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19 SANTO TOMÁS FRENTE AL DUALISMO MANIQUEO

Francisco Canals Vidal

Hace algunos años, estando vigente la polémica que precedió y siguió a la Encíclica Humanae Vitae de Paulo VI -que reafirmó la enseñanza tradicional sobre los fines del matrimonio-, los partidarios de que se reconociese la licitud moral de métodos artificiales de anticoncepción daban por superada y removida la moral matrimonial contenida en la Encíclica Casti connubi de Pío XI y en sucesivas alocuciones de Pío XII en aquella misma línea, y que fue confirmada, precisamente, por aquella Encíclica de Paulo VI.

Argumentaban en contra de la enseñanza tradicional, que señala como fin primario del matrimonio la procreación y educación de los hijos y afirma que la unión íntima y la entrega personal de los esposos por el amor conyugal son un fin que, por su misma esencia, se ordena a la generación de los hijos. ¿No hay en esto -se preguntan algunos- un contagio de mentalidad maniquea, con su horror al cuerpo como algo constitutivamente malo? ¿No se considera, así, la unión sexual como algo sólo tolerable en orden a la generación?.

Si tenemos presente lo que hemos leído en Santo Tomás en la Aportación anterior, "Naturaleza humana y generación", en la que vimos una afirmación tan clara de la dimensión positiva y perfectiva de la felicidad humana, del deleite de la unión de los sexos -que Santo Tomás reconoce hubiera sido más intenso en estado de inocencia que en el estado de naturaleza caída- podremos sospechar que nos desorientamos si nos dejamos arrastrar por malentendidos semejantes.

La hostilidad maniquea al matrimonio es una de tantas actitudes proféticamente denunciadas por el Apóstol Pablo: "El Espíritu abiertamente dice que, en tiempos posteriores, apostatarán algunos de la fe dando oídos a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios, inducidos por la hipocresía de algunos impostores... que proscribirán el matrimonio" (Iª Tim. Cap. 4, 1-3).

Hay que recordar lo que fue el maniqueísmo y cuáles era sus criterios y actitudes en materia sexual, si lo hacemos, podremos constatar que, en el corazón mismo de su prohibición del matrimonio estaba la hostilidad a la generación humana. San Agustín, convertido a la fe cristiana después de haber experimentado la actitud de los maniqueos, expresa su indignación contra su hipocresía: a sus adeptos, a quienes no prohibían la unión con mujeres, les enseñaban a conocer los tiempos en que se podía proceder a la unión con la mujer sin "riesgo" de generar hijos:

"¿No sois vosotros quienes consideráis que la generación de los hijos es un pecado mucho más grave que la unión de los sexos, ya que por la generación el alma queda ligada a la carne?...¿No sois vosotros quienes nos aconsejabais que nos abstuviésemos del comercio sexual durante el período en que la mujer es más apta para engendrar para evitar que el alma quedase así atada a la carne? Las nupcias unen al hombre y a la mujer por causa de la generación de los hijos... no es un matrimonio donde se procura que la mujer no sea madre, por lo cual, ciertamente, prohibís las nupcias y no podéis defenderos de este crimen que ya fue profetizado de vosotros por el Espíritu Santo" (De moribus ecclesiae catholicae et de moribus manicheorum, Lib. II, párrafo XVIII).

El texto de San Agustín nos patentiza que la "carne" a la que no querían ligarse los maniqueos significa, precisamente, la naturaleza humana creada por Dios y que la libertad del espíritu que querían mantener evitando la generación de los hijos estaba definida por la hostilidad a la naturaleza y a sus leyes. La "libertad del espíritu" en que querían mantenerse los maniqueos era el enfrentamiento al carácter natural del amor con que los padres aman a los hijos que han engendrado.

Que tal era la orientación de la antítesis entre "espíritu" y "naturaleza" en los maniqueos se nos hace patente en la argumentación de San Bernardo frente a los primeros cátaros, cuya hipocresía denuncia con estas palabras inequívocas:

"Fingen creer que no hay impureza sino en el matrimonio, cuando sólo el matrimonio hace que el coito no sea torpe" (Sermón sobre el Cantar de los Cantares nº 56, "De los errores de los herejes").

Los testimonios de San Agustín y de San Bernardo nos revelan una mentalidad enfrentada a la naturaleza creada por Dios y a la Ley natural grabada en el corazón del hombre. La "libertad del espíritu" se ejerce en el enfrentamiento y hostilidad al orden puesto por Dios en el universo. Que tal es la intención profunda de lo que llamamos "maniqueísmo" se hace comprensible si atendemos tal como fue históricamente en la secta fundada por Manes: se trata de una de tantas gnosis o "herejías" que los Santos Padres frecuentemente distinguían del llamado "error judío".

Éste consistía en reafirmar de tal manera la vigencia de los Libros del Antiguo Testamento que se desconocía la novedad del Evangelio: el carácter propio de la gracia redentora. Mientras los judaizantes, que se llamaban a sí mismos "ebionitas", consideraban al Mesías como un mero hombre y reducían a un horizonte terreno el Reino Mesiánico, los herejes gnósticos rechazaban la venida de Cristo en carne (cfr. Iª Iohannes 4, 2-3). Rechazaban el Antiguo Testamento, los Libros de Moisés y todas narraciones referentes al Dios Creador y Legislador, del que blasfemaban como tiránico y opresor. Entre las gnosis, las hubo que daban culto a quienes, en el Antiguo Testamento, se habían opuesto al Dios de Israel, Creador y Legislador: había entre ellos adoradores de la serpiente del Paraíso ("ofitas"), adoradores del fratricida Caín y también de los sodomitas (que por su pecado contra naturaleza habían sido maldecidos y castigados por el Dios de Israel).

Marción, en quien culmina este enfrentamiento antitético -su principal obra lleva el título de Antítesis- caracterizaba el Dios del Antiguo Testamento como omnipotente, tiránico y belicoso, mientras que el Dios que había enviado a Jesucristo no tiene otra obra sino el liberar al hombre, con Su bondad, frente al Dios de Israel.

Por el Adversus Haereses de San Ireneo, el Adversus Marcionem de Tertuliano, y por todo lo que podemos conocer de los escritos de los gnósticos, descubrimos en ellos una mentalidad común, dualística y antitética, que muestra el parentesco de las gnosis, que toman forma de "herejía cristiana", respecto de un tipo de concepciones filosóficas con milenios de existencia que van tomando expresiones distintas según la situación cultural y las concepciones religiosas entre las que se manifiestan.

En este tipo de filosofías no se busca un principio unitario, sino una o varias parejas de principios entre sí enfrentados. Se trata de una dialéctica sin movimiento de superación sintética de estos opuestos, que tienen un carácter fundante y absoluto. No se busca, para explicar la realidad, un "elemento" unitario, sino una pareja de "co-elementos" cuya correlación consista, precisamente, en una oposición antitética insuperable. He aquí algunas parejas afirmadas por los pitagóricos (v. Aristóteles Metafísica, libro alfa, 986 a, 22-27): lo determinado y lo indeterminado; lo impar y lo par; lo uno y lo múltiple; la derecha y la izquierda; lo masculino y lo femenino; lo estático y lo en movimiento; lo recto y lo curvo; la luz y las tinieblas; el bien y el mal; lo cuadrado y lo oblongo.

"Absolutizando" oposiciones en distintas regiones del ente y de distinto carácter -contrarias, privativas, correlativas y aun contradictorias-, esta actitud mental de la que han surgido "religiones" como el taoismo (poniendo el yin y el yang) o el zoroastrismo (divinizando la luz y las tinieblas) resurge en diversas situaciones culturales y así modernamente, por ejemplo, la hallamos en el existencialismo sartriano (con el ser y la nada, en la que la nada es lo que posibilita la libertad por ser, precisamente, como "un agujero" en el ente).

Absolutizadora de lo inmanente y ambiciosa de una explicación omniabarcante de la naturaleza y de la historia, esta mentalidad atraviesa hoy múltiples dimensiones de la conciencia histórica y de la vida social, y la hallamos presente en las "antítesis" que se expresan en el "conflicto de generaciones" (en la familia y en el ámbito educativo), la hostilidad y enfrentamiento de los "géneros" (con el machismo y el feminismo), los conflictos revolucionarios entre estamentos y clases sociales. Lo bueno y lo malo ha sido visto en lo burgués y lo noble, después lo será entre el proletario y el burgués, aunque no debemos tampoco olvidar que la misma antítesis entre lo bueno y lo malo invertirá con frecuencia su sentido para encontrar expresiones literarias que hablan de "las flores del mal" o recuerdan que "haciendo el bien se puede hacer daño".

Las mentalidades "maniqueas" entienden el mal (contradiciendo la doctrina de la Sagrada Escritura y en la Tradición cristiana, en especial la doctrina de San Agustín y la de Santo Tomás), olvidando su carácter privativo, como algo consistente y substancial, activo y eficiente en cuanto tal, pero, por lo mismo, impotente para afectar al bien y, por la especial dialéctica de antítesis sin superación, esta mentalidad lleva por sí misma a reiteradas inversiones del sentido de los opuestos. El pensamiento se instala en un monismo que no niega, sino que se opone a la pluralidad, o se instala en un pluralismo que, por no fundarse en un principio unitario del que participa, es un perpetuo combate contra la unidad.

Esta mentalidad (la hipócrita radicalidad "moralizadora" de las actitudes maniqueas) en que parece desarrollarse históricamente el misterio de anomía de que habla San Pablo (II Tess., 7), o el espíritu de seducción profetizado en la primera carta de San Juan (I Ioh., 6), tiene como característica el olvido o negación explícita del libre albedrío humano y divino. El contemporáneo lenguaje alude constantemente a la permanencia inmutable de las actitudes "inmovilistas" que supone, precisamente, no capaces de cambio, mientras absolutiza la positividad del movimiento. En el torbellino de su dialéctica sin superación de opuestos se ejercita en llamar malo a lo bueno y a lo bueno malo, en llamar luz a las tinieblas y a las tinieblas luz y, por la conexión y continuidad profunda entre la verdad, el bien y la belleza, esa anárquica mentalidad viene a proclamar lo que las brujas en la tragedia McBeth: "Lo hermoso es feo y lo feo es hermoso".

La hostilidad rebelde contra lo bueno viene posibilitada por aquella caracterización que pone lo bueno en línea con lo estático, lo cerrado o lo cuadrado, o lo determinado, es decir, no se conoce un bien difusivo de sí mismo, donador por amor efusivo y participación en perfecciones en los grados de ser, sino que lo bueno es constitutivamente incapaz de comunicarse y de ofrecer posibilidades y aperturas. Lo bueno sería visto como inerte y hostil a la vida.

Ya se comprende que, en el sofisma implícito que inmoviliza y priva de comunicación a lo determinado y estable, se piensa siempre a partir de cerrados univocismos que impiden, precisamente, toda participación de perfecciones en la finitud y la multiplicidad. Insistamos en que la analogía fue el camino recibido de Aristóteles y llevado a plenitud por Santo Tomás que permite a nuestro lenguaje referirse al Dios Uno y eterno como Viviente, como Amor efusivo, comunicador del bien participado en sus criaturas. Un Dios pensado como el ente uno de Parménides no puede ser comprendido como donador de perfección y bien a otros entes múltiples y finitos. El Dios dominador de Marción no puede ser redentor por amor misericordioso.

Francisco Canals Vidal

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