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5 EL CONOCIMIENTO POR CONNATURALIDAD
(Segunda parte de la conferencia dada en Barcelona el 28 de enero de 2004 con motivo del acto de la festividad de Santo Tomás organizado por la SITA y la Fundación Balmesiana)
Francisco Canals Vidal
Hallamos, en la primera cuestión de la
primera parte de la Suma Teológica, planteándose la pregunta de
si la Sacra Doctrina -que llamamos ahora Teología, aunque esta
expresión es ajena al propio Santo Tomás-, tiene el carácter
de sabiduría, una distinción que está presente a
lo largo de toda su obra:
Sabiduría se dice de dos maneras, según un doble modo de
juzgar, habida cuenta que es propio de la sabiduría el juicio
sobre las cosas. Pues ocurre que alguien juzga por modo de
natural inclinación, así como quien tiene una virtud juzga
rectamente acerca de lo que se debe obrar según aquella virtud,
en cuanto está inclinado a aquellas cosas; por lo cual, en el
Libro X de la Ética, cap. 5 y en el Libro VIII, cap. 4,
se dice que el virtuoso es la medida de los actos humanos. De
otro modo, se juzga por modo de conocimiento, como alguien
instruido en la ciencia moral puede juzgar sobre los actos
virtuosos aunque no tuviese virtud. El primer modo de juzgar
sobre lo divino corresponde a la sabiduría que es don del
Espíritu Santo; el segundo modo pertenece a esta doctrina,
según que se adquiere por estudio, aunque sus principios sean
creídos por la Revelación (S.Th.Iª Qu. 1, artº 6,
ad tertium).
Si alguien sospecha o espera que podrá hallar en Santo Tomás
una actitud irracionalista apoyada o bien en la
mística o bien en un voluntarismo, podrá advertir el
malentendido a que se ha dejado llevar por la falta de
comprensión de la distinción establecida por Santo Tomás
atendiendo al texto en que se plantea si la sabiduría es una
virtud intelectual, si tiene su propio sujeto en el entendimiento:
La sabiduría importa cierta rectitud del juicio según
razones divinas. Pero la rectitud del juicio puede darse
doblemente: de un modo, según el recto uso de la razón; de otro
modo, por cierta connaturalidad respecto a aquello sobre lo que
hay que juzgar, así como de lo que pertenece a la castidad juzga
rectamente el que adquirió la ciencia moral, pero, por cierta
connaturalidad a la castidad misma, juzga rectamente el que tiene
el hábito virtuoso de la castidad.
Así pues, tener un juicio recto sobre lo divino por
investigación racional pertenece a la sabiduría que es virtud
intelectual; pero tener un recto juicio de ello según cierta
connaturalidad a las cosas divinas corresponde a la sabiduría
según que es don del Espíritu Santo. Esta connaturalidad a las
cosas divinas se tiene por la caridad, que ciertamente nos une a
Dios, como se dice en I Cor. 6, 17: El que se adhiere a
Dios, se hace un espíritu con Él. Luego la sabiduría que
es don del Espíritu tiene ciertamente su causa en la voluntad, a
saber, en la caridad; pero su esencia la tiene en el
entendimiento, en el cual es propio juzgar (S.Th.IIª-II,
Qu. 45, artº 2, in c.).
La distinción entre el conocimiento por connaturalidad respecto
del conocimiento por intelección y discurso racional, que se
introduce en la Doctrina Sagrada de Santo Tomás precisamente
para caracterizar el más alto grado de conocimiento intelectual
que el hombre tiene por la actuación en su mente de los dones
del Espíritu Santo, no es, en modo alguno, un anticipo de
tendencias sentimentalistas, voluntaristas, desdeñosas con la
seriedad especulativa, contemplativa, en nuestro conocimiento de
Dios. El don del Espíritu Santo causa la rectitud de
nuestro juicio sobre lo divino, o sobre todo lo demás por normas
divinas, por cierta connaturalidad o unión a Dios; la cual
unión se obra por la caridad. De aquí que la sabiduría de que
aquí tratamos presuponga la caridad... por lo que esta
sabiduría de que hablamos no puede darse en el hombre en pecado
mortal (S.Th.IIª-II Qu. 45, artº 4, in c.).
Resplandece la vigorosa y coherente actitud
sintética del pensamiento del Doctor Angélico.
Siempre en equilibrio intenso y tensionado hacia el bien y la
verdad entre errores opuestos. Es, pues, absolutamente injusto el
juicio de Karl Jaspers que, en su obra La fe filosófica ante
la Revelación, caricaturiza a Santo Tomás como si buscase
siempre una inconsistente unificación de doctrinas opuestas. La
síntesis de Santo Tomás no concilia contrarios, ni pretende
superar contradicciones, sino que respeta enérgicamente la
realidad sintetizando, en su doctrina, lo que en la realidad de
las cosas ha sido armónicamente puesto junto por el
Creador, en orden, precisamente, a la comunicación del bien
participado a sus criaturas.
Por esto, nos interesa ahora dejar claras dos cuestiones entre
sí conexas: en primer lugar, no se puede hacer valer contra la
escolástica de Santo Tomás la amplísima coincidencia
prácticamente universal de los autores espirituales en proclamar
que es preferible sentir la contrición a saber
definirla (Venerable Tomás de Kempis, Imitación de
Cristo) o en recordar que no el mucho saber harta (es
decir, sacia) y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las
cosas internamente, como advierte San Ignacio de Loyola en
sus Ejercicios espirituales, en los que con frecuencia se
recomienda el conocimiento interno y se insiste en el
recuerdo de aquellos momentos en que el ejercitante ha
sentido algún conocimiento, y se habla explícitamente de
sentimiento espiritual.
Me complazco en recordar que nuestro maestro, el Padre Ramón
Orlandis, centró sus escritos sobre los Ejercicios de San
Ignacio en el esfuerzo en demostrar la continuidad y coherencia,
la identidad podríamos decir, entre los presupuestos
prácticamente prácticos de la espiritualidad de los
Ejercicios y la sistematización especulativamente
práctica de la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre la
acción de los dones del Espíritu Santo.
En segundo lugar, la armonía entre la gracia y la naturaleza
humana y el hecho radical de que es ésta en cuanto tal (pero
precisamente en cuanto herida por el pecado) la
destinataria, a modo de sujeto receptivo, de la gracia sanante y
divinizante, conducen connaturalmente a descubrir que la misma
estructura de la mente humana -que, por la posesión del acto de
ser en su alma, forma no totalmente inmersa en la materia, aunque
constituya el compuesto humano a modo de forma substancial, es
por su misma entidad capaz de auto-conciencia según su ser, de
experiencia perceptiva e inmediata de su vida ejercida en los
actos intelectuales y las voliciones conscientes y libres- la
hace obediencialmente apta para que su vida cristiana
se desenvuelva en la experiencia mística.
Un insigne teólogo dominico, Ambroise Gardeil, en su estudio L´estructure
de l´âme et l´experiènce mystique, apoyándose en el
admirable tratado sobre los dones del Espíritu contenido en el Curso
teológico de Juan de Santo Tomás, demostró plenamente esta
tesis. Es obvio el lugar de las consolaciones y sentimientos
espirituales de San Ignacio o de los gustos teresianos. No
tendrían otro lugar en que realizarse sino en aquel hombre
interior, constituido por el sí mismo consciente de sí
mismo en su ser. Si el Espíritu Santo obra en nosotros es porque
porque somos hijos ha sido enviado a nuestros
corazones. Corazón es la palabra bíblica que
significa este hombre interior cuya metáfora, en la piedad
católica, llegó a ser el mismo Corazón de carne del Hijo de
Dios encarnado.
Concluyamos diciendo que esta capacidad obediencial para recibir,
por don divino, la connaturalidad con el bien divino la podemos
hallar por cuanto si el hombre no fuese consciente de su vida
individual, por su entendimiento y su voluntad, no podría
siquiera la objetivación humana concebir la bondad del ente.
Afirma Santo Tomás, como precedente a la concepción de lo que
es como bueno, que el hombre, por su entendimiento,
aprehende que apetece lo que es (S.Th.Iª Qu.
16, artº 4, ad secundum).
Ciertamente es ésta una estructura universalmente constitutiva
de la naturaleza personal humana, pero precisamente cada uno de
los hombres puede formar el juicio sobre el bien en el ente, y
puede su juicio teorético hacerse, por extensión, práctico al
descubrir los fines a que se ordena naturalmente su vida personal
y conocerlos como debiendo ser buscados y debiendo
ordenar a ellos sus elecciones libres, como algo en que se actúa
y realiza aquella vida individual según la que cada hombre
percibe que él vive y existe y entiende.
El Beato Juan XXIII, en conversación con los que asistían al
acto de promulgación de la creación de la Universidad
Pontificia de Santo Tomás, el 7 de marzo de 1963, aludió a la
doctrina de Santo Tomás con una expresión que merece ser tomada
como una definición seria y formal de la mía: sapientia
cordis.
Santo Tomás afirma insistentemente, distinguiéndolo del que se
expresa en enunciaciones objetivas que se enlazan discursivamente
en el raciocinio, un conocimiento por connaturalidad
con lo conocido, como el que tiene el virtuoso respecto de la
vida moral, en concreto. Si no existiese esta connaturalidad
arraigada en la conciencia existencial con lo aprehendido por el
hombre, no conoceríamos, ni práctica ni teóricamente, la
bondad del ente.
Juan XXIII calificó la doctrina del Doctor Angélico como
sabiduría del corazón. La lectura de Santo Tomás,
hecha con sentimiento de connaturalidad con él, patentiza que
este conocimiento no invalida los juicios conceptuales, sino que
los vivifica y colma de plenitud de sentido.
Francisco Canals Vidal
Textos
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