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.»

Dijo María:

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y el ángel dejándola se fue.

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Lc 1,26-40