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12 LA RAZÓN DE UN "EXTRAÑO
RESULTADO"
Crítica tomista al criticismo kantiano (3-IV-2003)
Francisco Canals Vidal
"Hasta aquí se ha creído que todo
nuestro conocimiento debía regirse según los objetos, pero
todos nuestros esfuerzos para decidir algo a priori sobre
estos objetos por medio de conceptos, a fin de acrecentar así
nuestro conocimiento, han quedado sin éxito en esta suposición.
Ensayemos si no se obtendrá mejor resultado en cuestiones
metafísicas suponiendo que los objetos deben regirse según
nuestros conocimientos" (B 16, 33-37). A esta formulación
explícita y enérgica de la hipótesis en cuyo estudio y
demostración se ocupa en su totalidad la Crítica de la
razón pura siguen unas reflexiones muy sorprendentes que
sitúan al lector reflexivo ante interrogantes que versan sobre
el mismo sentido e intención de la Crítica de la razón pura
y sobre los presupuestos inexpresados que llevan al
desconcertante "fracaso" de la "tarea emprendida".
Sigue diciendo Kant: "Esta tentativa consigue el resultado
deseado y promete a la Metafísica, en su primera parte, la que
no se ocupa más que de los conceptos a priori, y los objetos
correspondientes y conformes a ellos que pueden ser dados en la
experiencia, la marcha segura de una ciencia ... pero esta
deducción de la facultad de conocer a priori da, para la
primera parte de la Metafísica, un resultado extraño que es, al
mismo tiempo, según toda apariencia, muy desventajoso para el
fin de la segunda parte de esta ciencia. Este resultado no es
sino la demostración de que no podemos nunca sobrepasar por el
conocimiento los límites de la experiencia posible, lo que es,
sin embargo, el asunto esencial de la Metafísica" (B 18, 30-33;
19, 15-25).
Extraño resultado el que nuestro conocimiento sobre las cosas
que se ofrecen a nuestra experiencia no alcance a poder
reconocerse como tal como alcanzando a conocerla por modo
universal y necesario si no es a precio de reconocerse como no
siendo "conocimiento de las cosas en sí mismas", sino
sólo "como se nos muestran".
Resultado perjudicial respecto de lo "trascendente" al
universo de la experiencia humana, que Kant reconoce como el
"asunto esencial de la Metafísica", como conclusión
de haber demostrado la imposibilidad para el entendimiento humano
de traspasar más allá del objeto inmanente fenoménico.
Perjudicial pero inconsistente y contradictorio, porque si no
tuviésemos en nuestra conciencia de sujetos intelectuales y
pensantes algún camino por el que nos fuese, de algún modo,
alcanzable el sentido infinito del entender en cuanto entender,
ningún hombre hubiera podido decir "Sólo sé que no sé
nada", ni estaría en la filosofía humana, como tema a
pensar, el del carácter "potencial", limitado y finito
del entendimiento humano en cuanto humano.
Que el intento kantiano de "fundamentación de la
Metafísica" concluya, extraña y perjudicialmente, en el
hundimiento de la Metafísica es algo de lo que habrá que
encontrar la razón en la propia obra del creador del "criticismo
trascendental".
Martin Heidegger, en su Kant y el problema de la Metafísica -en
que propuso la lectura de la obra kantiana no como una "teoría
del conocimiento", sino como una "ontología
fundamental"- sostiene que, para Kant, el conocimiento es
también, esencial y primeramente, intuición. Alude al pasaje de
Kant en que habla del conocimiento divino, hipotéticamente y ad
hominem, notando que "todo su conocimiento debe ser
intuición, y no pensamiento, que, en todo caso, manifiesta
limitaciones" (B 71).
Si reconocemos que el pensamiento profundo de Kant está regido
por el principio de la intuición, nos explicaremos que una tarea
concebida, al parecer, en reacción contra el empirismo de Hume
concluya en la concesión de todo lo que, en aquel empirismo,
hundía y privaba de sentido al conocimiento del ente en cuanto
ente, del alma humana sustancial y de Dios como ente primero y
primera causa del ente.
Esta hipótesis podría resultar orientativa. Lo que aquí me
propongo realizar es una reflexión sobre algunos pasajes
centrales de Kant en que este empirismo vivido y presupuesto se
ejerce en los intentos de caracterizar aquello que el propio Kant
afirma que tiene que ser el centro de atención cuando queremos
investigar el origen de nuestros conocimientos: "Si queremos
investigar la razón interna de esta unión de la representación
hasta el punto en que todas deben converger para recibir,
finalmente, la unidad del conocimiento necesario para la
experiencia posible, debemos comenzar, entonces, por la
apercepción pura" (A 116).
Kant llama "apercepción pura" a la conciencia de mí
mismo como pensante. En el pasaje titulado (en la segunda
edición de la Crítica) "De la unidad
originariamente sintética de la apercepción", escribe:
"El yo pienso, o la conciencia de mi pensamiento, debe poder
acompañar a todas mis representaciones; de otro modo, algo
podría ser representado en mí sin poder ser pensado ... toda
diversidad de la intuición está necesariamente en relación con
el yo pienso, en el mismo sujeto en que se halla la diversidad.
Pero esta representación se da en espontaneidad, es decir, que
no puede ser considerada como perteneciente a la sensibilidad. La
llamo "apercepción pura" para distinguirla de la
empírica" (B 132).
Y, en una nota añadida a aquel pasaje, afirma: "La unidad
sintética de la apercepción es el punto culminante al que se
debe referir toda operación intelectual, incluso toda lógica, y
toda filosofía trascendental. Es más, esta facultad es el
entendimiento mismo " (B 134).
La audaz identificación de la apercepción pura con el
entendimiento en un contexto en que va a decir Kant "la
unidad de la conciencia es lo único que forma la relación de
las representaciones a objetos y, por consiguiente, su valor
objetivo; es lo que hace que las representaciones lleguen a ser
conocimientos y sobre lo que descansa la posibilidad misma del
entendimiento" (B 137).
Podría hacernos pensar, erróneamente por desgracia, que Kant
había redescubierto la conciencia que un sujeto intelectual
tiene de sí mismo, aquella "memoria de sí mismo" en
acto que Santo Tomás recibió de San Agustín, como la raíz y
origen fundante del entendimiento como facultad de conocimiento
de objetos. Si pensáramos en esta línea, recordaríamos que
también San Agustín expresa la dificultad de distinguir en la
mente humana la memoria de la inteligencia, aquella por la que
entendemos las cosas con un acto de pensamiento que forma en
nuestra conciencia la palabra mental en que expresamos la esencia
de lo entendido.
Tendremos que reconocer, no obstante, que Kant -que desconocía
el pensamiento de San Agustín y el vigoroso sistema en el que
Santo Tomás lo sintetizó con la doctrina aristotélica sobre el
conocimiento humano- no acertó, en sus esfuerzos por precisar su
pensamiento, ni a definir la pertenencia de la apercepción pura
al ser del espíritu pensante humano ni a liberarse de los
malentendidos simultáneos y correlativos del intuicionismo
empirista de Hume ni del intuicionismo racionalista cartesiano.
Kant se enfrenta a Descartes, que afirmaba la intuición
intelectual de la sustancia pensante en el cogito. El hecho de
que existo, que percibo siempre que pienso, lo interpretó
Descartes como una evidencia eidética y esencial, contra la que
Kant ironizaba diciendo que "Descartes hubiera tenido que
reconocer el carácter de "ente necesario" a todo ente
pensante". Pero, en su crítica a Descartes, quedó lejos de
las precisiones que formularía nuestro Jaime Balmes al
distinguir la verdad de hecho de la existencia del yo del
pensamiento esencial sobre la naturaleza del alma.
En la polémica kantiana contra Descartes, se puede advertir que,
en la negación de la intuición intelectual en la res
cogitans, se contenía también para Kant la negación de la cognitio
de anima secundum quod habet esse in tali individuo -de
carácter perceptivo e inmediato, pero no propiamente intuitivo-
que Santo Tomás distinguía claramente de la intelección de la
esencia del alma -ésta de carácter discursivo y originándose
en la reflexión sobre la naturaleza de las especies inteligibles
presentes en el hombre como principio de conocimiento de las
naturalezas de las cosas sensibles.
Descartes atribuía al hombre lo que Santo Tomás afirma en las
substancias separadas o ángeles. Kant, que negaba esto con
razón, no acertaba a reconocer aquella experiencia existencial
que acompaña a todo acto de conocer objetivo y que, como veremos
en entregas posteriores, es, para Santo Tomás, el lugar
connatural de la luz inteligible que, en la conciencia humana,
ilumina las imágenes sensibles para formar, a partir de ellas,
aquellas "especies inteligibles". Es estremecedora la
lectura de otra nota de Kant sobre el texto que, en la segunda
edición de la Crítica, trata de los "Paralogismos de la
razón pura", es decir, discute la validez especulativa de
los conocimientos racionales sobre el alma humana. Vamos a leer
íntegramente esta nota, en la que se percibe una reflexión
realizada durante años:
"El yo pienso es, como se ha dicho, una proposición
empírica, y contiene la proposición yo existo. Pero yo no puedo
decir: todo lo que piensa existe; pues, entonces, la propiedad de
pensar haría de todos los seres que la poseen entes necesarios.
Por consiguiente, mi existencia no puede ser concluida de la
proposición yo pienso, como Descartes lo ha creído (puesto que,
en otro caso, la mayor "todo lo que piensa, existe"
debería preceder, pero mi existencia es idéntica al cogito.
Esta proposición expresa una intuición empírica indeterminada,
es decir, una percepción (y, por consiguiente, muestra que ya la
sensación, que pertenece a la sensibilidad, sirve de fundamento
a esta proposición enunciativa de la existencia; pero precede a
la experiencia, que debe determinar el objeto de la percepción
en relación con el tiempo por medio de las categorías. La
existencia ya no es aquí una categoría que se refiera, no a un
objeto indeterminado dado, sino a un objeto del que se tiene un
concepto y del que se quiere saber si existe o no; del que se
quiere saber también si existe o no fuera de este concepto".
(Recordemos el sentido en que sostuvo Kant que "la
existencia no es un predicado real", es decir, que no es un
caracter a añadir a los que constituyen la definición de una
realidad. Aquí, Kant da a la existencia un significado
heterogéneo con el desarrollado al tratar del sistema de las
categorías).
"Una percepción indeterminada no significa aquí sino algo
real que es dado ..."
(Desde el principio de sus planteamientos, Kant había dicho que
los objetos son dados a una facultad intuitiva sensible, mientras
que, por el entendimiento, son pensados. La sensibilidad es
receptiva y el entendimiento es espontáneo. Pero aquí nos habla
de que la existencia del yo es algo real dado, para añadir que
es dado al pensamiento en general).
"... por consiguiente, no como fenómeno, ni como cosa en
sí (noúmenon), sino como algo que en la cosa existe y que, en
la proposición "yo pienso", es designado como tal,
pues hay que notar que, si he llamado a la proposición "yo
pienso" una proposición empírica, no he querido decir, por
ello, que el "yo" sea, en esta proposición, una
representación empírica. Es, más bien, una representación
intelectual, porque pertenece al pensamiento en general. Pero,
sin una representación empírica que da materia al pensamiento,
el acto "yo pienso" no tendría lugar y lo empírico no
es sino la condición de la aplicación o del uso de la facultad
intelectual pura" (B 422-424).
Mientras que, en el párrafo veinticinco y en la correspondiente
nota, se ha partido de la afirmación de que el "yo pienso"
es un acto de la espontaneidad y no una intuición empírica del
yo fenoménico, pero se terminaba sumergiendo la misma conciencia
del yo bajo lo fenoménico, Kant comienza aquí por afirmar el
carácter empírico de la proposición "yo pienso" para
afirmar después su anterioridad a la experiencia, presentar la
existencia "dada al pensamiento en general" como algo
real existente inmediatamente conocido como tal, y acabar
matizando y propiamente corrigiendo la tesis del carácter
empírico del "yo pienso" para poner en la experiencia
sólo una condición del uso de la facultad intelectual pura, a
la que se da el mismo yo pensante como real y existente.
Al decir Kant que "el yo pienso precede a la experiencia"
está descubriendo el caracter "trascendental" de esta
experiencia existencial del yo. Podríamos pensar que estaba
dándose cuenta de que "la mente, antes de abstraer de las
imágenes, tiene una noticia habitual de sí misma, por la que es
capaz de percibirse en su ser", como afirma Santo Tomás en De
Ver. Qu. 10, artº 8, ad primum. Diríase también que,
puesto que la mente humana se percibe existir al pensar algo en
acto (De Ver. Qu. 10, artº 12, ad septimum), también
Kant podría haber visto que la capacidad que por sí misma tiene
la mente, por su esencia, antes de recibir de las imágenes, para
esta percepción de sí misma, le da aquella "luz"
habitual que Santo Tomás afirmaba en la mente humana siguiendo a
Aristóteles y a la que llamó "entendimiento agente".
Pero, al estar alejadísimo este cuadro de conceptos
desprestigiado e incomprensible en la modernidad filosófica, era
imposible para Kant llevar a plenitud el hallazgo de la
trascendentalidad del yo cognoscente, afirmando de nuevo el
tradicional "pre-cognito" de la trascendentalidad del
hombre, individual, concreto y existente.
Nicolás Berdiaef notó que "la teoría del conocimiento
derivada de Kant sustituye el problema del hombre y de su
posibilidad de conocer el ser por el problema de la conciencia
trascendental, por el problema del sujeto gnoseológico ...
cuando, en realidad, la cuestión fundamental del conocimiento es
la de la relación que media entre la conciencia trascendental o
sujeto gnoseológico y el hombre, la persona humana viva y
concreta" (La destinación del hombre, José Janés
Editor, Barcelona, 1947).
Parece que hay que concluir la ausencia, en el pensamiento
kantiano, del preciso cuadro de conceptos que había elaborado
Santo Tomás, y que, desde siglos, se había perdido en los
mismos intuicionismos escolásticos y en las corrientes modernas
que conocemos con los nombres de empirismo y racionalismo.
Kant no llegó a comprender el acto de conciencia como posesión
del yo en su ser, sino que vaciló entre las opuestas dimensiones
de una interpretación empírica o fenoménica, atribuida al
sentido interno bajo la forma del tiempo, o la representación
formada por la espontaneidad activa del pensamiento,
interpretando sólo la conciencia como el acto de pensamiento por
el que me pienso a mí mismo.
El predominio del entendimiento como conocedor de objetos sobre
su dimensión de posesión íntima del yo en acto invalidó el
reconocimiento de la naturaleza intelectual, íntima y no
objetiva, de la conciencia del yo en su ser. Quedó, de nuevo,
sin resolver, a pesar de su luminosa crítica al cogito cartesiano,
la interna conexión entre la conciencia del yo existente y el
conocimiento intelectual objetivo, que había dado un sentido
verdadero a la doble afirmación de la apercepción pura como la
base originaria del entendimiento o como el entendimiento mismo.
Desarrollé esta crítica tomista al criticismo trascendental
kantiano en mi obra Sobre la esencia del conocimiento (PPU
Barcelona, 1987). En la presentación de la misma, el profesor
Eusebio Colomer, tan reconocido como competente historiador de la
filosofía, escribió:
"Canals pone, decididamente, en el "haber" de Kant
la fundamentación de la universalidad y necesidad del
conocimiento intelectual en el carácter activo del sujeto y, en
conexión con esto, la afirmación capital de la autoconciencia
como condición última de posibilidad del conocimiento de
objetos, subrayando, no obstante, como "debe" gravoso,
la escisión de la conciencia entre un yo puro, consciente de su
existencia -mas sólo a modo de un sujeto lógico-trascendental
del conocimiento- y un yo empírico, que sólo se conoce a sí
mismo en su cara fenoménica y no según su realidad en sí o
nouménica. Kant, entonces, fue incapaz de reconocer la autoconciencia
como autoposesión del yo según su ser, enraizada
constitutivamente en la sustancia espiritual de la mente. Y es
exactamente aquí en donde estaba en juego el éxito o el fracaso
de su crítica. En último término, es en este desconocimiento
del ser de la mente en donde hay que situar la raíz del
fenomenismo, esto es, de la sustitución de la unidad clásica de
conocimiento y ser por la unidad de conocimiento y apariencia"
"Hay que reconocer que Canals toca aquí el punto más
crítico del kantismo: la existencia del yo trascendental es dada,
efectivamente, en la autoconciencia como algo real y no como puro
fenómeno. Se trata de una existencia muy diferente de la que
Kant atribuye a los objetos de la experiencia ... en última
instancia, es sobre este sujeto "trascendental" pero
bien "real", presente y actuando en todo hombre, en
cada sujeto "empírico", en el que se apoya y aguanta
su obra entera. Canals tiene razón: todo depende de aquí. La
afirmación o la negación de la subsistencia en sí de la
mente y de la mente individual es el lugar decisivo en donde
se cruzan los caminos que conducen, respectivamente, a Santo
Tomás y a Kant, y podríamos también añadir a Hegel" (Colomer,
Eusebi "Entorn del llibre de Francesc Canals Vidal Sobre
la esencia del conocimiento" en Espíritu. Cuadernos del
Instituto filosófico de Balmesiana, vol. XXXVII. Barcelona,
enero-junio 1988, pp. 83-88).
Kant, heredero de los malentendidos "intuicionistas"
del empirismo y del racionalismo, se sentía también
íntimamente inclinado a tomar como "descubrimientos"
los que hubieran podido ser "redescubrimientos". Estaba
ajeno a su horizonte cultural el reflexionar sobre el hecho de
que, en el aristotelismo, los modos de predicación son el
criterio para establecer la división del ente en sus categorías:
"De tantas maneras como el ente es dicho, de tantas se
significa que algo es y, por esto, las divisiones del ente serán
predicamentos, porque se distinguen según el distinto modo de
predicación" (cfr. Santo Tomás In Met.nº 890) o
que Santo Tomás hubiese afirmado que "lo entendido se
comporta como algo constituido y formado por el acto de entender"
(De spirit. creat. Qu. única, artº 9, ad quintum).
Pero la razón última y profunda del vaciado logicista del yo
trascendental, que Kant convirtió en un "ente de razón"
constituido por la referencia al objeto de un sujeto reducido a
relación de conocimiento, está en que era incapaz de descubrir
el acto de ser por el que subsiste el hombre personal, y en el
que Santo Tomás hacía consistir nada menos que aquella "vuelta
sobre sí mismo" que no es sino la subsistencia en sí misma.
No pudiendo pensar el ser como acto -lo que, según Báñez, ni
siquiera los tomistas querían oír-, tampoco pudo comprender el
conocer sensible e intelectual como "cierto ser", tal
como se esforzaba Cayetano en "meter en la cabeza de los que
filosofan". Totalmente ajena a su horizonte la naturaleza
comunicativa del acto, no podía reencontrar la naturaleza
locutiva del acto intelectual, aquella por la que la palabra
expresada por el hombre es el "elemento" y lugar
natural de la manifestación de la verdad del ente.
Al estudioso que atienda a estas sugerencias le ofrezco, en el
siguiente envío, un estudio sobre el entendimiento agente en el
que podrá encontrar textos explícitos de la afirmación, por
Santo Tomás, de la trascendentalidad del hombre, por la que su
pensamiento tiene el interno destino de manifestar el ente en su
verdad.