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8 LA NATURALEZA AUTOCOMUNICATIVA DEL ACTO Y EL CARÁCTER LOCUTIVO DEL ENTENDER
Francisco Canals Vidal
En la pérdida de la coherencia y de la
fuerza sintética del pensamiento filosófico de santo Tomás
fueron factores esenciales el olvido de aquello que Domingo
Báñez presentaba como "lo que los tomistas no quieren oir",
es decir, que "el ser es la actualidad de todas las cosas"
(S. Th. Iª, Qu 3ª, artº 4º, in c.), y aquello que
Cayetano constataba que había que esforzarse en "meter en
la cabeza de los que filosofan" (In De Anima, III,
cap. 5): "el entender no es otra cosa que cierto ser".
La atención a los mismos textos de santo Tomás de Aquino nos
llevará a recuperar los caminos de su pensamiento, cuya pérdida
pudo llevar al predominio, casi generalizado en la tradición
tomista, del malentendido y falsa comprensión de la naturaleza
del pensamiento intelectual que atribuía la formación del
"verbo mental" a la indigencia del objeto, a su
distancia o desproporción respecto de la facultad intelectiva.
Insisto en que, a mi parecer, si se admite tal presupuesto, se
cierra todo camino para exponer fundadamente cómo se relaciona
el hombre al conocimiento de la verdad del ente.
Los diversos autores que, apoyándose en el carácter "sucedáneo"
del concepto respecto del objeto, han llegado a conclusiones
irracionalistas o agnósticas parecen más coherentes con su
punto de partida que los que se han esforzado en mantener el
sistema de un realismo tradicional dando por sentado que el
entendimiento no forma conceptos y enunciados conceptuales desde
la plenitud de posesión de lo entendido, sino, precisamente,
desde la ausencia y carencia de presencia y proporción de
aquello que tiende por su naturaleza a entender.
Si pensamos el ser como acto, tendremos que admitir, con santo
Tomás de Aquino, que es el ser mismo, en cualquier ente, lo
originante de su actividad y, con ella, de toda su eficacia y
fecundidad comunicativa y causativa de efectos propios de su
naturaleza. Para ello habrá que remover los prejuicios que
hablan de lo entitativo como estático y de lo operativo como
dinámico y fecundo, y también los que atribuyen la producción
de efectos causados por un sujeto activo a las acciones
predicamentales -en las que el sujeto agente tiene por
correlativo un término efectuado que reciba la acción.
Probablemente, una inadecuada aplicación de aquella dicotomía
entre lo estático y lo dinámico fue la que llevó, en el campo
de la teología cristológica, a una interpretación del texto
dogmático del Concilio VI, constantinopolitano tercero -que, al
definir la existencia en Cristo de una voluntad humana, la ponía
como "sujeta a su voluntad divina omnipotente" (DS nº
556)- en la que no se reconoce "una acción hegemónica del
Verbo sobre la voluntad humana" (cfr. Bartolomé María
Xiberta O.C. El Yo de Jesucristo, Herder, Barcelona 1954,
p. 96).
Menciono esto sólo como ejemplo muy significativo del
empobrecimiento que, a mi juicio, ha sido resultado de cierto
desconocimiento del sentido profundo en que hemos de entender el
enunciado según el cual "el obrar sigue al ser".
Podemos leer en el representativo manual de Gredt:
"Distinguimos una doble acción, la acción física o
predicamental, acción transeúnte, que consiste esencialmente en
la producción de un término, y la acción metafísica o
inmanente, que no consiste en la producción de un término.
Ésta es perfección, últimamente, del agente mismo, siendo así
que la acción transeúnte es, últimamente, por causa de la
perfección del paciente" (Elementa... nº 473, 1).
A partir de este presupuesto, puede negarse la esencial
comunicatividad del acto de entender. Dice, en efecto, el propio
autor: "No es acción física o predicamental, sino
metafísica, que a veces no produce término alguno y que, cuando
lo produce, no es por causa del término producido. Ahora bien,
el término o especie expresa no es producida sino per
accidens, para que se pueda ejercer, en el término producido,
la acción de contemplar el objeto ... la intelección, en cuanto
producción de una palabra mental, la llamamos locución, por lo
cual, la dicción o locución es el conocimiento mismo per
considerado en devenir, mientras ya formado el verbo o especie
expresa llega a ser perfecto y completo conocimiento como
contemplación del objeto (íbid. nº 476).
En el fondo, en el olvido del carácter locutivo esencial al acto
de entender, subyace el de la naturaleza propia del acto en
cuanto tal y, en definitiva, el desconocimiento o la falta de
atención a que "el entender no es sino cierto ser".
Santo Tomás, precisamente argumentando la realidad de la
procesión eterna de la Palabra de Dios, pone como premisa
filosófica cierta esta tesis:
"Es de la naturaleza de cualquier acto el que se comunique a
sí mismo en cuanto es posible. Por lo cual, todo agente obra
según que es en acto. Y obrar no es otra cosa que comunicar
aquello por lo cual el agente es en acto. El ejemplo de esta
comunicación lo encontramos, congruentísimamente, en la
operación del entendimiento" (De pot. Dei Qu 2ª,
artº 1º, in c.).
La atribución de la comunicatividad a la naturaleza misma del
acto y la inferencia, desde este principio, de tal
comunicatividad a la operación intelectual parece invalidar la
distinción generalizada en la escolástica tomista entre una
acción transeúnte, de la que es propio causar un efecto, y la
acción inmanente o metafísica, que sólo es perfección del
operante, pero no ejercicio de fecundidad comunicativa.
Leamos de nuevo a Santo Tomás:
"Hay una doble operación. Una es transeúnte, desde el
operante a algo extrínseco. Otra es la operación que permanece
en el mismo operante, y que es perfección del operante mismo:
pues el entendimiento no es perfecto sino en cuanto es
inteligente en acto. El primer género de operaciones es común a
los vivientes y a los no vivientes. Pero el segundo género de
operaciones es propio de los vivientes. Y, según uno y otro
género de operaciones, hallamos en las criaturas alguna
procesión. Pues decimos que lo engendrado procede del generante
y que lo hecho procede del que lo hace. Pero, en cuanto al
segundo género de operaciones, decimos que la palabra procede
del que la dice" (De pot. Dei Qu. 10ª, artº 1º, in
c.).
Tratando, precisamente, de las operaciones que son propias de los
vivientes, afirma santo Tomás, de la forma más inequívoca y
explícita, el principio de la universalidad de la naturaleza
comunicativa de los entes y de la interioridad de lo emanado por
las operaciones vitales: "según la diversidad de las
naturalezas, se halla en las cosas diversos modos de emanación;
y cuanto más alta es una naturaleza, tanto lo que emana de ella
le es más íntimo" (IV C. G. cap. 11).
Aquella común afirmación "el obrar sigue al ser"
pierde su sentido profundísimo en la distinción de lo
entitativo y lo operativo contrapuestos como lo estático y lo
dinámico. Toda operatividad, la transeúnte y predicamental,
causativa de efectos extrínsecos al agente, y la inmanente y
vital, emanativa de efectos tanto más íntimos cuanto más alto
es el nivel de ser del viviente -no olvidemos nunca que el vivir
significa un grado perfecto de ser, y es el ser de los vivientes-,
se origina en la actualidad del operante que, como toda
actualidad en los entes, se constituye desde el acto de ser.
Recordemos siempre que "el ser es la actualidad de todas las
cosas, incluso de las mismas formas". No olvidemos tampoco
que esta afirmación no implica la atribución a las formas en
cuanto tales del carácter de "potencia" que se define
como "capacidad de perfección" (tesis dos de las
veinticuatro tesis), ya que la forma y la esencia en cuanto tal
es acto (v. en santo Tomás De spirit. creat. artº 1º,
ad primum), aunque toda esencia creada, finita, se comporte
respecto de su ser como potencia a acto, es decir, como receptiva
respecto del acto entitativo que la constituye en ente.
Porque, en definitiva, y porque el ser es el "efecto propio
de Dios", hemos de afirmar que "en tanto que la cosa
tiene ser, es necesario que Dios esté presente a ella según que
tiene ser. Porque el ser es aquello que es más íntimo a
cualquier cosa, y que es profundamente inherente a todas las
cosas, por ser formal respecto a todo lo que en la cosa es"
(S. Th. Iª, Qu. 8ª, artº 1º, in c.).
Desde esta máxima intimidad, el ser es raíz de las operaciones
propias de las naturalezas. Raíz de que las acciones causativas
de efectos extrínsecos al agente puedan ser puestos en el ser
"instrumentalmente" por la causa creada, mientras que
sólo Dios mismo es el motor y causante primero de toda acción (tesis
veinticuatro; DS nº 3624) . Y raíz de que, en las operaciones
intelectuales en que se realiza y manifiesta la perfección del
grado más perfecto de ser que es el vivir, lo íntimamente
emanado por ella pueda ser expresión, por la infinitud propia
del entender como acto, de lo que los entes son, y así en el
lenguaje humano pueda describirse el orden entero del universo y
de sus causas (De ver. Qu. 2, in c.).
Si reconocemos, con santo Tomás, el ente, lo que tiene ser, como
lo primeramente conocido por nosotros los hombres y advertimos
que nuestro entendimiento se abre constitutivamente a la
universal verdad de todo ente, comprenderemos también, con el
propio santo Tomás, que pertenezca a la filosofía primera, a la
metafísica o ciencia del ente en cuanto ente, su consideración.
(In met. nº 273). Para esta temática de "ontología
fundamental" es una tesis nuclear la de la "esencia del
conocimiento". Sólo desde la comprensión del carácter
locutivo del acto de entender se advierte la palabra mental
expresada por el hombre como el elemento y lugar natural de la
verdad manifestada del ente. Que ésta sea la comprensión de la
esencia del acto de entender que se halla, en santo Tomás,
puesta en el centro de su interpretación de la realidad de la
ciencia es algo indudablemente expresado en sus obras:
"Lo entendido en cuanto entendido es necesario que exista en
el que entiende ... por lo cual, nuestro entendimiento, al
entenderse a sí mismo, existe en sí no sólo como idéntico a
sí por su esencia, sino también como aprehendido por sí
entendiendo. Pero lo entendido en el que entiende es la
intención entendida y la palabra" (IV C.G. cap. 11).
"Pues esto es lo primeramente y por sí entendido, aquello
que el entendimiento concibe en sí mismo sobre la cosa entendida,
ya sea la definición ya la enunciación o juicio" (De
pot. Dei, Qu 9, artº 5º, in c.).
Parece, pues, expresión adecuada para caracterizar el sistema de
pensamiento de santo Tomás sobre el conocimiento la que
propusimos hace ya algunos años, y que fue apoyada por
comentaristas autorizados: la del realismo pensante.