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135 LA LUZ DEL ENTENDIMIENTO AGENTE EN LA ONTOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
(Artículo publicado en el nº 1 de la revista Convivium, 1960)

Francisco Canals Vidal

V. La estructura de la mente humana y la connaturalidad  a ella de la “luz del entendimiento agente”

“En las inteligencias se afirman la potencia y el acto... Por lo tanto, hay entre ellas una distinción según el grado de potencia y acto, de tal modo que la inteligencia superior, que está más cercana al acto primero, tiene más acto y menos potencia, y así en las demás.”

“Y esto termina en el alma humana, que tiene el grado último en las substancias intelectuales. Por lo tanto, su entendimiento potencial se comporta respecto a las formas inteligibles como la materia primera, que tiene el grado último en el ser sensible, se comporta respecto a las formas sensibles. Y por ello el Filósofo la compara con una tablilla en blanco, en la cual nada hay pintado. Y por esto, como entre las demás substancias inteligibles tiene el máximo de potencia, viene a ser tan cercana a las cosas materiales, que atrae una cosa material a participar de su ser; de modo que del alma y el cuerpo resulta un ser en un compuesto; aunque ese ser, en cuanto es del alma, no depende del cuerpo” (Op. De ente et essentia, c. 5, fin).

En torno a este pasaje sería posible sistematizar las tesis capitales de la gnoseología tomista. Por nuestra parte, va a servimos siquiera de puente para llegar, a partir de las tesis hasta aquí establecidas a propósito del conocimiento angélico, a la integración en la ontología tomista de su doctrina de la “luz del entendimiento agente”, como acto de los inteligibles abstraídos de las imágenes, explicando su connaturalidad a la mente humana por la actual inmaterialidad e inteligibilidad de la misma.

La “Forma” que es puramente “Acto”; la “Esencia” infinita que es el “Mismo Ser subsistente”, es el Entendimiento en Acto puro: el Entender que se entiende a sí mismo, en la plena intimidad de su subsistencia en sí.

Pero “Toda forma, en cuanto tal, es acto”, dice Santo Tomás (Quaest. De Spirit. Creat., art. 1, ad 1). Según esto, toda “forma” totalmente separada de la materia y subsistente en sí, se comporta como entendimiento y como entendida, en cuanto posee en sí el “ser”. Este “ser” la constituye, en efecto, en infinitamente luminosa. Pero en cuanto esencia específica y limitada, “sujeto” participante del “ser”, tiene un entendimiento “potencial”: capacidad siempre actuada, empero, por los inteligibles connaturales a ella, y especificativos de aquella luz infinita.

Por el solo juego de estos dos principios se constituye el inmenso orden jerárquico de las “inteligencias”, substancias o “formas” puramente intelectuales.

La visión “descendente” de este orden del ser inteligible conduce a Santo Tomás hasta el alma humana. Ella -última de las substancias intelectuales- no es sino la “forma” incorpórea y subsistente unida a la materia para constituir el hombre. El alma humana, por este modesto lugar que le corresponde, es, en su esencia, puramente potencial en el género de las substancias intelectuales e inmateriales. Por esto se une convenientemente a un cuerpo, de modo que el compuesto -el hombre- tiene un solo ser y es una substancia. Capaz por su entendimiento de “ser hecha todas las cosas”, debe, sin embargo, “recibir” de las cosas corporales, a través de facultades cognoscitivas vital y conscientemente “pasivas” frente a ellas. Es necesario, pues, que el alma intelectiva tenga, no sólo la facultad de entender, sino la de conocer por los sentidos: “era necesario que el alma intelectiva... tuviera también la virtud de sentir”. El objeto primero y proporcionado del entendimiento humano será, pues, la naturaleza de las cosas materiales.

“En el confín de las criaturas espirituales y las corporales”: última razón de que nuestra mente se compare a las cosas sensibles como la potencia al acto, en cuanto que en nuestra mente las formas determinadas de las cosas no existen sino en potencia, mientras que existen en acto en las cosas mismas “fuera del alma”, lo mismo que en las “imágenes” que las representan “espiritual” e íntimamente en la conciencia del hombre.

Santo Tomás no desmiente nunca este carácter potencial de nuestra alma intelectiva. Y, sin embargo, afirma la existencia en ella del “entendimiento agente”, y no por cierto como de algo sobreañadido o cuya acción pudiese ser suplida por la de algún agente extrínseco. Así como el entendimiento “posible” es la capacidad o virtud receptiva de nuestra mente respecto a los inteligibles, el entendimiento agente es su virtud activa sobre las imágenes; es la misma luz de nuestra alma, el “acto de los inteligibles” que “hace”, actuando “como la luz”, por su misma presencia iluminadora. “Las formas -dice Santo Tomás- son hechas inteligibles en acto por virtud de la substancia inteligente, según que son recibidas en ella y que son actuadas por ella”.

Esta virtud se da en nuestra mente en cuanto se compara a las cosas materiales y a las imágenes sensibles “como el acto a la potencia”: porque las cosas materiales y las mismas imágenes están en potencia en orden al ser inmaterial e inteligible, mientras que “la mente misma es inteligible en acto y posee actualmente la inmaterialidad y la naturaleza intelectual” (De Ver., X, art. 6, citado arriba, “Proposición del problema”).

Claro que no equipara Santo Tomás, con estas expresiones, nuestra alma intelectiva a una “substancia perfecta y subsistente en ser inmaterial”, cuyo entendimiento está en acto por la intrínseca inteligibilidad de la misma. En tal caso, en efecto, holgaría toda investigación sobre la radicación en la substancia del alma de una virtud activa que eleve al ser inteligible las naturalezas sensibles de las cosas: tales naturalezas materiales, en efecto, no serían ya, en este caso, el “objeto proporcionado” de la inteligencia humana, sino que lo sería su propia substancia inmaterial, y aquéllas le serían conocidas, como al ángel, a partir de su misma esencia: ésta sería “una evidencia y por consiguiente un conocimiento primario y principio del conocimiento de las demás cosas”.

De ningún modo desmiente, pues, Santo Tomás la absoluta potencialidad de nuestra mente con respecto a los inteligibles; porque no se trata, con su doctrina del entendimiento agente, de afirmar precisamente la presencia innata en ella por modo actual o virtual, de algún “inteligible”, de alguna “forma especificativa” de su intelección; sino la intrínseca connaturalidad a la mente del “ser inteligible” de los inteligibles abstraídos de las imágenes.

La “posesión en sí del ser” por la que la substancia inmaterial goza de aquella “vuelta hacia su esencia” que es su propia “subsistencia en sí”, constituye la luz infinitamente iluminadora, el “ser” y “acto” inteligible de la propia substancia y de las especies connaturalmente radicadas en ella.

Ahora bien: Santo Tomás define el entendimiento como constitutivo del supremo y perfecto grado de vida, precisamente por esta posibilidad de reflexión, que es la subsistencia en sí: “pues el entendimiento reflexiona sobre sí y se puede entender a sí mismo”. El alma humana, que por estar unida substancialmente a la materia no posee por su esencia la actual reflexión sobre sí, no podría, sin embargo, ser ni siquiera potencialmente intelectiva si no conservase según su propio modo la estructura característica del espíritu en cuanto tal, imagen de la subsistencia en sí del Acto puro.

“Aunque resulta un solo ser en el compuesto de alma y cuerpo, aquel ser, en cuanto es del alma, no depende del cuerpo” (De ente et essentia, loc. cit.). Por esta independencia de la materia en su ser, el alma misma que constituye el cuerpo humano es también “mente” o “espíritu” o “alma intelectiva”.

Esta estructura del espíritu humano es tal, que el alma, en el estado “post mortem” de separación de la materia, tiene aquella subsistencia en sí y posesión del ser cuya actualidad manifestativa infinita se especifica por formas connaturalmente inherentes a su substancia.

Pero aun en un estado “natural” y “originario” de forma constitutiva del cuerpo humano, su entendimiento -como advierte Juan de Santo Tomás - “emana del alma como de una raíz inteligente e inteligible (es decir, como de un entendimiento actuado por la intrínseca inteligibilidad de una esencia inmaterial), aunque no se manifiesta esta inteligibilidad de un modo puramente espiritual porque está impedida por su conversión a lo sensible” (Juan de Santo Tomás, I, q. 55).

Pero si esta inteligibilidad no se manifiesta de un modo puramente espiritual (lo que excluiría toda pasividad en el entendimiento y sería incompatible con la unidad substancial del compuesto humano), se manifiesta, ciertamente, según el modo propio del hombre, a saber: en el conocimiento “habitual” constituido por la esencia inmaterial de la mente, cuyo acto es la percepción que cada uno -al estar en acto de entender- tiene de su propia alma en cuanto posee en sí el “ser” (que, “en cuanto es del alma, no depende del cuerpo”):

“Y así, por el hecho de entender o sentir, el alma viene a percibirse actualmente como siendo.” (De Ver., X, art. 8, c.).

Pero, en cuanto a este conocimiento que Santo Tomás llama “habitual” para indicar su inmediata continuidad con el conocimiento actual descrito, sin necesidad de ninguna disposición o “hábito” sobreañadido que le capacite para aquel acto, escribe:

“Digo... que el alma se ve por su esencia; esto es: por el hecho mismo de que su esencia le es presente, es capaz de salir al acto del conocimiento de sí misma.”

“Pero para que el alma se perciba como siendo y atienda a lo que en ella acontece... basta la sola esencia del alma, que está presente a la mente; pues de ella surgen los actos en los que ella se percibe actualmente” (De Ver., X, 8, c.).

La mente humana no tiene de modo permanente y connatural la “vuelta hacia su esencia, en cuanto que tiene ser”, es decir: la reflexión constitutiva del “ser” en acto del entendimiento; porque, siendo a modo de “materia prima” (es decir: puro “sujeto”) en el género de las substancias intelectuales, sólo por la recepción de una especie inteligible “existe en acto” como inteligente. Ya que el ente inmaterial es actualmente consciente de sí mismo como existente por la íntima autopresencia, luminosa y transparente a sí, en que le constituye la operación inmanente en acto segundo.

La inteligibilidad intrínseca de la substancia inmaterial es formalmente idéntica con la actualidad esencial del entendimiento. La mente humana, pura potencia en el género del ente intelectual e inteligible, no tiene en su esencia, ni actual ni habitualmente, ninguna forma inteligible, y así no está connaturalmente actuada para la intelección de una esencia objetiva: es, al contrario, pura “materia” o “sujeto” intelectual e inteligible.

“Nuestra alma, en el orden de los inteligibles, es como potencia pura, como la materia en el orden de lo sensible; y por eso, igual que la materia no es sensible a no ser por una forma que le sobreviene, asimismo el entendimiento posible no es inteligible a no ser por una especie sobreañadida” (De Ver., X, art. 2).

Pero el ser es la actualidad de toda forma. El ser en acto en su consciente connaturalidad con todo ente y en su actualidad manifestativa infinita, es decir: el “entender”, no es causado en el sujeto intelectual humano en cuanto receptivo de las formas determinadas de las cosas: ya que el entender mismo es el “acto de los inteligibles” que le especifican y limitan en su referencia al ente universal. El “ser” en que el entender consiste, no se “rebaja” en el hombre hasta la pura potencia intelectual sino para ser participado, como “entender en acto”, según el modo humano.

La mente es “inteligible en acto” en comparación con las cosas materiales, es decir: hay en ella el “ser” y la “luz” suficiente para elevar a la actual inteligibilidad las naturalezas de las cosas sensibles. Las cosas materiales están fuera del género del ser inteligible e intelectual. Ni pueden presentarse al entendimiento como un inteligible objetivo y extrínseco, en razón de la concreción material de su forma. Así no dice de ellas (ni siquiera del hombre en su naturaleza corpórea y sensible, concretada en un individuo material) que sean “potencia en el orden inteligible”, sino, lo que es muy distinto, que son “inteligibles en potencia”, a saber: en cuanto participan de una “forma”, y puede la substancia intelectual humana, que las tiene como objeto proporcionado, “hacer en sí” sus semejanzas inteligibles, abstraídas de las imágenes.

Pero la misma mente, en cambio, pertenece al género del ente inmaterial e inteligible, aunque sea, en este orden, como pura potencia. Su esencia misma es una “habitual” reflexión sobre sí, anterior al acto abstractivo; y esta “noticia” no es un accidente:

“La mente, antes de que abstraiga de las imágenes, tiene noticia habitual suya, por la que puede percibirse como siendo” (De Ver., X, art. 8, ad 1).

 “La noticia por la que el alma se conoce a sí misma no pertenece al género del accidente en cuanto es aquello con lo que se conoce en hábito; sino sólo en cuanto es acto de cognición; por tanto, dice san Agustín que la noticia está substancialmente en la mente en cuanto que la mente se conoce a sí misma” (Ibid., ad 14).

Por este mínimo grado de participación del Acto puro que es “Ser” e “intelección” subsistentes, esta “reflexión” o “noticia habitual” del alma se actuará en la iluminación que hace los inteligibles en acto, por los que el hombre entiende.

Por esto dice Santo Tomás:

“El entendimiento humano se comporta en el género de las cosas inteligibles como un ente meramente en potencia, como la materia primera en el género de las cosas sensibles. Así pues, considerado en su esencia, se comporta como una potencia inteligente. Por lo que, de sí mismo... no tiene virtud de ser entendido, a no ser en cuanto que se hace en acto.

“Pero como le es connatural a nuestro entendimiento según el estado de la vida presente que se refiera a lo material y sensible... resulta que nuestro entendimiento se entiende a sí mismo precisamente en tanto que se hace en acto por las especies abstraídas de lo sensible por la luz del entendimiento agente, que es el acto de esos inteligibles, y mediante ellas entiende el entendimiento posible” (S. Th. I, q. 87, art. 2).

El ser inmaterial de la mente conserva, pues, una actualidad manifestativa por la que el hombre adquiere la conciencia de sí en la actual referencia y apertura objetiva al ente universal, concretado en la esencia de las cosas sensibles representadas en las imágenes.

Así se comprende el sentido de la dependencia en que Santo Tomás sitúa el que llama “hábito de los principios” con respecto al entendimiento agente:

“Es necesario que preexista un entendimiento agente al hábito de los principios, a modo de causa suya; pues esos principios se comparan al entendimiento agente como ciertos instrumentos suyos, ya que por ellos hace inteligibles en acto las otras cosas” (Q. Disp. De An., art. 5, c.).

Lo que inmediata y connaturalmente se sigue a la actual iluminación de la imagen es la concepción del “ente” (y “ente se toma del acto de ser”), el cual se predicará objetivamente según el modo que comporta la radical intencionalidad de la mente, por su participación inmaterial del “ser”.

La actividad del entendimiento agente es, pues, la que compete a la mente por su propia estructura, en cuanto es “inteligible en acto” con una inteligibilidad “habitual” y “existencial”. La atribución a la mente de una más perfecta inteligibilidad es incompatible con la unidad substancial del hombre; pero, si no se reconociera ni tan siquiera ésta, no podría explicarse la “virtud receptiva” de la mente respecto a los inteligibles, ni tan sólo recurriendo a una actividad iluminadora directa de la Causa primera del ente. Luz subsistente y “Sol inteligible”: porque al ente que no puede tener conciencia de sí mismo como existente, le es imposible la asimilación consciente y objetiva de la esencia del ente.

El actual conocimiento de sí mismo como existente supone en el hombre la “inherencia” en su entendimiento de una especie inteligible por la que entienden la esencia de algo bajo la razón universal de ente. Pero toda la doctrina de la “conversión a la imagen”, tal como Santo Tomás la concibe, supone que ya en la primera recepción de la especie, la aparición en la imagen iluminada de la esencia inteligible se produce en lo íntimo de aquella reflexión connatural que es la luz del ser, participada según el modo humano.

Es cierto que desde el punto de vista del objeto propio del entendimiento, la percepción del alma en su “ser” y en sus actos no es la de “algo grande o principalmente entendido”, remotamente distante, en eso, de la “Intelección de Intelección” que es el “Mismo ser subsistente”. El contenido de esta percepción es “una verdad de hecho”, absolutamente patente e indudable por la consciente “posesión en sí” del “ser”, pero que no puede ser resuelta en la evidencia objetiva de los primeros principios. Y, sin embargo, en su misma inmediatez, anterior a su objetivación en un juicio contingente, esta conciencia perceptiva del propio “ser” es iluminadora y manifestativa del ente, constitutiva de toda inteligibilidad que especifique el entender humano.

También en el hombre esta intrínseca inteligibilidad, que es la posesión “radical” de la luz, se identifica con la “actual” posesión de la naturaleza intelectual, que hemos visto afirmaba Santo Tomás:

El entendimiento agente y el posible no difieren entre sí como un “ente” de otro “ente”, sino como la potencia y el acto en el seno de la naturaleza infinita del ente inmaterial, participada según el modo humano.

Esta naturaleza se rebaja hasta la pura potencia, por la unión substancial del alma y el cuerpo, la cual coarta la infinitud de la forma y la “hunde” hasta impedir, por la opacidad de la materia, la permanente autoposesión y subsistencia en ser inteligible que define la actualidad del espíritu como tal. Pero esta naturaleza es actual en el hombre, porque al “ser”, que, “en cuanto es del alma, no depende del cuerpo”, le compete la luz inteligible que llamamos “entendimiento agente”, “factiva” de todas las cosas en ser inteligible proporcionado al hombre. Por esto también la esencia del alma tiene, por sí misma, inclinación a recibir las formas, cuyo acto es la propia luz connatural a su ser; porque “cada ente obra y tiende a lo que le compete según su forma, en cuanto es cierto”, la misma presencia connatural de la luz da, pues, a la mente su dinamismo infinitamente asimilado que la inclina a la “descripción en sí de todo el orden del Universo y de sus causas.”

Por esto Santo Tomás, al explicarnos con San Agustín la intelección de la mente por sí misma, que la constituye en imagen de la Vida íntima de Dios, nos habla de una participación de la “Verdad inviolable” por la que tienen consistencia absoluta y validez eterna y universal nuestros juicios objetivos.

Cuando Santo Tomás dice que el entendimiento juzga de la verdad, no por algunos inteligibles que existan fuera de él mismo, sino por la luz del entendimiento agente que hace los inteligibles, no afirma, como hemos dicho antes, la primacía del entendimiento “subjetivo”, sino la primacía de Dios, “Ser subsistente”, “Luz inteligible” que no existe “fuera” de ninguna criatura, sino que está íntimamente presente a todo ente “según el modo en que tiene ser”. Y, así, está presente en la luz inteligible participada que es, en el hombre, el “acto” que manifiesta y declara el ser al expresar la esencia del ente. Luz radicada en lo más íntimo del hombre, como constituida por la actualidad inteligible propia de su mismo ser, el acto que da a cuanto de él participa -entitativa e inteligiblemente- la consistencia y estabilidad de la verdad:

“Mientras una cosa tiene ser, es necesario que Dios la asista en cuanto que tiene ser. Pues el ser es lo más íntimo para cada cosa y lo más profundo que hay en ella, ya que es formal respecto de todo lo que hay en la cosa” (S. Th. I, q. 8, art. 1, in c.).