Textos de Canals......Aportaciones a RIIAL.......INDEX
10 SER Y PENSAR
Francisco Canals Vidal
Para la consideración de cómo se
relaciona el hombre al conocimiento de la verdad, que, según
Santo Tomás, pertenece a la filosofía primera o Metafísica,
precisamente porque ella contempla la universal verdad del ente (In
Met. nº 273), se nos sitúa en el centro de la cuestión la
del descubrimiento del misterio de la "unidad" o mutua
pertenencia entre el ser del ente y el "pensar", el
acto por el que el hombre encuentra, conociendo y afirmando la
realidad de las cosas que participan del ser. Es comprensible que,
en el alborear de la Metafísica, nos encontremos con la doble
afirmación de Parménides "es necesario decir y pensar que
el ente es" y "uno y lo mismo es el pensar y el ser".
¿Cómo podríamos tomar conciencia los hombres de que somos
"cognoscentes" sin que esta conciencia implique la
convicción cierta de que el conocimiento se refiere a la
realidad que es? Y, correlativamente, ¿cómo podríamos hablar
de la realidad de las cosas como siendo si nuestro conocimiento
de las mismas no se ejercitase constitutivamente en concebirlas
como entes y en afirmarlas como siendo?
Santo Tomás dice: "El ente es lo primero que cae en la
concepción del entendimiento"; "lo que el
entendimiento concibe como lo máximamente notorio y en lo que
resuelve todos sus conceptos" (De Ver. Qu. 1, artº 1,
in c.). Pero, en nuestra experiencia vital y en la historia de la
filosofía, no nos encontramos sólo con la constatación de que
formamos, en ocasiones, conceptos inadecuados y que enunciamos
afirmaciones falsas, sino que, en todas las etapas del desarrollo
histórico del pensar filosófico, hallamos la reiterada recaída
en malentendidos y dificultades que conducen a sistematizaciones
inadecuadas en las que se cierra, para el pensamiento humano, el
camino de la consideración de las cosas en su verdad.
En nuestro propósito de reflexionar sobre la verdadera y
poderosa síntesis filosófica contenida en la obra del Doctor
Angélico, nos convendrá ahora atender, como el propio Santo
Tomás atiende a los contenidos erróneos de sus "videtur
quod", a una triple línea de deformaciones de la referencia
del pensamiento al ser del ente que parecen haber estado
presentes, tomadas a veces por muchos como supuestas evidencias,
en la consideración filosófica sobre la naturaleza del
conocimiento humano, y del conocimiento en cuanto tal, y de su
referencia a la realidad de los entes del universo que se ofrece
a nuestra experiencia.
Tres confusiones o equívocos han perturbado las cuestiones sobre
el conocimiento a lo largo de la historia:
1. La reducción del conocimiento a intuición.
2. La escisión y enfrentamiento entre el "ser" -objeto-
y el "cognoscente" -sujeto.
3. El desconocimiento de la naturaleza del conocer y de la
pertenencia al mismo de la actividad humana que es el "pensar";
desconocimiento que hace imposible la comprensión de la
referencia del hombre a la verdad del ente y priva de sentido a
toda la ciencia.
El intuicionismo enfrentado al conocimiento conceptual
André Bergson, en unas conferencias sobre La percéption du
changement pronunciadas en 1977, en la Universidad de Oxford,
formulaba así el que entendía ser "el acuerdo universal"
sobre el "principio de la intuición":
"He aquí un punto sobre el cual todo el mundo estará de
acuerdo: si los sentidos y la conciencia tuviesen un alcance
ilimitado, si, en la doble dirección de la materia y el
espíritu, la facultad de percibir fuese indefinida, no
tendríamos necesidad de concebir, como no la habría de razonar.
Concebir es algo que hay que soportar, cuando no nos es dado
percibir" (La Penseé et le Mouvant, París, 1946, pp.
146-147). De este principio, en el que afirma que estarán de
acuerdo todos, deduce que "no hay ni puede haber una filosofía
... por el contrario, habrá tantas filosofías diferentes
cuantos pensadores originales se encuentren".
"El espíritu científico exige que todo sea puesto en
cuestión en cada momento, mientras que el lenguaje necesita
estabilidad" (íbid. p. 88). "Queríamos protestar, una
vez más, contra la substitución de las cosas por los conceptos,
y contra lo que podríamos llamar la "socialización de la
verdad". Ésta se imponía en las sociedades primitivas y es
natural al espíritu humano, porque el espíritu humano no está
destinado a la ciencia pura y menos a la filosofía" (íbid.
p. 95).
Es obvio que, si aceptásemos el intuicionismo bergsoniano y el
acuerdo universal que, paradójicamente, nos propone, quedaría
derribado, desde sus fundamentos, todo edificio filosófico que
tome por principios enunciados conceptuales y se quiera construir
por el raciocinio metafísico.
La inconsistencia e interna contradicción de estas afirmaciones
bergsonianas sugieren el comentario de Aristóteles, al definir
lo que él llama "posiciones extrañas", en el sentido
de ajenas y separadas de la filosofía auténtica.
Así como la negación del movimiento imposibilita la filosofía
natural, y la del libre albedrío humano la filosofía moral, la
doctrina de Bergson sobre el lenguaje destruye de raíz el
sentido de todo lenguaje filosófico afirmado como verdadero.
Entre neoescolásticos tomistas, el impacto de este intuicionismo
exclusivo les llevó a contraponer un pretendido intelectualismo
verdadero de Santo Tomás, que debía centrarse en la intuición
intelectual, con el intelectualismo aristotélico, constituido
sobre la primacía del concepto abstracto (cfr. Romeyer,
aludiendo a Rousselot, en Saint Tomas et notre connaissance de
l´esperit humain, París, 1932, p. 43). Pero, en la misma
escolástica, aun en la tomista, se daba una tradición que
suponía que la formación de conceptos y enunciados conceptuales
sólo la realizaba el entendimiento humano "por indigencia
del objeto", por ser éste ausente o no proporcionado al
entendimiento. "El término o especie expresa no se produce
sino per accidens, no por sí misma, sino por razón de la
acción del entendimiento, para que en el término producido
pueda ejercerse el conocimiento o contemplación del objeto"
(así lo expresa Gredt en su célebre Elementa philosophiae
aristotelico-thomista, tesis 37, nº 475, corolario nº 3).
Esta doctrina la formuló Cayetano en su Comentario a S. Th.
Iª Qu. 27, en donde Santo Tomás dice que "todo aquel
que entiende, por lo mismo que entiende, procede algo dentro de
sí que es la concepción de la cosa entendida, que proviene de
la facultad intelectiva y de su noticia". La interpretación
restrictiva y minimista de Cayetano generalizó, en la tradición
tomista, la tesis de que el verbo mental se produce sólo ex
indigentia obiecti.
En este punto, parece haber sido el tomismo influido, sin
reconocimiento expreso de ello, por la tesis de Duns Escoto que
acogió Suárez y que fue refutada por Juan de Santo Tomás, en
polémica contra ambos autores. Según esta tesis, el "decir"
mental, o bien es previo al entender, o se identifica con la
causación del entender mismo, pero siempre de modo que conozca
una cierta anterioridad del "decir" como productivo de
la intelección -identificada con el verbo mental- y el entender
como conocimiento de lo entendido (v. Juan de Santo Tomás Curso
teológico disp. 32, artº 4).
Ciertamente, la primacía de una noticia intuitiva que recae
sobre un objeto presente en su existencia y una noticia
abstractiva que sólo conoce la cosa por "representación",
la hallamos afirmada en Duns Escoto (Quodlibeto, 14 y Ordinatio,
lib. IV, d. 10, Qu. 8).
Pero la auténtica tradición de Santo Tomás la reencontró Juan
de Santo Tomás, que afirmó que la palabra mental se produce a
partir de la plenitud y actualidad del conocimiento: "procede
el verbo mental de la intelección fecunda, como principio que
manifiesta lo que entiende" (Curso teológico, IV,
disp. 32, artº 4, nº 42). "El entendimiento, por su misma
naturaleza y perfección, es manifestativo y locutivo" (íbid.
nº 48).
Es Santo Tomás mismo el que nos dice que "lo primeramente y
por sí entendido es aquello que el entendimiento concibe en sí
mismo sobre la cosa entendida, sea una definición sea una
enunciación" (De Pot. Dei, Qu. 9, artº 5, in c.).
Por esto, Santo Tomás afirma que "lo entendido o la cosa
entendida se comporta como algo constituido o formado por la
operación del entender" (De spirit. creat. Qu.
única, artº 9, ad quintum).
Juan de Santo Tomás es fiel a Santo Tomás cuando dice que:
"el acto por el que el objeto entendido es formado es el
entender, porque el entendimiento, entendiendo, forma el objeto y
formándolo lo entiende, como si la vista, viendo, formase la
pared, a la vez vería y formaría el objeto visto" (Curso
teológico IV, disp. 32, artº 5, nº 5).
El enfrentamiento escinde el pensar del ser o reduce el ser
a ser pensado
Argumentando Suárez contra los tomistas que afirmaban el verbo
mental a modo de imagen intencional expresa que suple la
presencia del objeto, escribió: "El objeto, y
consecuentemente todo lo que hace sus veces, precede al acto de
conocer y no puede ser formado por él" (De Anima libro
III, cap. V, nº 76). Porque además, arguye, las cualidades
intencionales de sí no son productivas, como es patente en la
visión (íbid. nº 75). Suárez olvida que si, a la vista de un
objeto no acompañase la formación de su imagen, no podríamos
señalar, ni indicar, ni nombrar con demostrativos, porque no
habría "objetos vistos". La sensación no conduciría
a la percepción.
La objeción aludida piensa el ente o el "ser", las
cosas reales, como enfrentadas a nosotros a modo de objeto y
entiende el pensante como sujeto ("entender es la captación
de un objeto por un sujeto"). En esta representación
inadecuada de lo que es el conocer y el entender se piensa que el
objeto es agente y el sujeto es paciente. Surgen entonces las
cuestiones del "puente": cómo pasar del sujeto al
objeto.
En el alborear de la filosofía griega, se supuso la homogeneidad
física del hombre en el cosmos para que por el agua
conociésemos el agua y por la tierra, la tierra, o para que los
torbellinos de átomos imprimiesen en nuestros sentidos una
semejanza de las cosas de las que emanaban: algo así como la
figura que está en el sello queda grabada sobre la cera. Pero
toda pasividad en la explicación del conocer no puede comprender
qué es el conocer, ni garantizar, en modo alguno, que la
impresión recibida por el sujeto le pueda hacer conocer la
realidad en su verdad.
Santo Tomás, heredándolo fidelísimamente de Aristóteles, se
mueve ya a gran distancia de estas representaciones, y también
se opone a otro aspecto del malentendido del intuicionismo, que
es tomar lo entendido como visto y, porque nuestro concepto del
ente es uno, decir que el ente es uno, y porque las esencias de
las cosas sensibles son entendidas, llamarlas ideas, es decir,
término de nuestra visión y minimizar la realidad de las cosas
singulares materiales que no podemos así "ver";
estamos entonces en el platonismo -que llaman algunos ideal-realismo,
es decir, no un idealismo que impida pasar del sujeto al objeto,
sino un "idealismo" que entiende las ideas como las
verdaderas cosas vistas por nuestra intuición intelectual.
De aquí que el exclusivismo intuicionista, además de la
vertiente "empirista", ya se detenga en las cosas
externas, ya en los hechos de conciencia (psicologismo que puede
llegar a la negación del ente natural reducido a su "ser
percibido"), ha tenido en la historia la vertiente "ontologista",
interpretación de la realidad por antonomasia de la palabra
mental, pero no vista como palabra, sino como contenido entendido
visto (pensemos también en la afirmación como realidad
verdadera y única de los números y de las figuras).
El desconocimiento de la naturaleza del conocer
imposibilita la referencia del entendimiento a la verdad del ente
Decía Aristóteles, en su Tratado del alma: "De
algún modo, el alma es todas las cosas que son" (lib. III,
cap. VIII, 431b, 20-21); "el acto de lo sentido y del
sentido es uno y el mismo" (lib. III, cap. II, 426a, 15-17);
"lo mismo es la ciencia en acto y la cosa" (lib.III,
cap. VII, 431a, 1).
El cognoscente y lo conocido sólo difieren entre sí en cuanto
ambos están en potencia (I C.G. cap. 51) y, en la
actualidad del conocimiento, no se comporta el "objeto"
como agente y el "sujeto" como receptivo, sino que, en
cuanto de ellos se ha hecho ya algo uno, "que es el
entendimiento en acto", son "un único principio de la
operación que es el entender" (De Ver. Qu. 8, artº
6, in c.).
La naturaleza intelectual y la inteligibilidad pertenecen al ente
en la medida en que su forma, que le da su esencia, no esté
inmersa en la materia, que es pura potencia en el orden de la
esencia física. Leamos unos textos de Santo Tomás para pensar
lo que dicen y lo que presuponen e implican:
"Se puede considerar si un entendimiento está en potencia o
en acto en tanto se considere en qué relación está con el ente
universal: existe un entendimiento que se comporta, respecto del
ente universal, como acto de todo ente, y tal es el entendimiento
divino que es la esencia de Dios, en la que, original y
virtualmente, preexiste todo ente como en su primera causa".
La afirmación de que un entendimiento se comporta como acto de
todo ente tiene toda la audacia pero nada de lo erróneo de los
grandes sistemas idealistas. Aquí podríamos pensar cómo se ha
generado el idealismo en mentes muy geniales y en momentos
cimeros de la cultura humana: quien tiene experiencia del
espíritu humano cognoscente se admirará de su omniabarcante
infinidad y, frente a él, las cosas de la naturaleza le
parecerán secundarias y no fundamentantes, sino fundamentadas.
El pensamiento parece que pueda ser originario y fundante,
mientras que los contenidos de la experiencia sensible humana le
parecerán, inevitablemente, algo que puede afirmarse como "puesto"
por el espíritu e, incluso, su ser tenderá a reducirlo a este
"ser puesto" al ser pensado por la infinita conciencia
del espíritu. Habremos, así, caído en un panteísmo idealista,
minimizador y destructor de la naturaleza y, con ello, también
del género humano, en cuanto integrado por individuos de carne y
hueso.
Pero la afirmación de que existe un entendimiento que se
comporta, al ente universal, como acto de todo ente no se realiza
sólo diciendo que éste entendimiento es el entendimiento divino,
sino diciendo que el entendimiento divino es la esencia de Dios,
la esencia de Dios que en otro lugar se nos explicita que es el
mismo Ser subsistente. El ente no quedará concebido como
inferior al pensamiento, sino que el pensamiento, el acto de
entender, será visto como identificado con el acto del ser, sea
en el primer origen de todo, en el que dice de Sí mismo "Yo
soy El que soy", origen fontal de toda entidad y todo
pensamiento finitos; la reflexión de Santo Tomás recorre, por
el camino de la analogía de proporcionalidad, desde la tesis de
que el entender no es sino cierto ser, hasta la afirmación de la
identidad formal del ser subsistente con la infinita intelección
de la intelección, que ya para Aristóteles definía la esencia
eterna de Dios.
"Ningún entendimiento creado puede comportarse como acto
respecto de todo el ente universal, porque así sería necesario
que fuese ente infinito; por lo cual, todo entendimiento creado,
por lo mismo que es, no es acto de todos los inteligibles, sino
que se compara a ellos como potencia a acto".
Advirtamos que aquí se constata la imposibilidad de la
actualidad infinita en acto de un entendimiento creado,
argumentando que, para que fuese así, sería necesario -contradictoriamente
con su carácter de creado- que fuese ente infinito. Nuevamente
estamos en las antípodas de todo idealismo: no podemos reducir
el ente a ser pensado, sino que hay que reconocer el pensamiento
del ente como constituido por el ser del pensante.
Si hallamos en Dios, arquetipo de todo conocimiento, la completa
y formal identidad entre el acto de ser y el del pensar, con
total remoción de dualidad entre sujeto y objeto -de manera que
el primer analogado en la escala proporcional de la perfección
de la intelección y de la inteligibilidad no es la captación de
un objeto por un sujeto, sino la conciencia infinita del ser
subsistente- también podemos advertir que Santo Tomás presenta,
en forma muy consecuente con este arquetipo, la escala de las
substancias intelectuales creadas que participan de la
perfección de la naturaleza intelectual y de la inteligibilidad.
Las substancias separadas que llamamos ángeles, de las que dice
Santo Tomás que "subsisten inmaterialmente y en ser
inteligible", se entienden a sí mismas por su misma esencia
por un conocimiento que es verdaderamente la intuición
intelectual de sí mismas; lo que Descartes atribuye
gratuitamente al hombre, viene a ser lo que Santo Tomás reconoce
fundamentadamente en el ángel. Ahora bien, Santo Tomás expresa
esto de un modo en que se hace inequívoco el concepto de la
constitución de la intelectualidad y de la inteligibilidad por
la entidad misma, al ser la forma no recibida en una materia:
"el ángel, siendo inmaterial, es cierta forma subsistente y,
por esto, inteligible en acto; de lo que se sigue que, por su
forma, que es su substancia, se entiende a sí mismo" (S.Th.Iª
Qu. 56, artº 1, in c.).
Conviene atender al luminoso comentario de Cayetano, que
establece una distinción muy oportuna entre el inteligible
intrínseco y el extrínseco: "Decimos que la esencia es
para el mismo ángel no sólo intrínseca en ser de naturaleza,
sino también en ser inteligible ... es erróneo no discernir
entre el inteligible extrínseco y el intrínseco. A la manera
como el inteligente se comporta diversamente a ser él mismo y
las otras cosas, así se comporta diversamente para entenderse a
sí mismo y a las otras cosas. Y porque es él mismo, en un ser
tal de naturaleza, que es también aquello en ser inteligible,
porque aquel ser de naturaleza es inteligible en acto, de aquí
que puede entenderse a sí mismo por sí mismo, y porque no es
las otras cosas, ni según el ser natural ni según el
inteligible, a no ser que se añada algo a su substancia, por
ello hemos de afirmar que existen en él las especies de las
otras cosas" (In S. Th. Primam Qu. 56, artº 1).
En coherencia con esta identidad de la substancia inmaterial con
su inteligibilidad intrínseca y su naturaleza intelectual, hay
que entender que la potencia intelectiva de un espíritu
subsistente sin materia para entender las cosas distintas de sí
mismo "fluye de su esencia inteligible en acto más formado
por ella, porque más íntimamente, que por cualquier especie
intencional" (Ibid.).
Ante estos comentarios que tan espléndidamente muestran la
constitución de la actualidad intelectual por el ser mismo de
una forma no compuesta con la materia, es tanto más sorprendente
que pudiese el mismo autor justificar su interpretación
desenfocada y minimalista del texto en que Santo Tomás afirma,
inequívocamente, la naturaleza locutiva del acto de entender
alegando que los ángeles no forman verbo mental en el
conocimiento de sí mismos. Esto es contrario a lo afirmado por
el Doctor Angélico que dice que "la vida intelectual de los
ángeles es más perfecta que en los hombres porque su actuación
no procede de algo exterior, sino que el ángel se conoce a sí
mismo por sí mismo; pero, aunque su intentio intellecta -es
decir, la especie expresa o verbo mental- le sea absolutamente
intrínseca, sin embargo, no se identifica con su substancia
porque no son lo mismo en él el ser y el entender" (IV C.G.
cap 11).
Es totalmente indudable que Santo Tomás reconoce en el entender
angélico acerca de su esencia una palabra mental totalmente
intrínseca al ángel mismo, y que difiere del Verbo divino,
consubstancial al Padre que lo dice, por la identidad formal del
ser y el entender divinos y la inherencia cualitativa de la
intelección en los espíritus creados.
El alma humana, que por tener el ser inmaterialmente tiene
naturaleza intelectual, por ser la forma que constituye el
compuesto humano es totalmente potencial respecto de las cosas
materiales, que son su primer objeto. De aquí que "su
entendimiento es totalmente en potencia respecto de los
inteligibles, en cuanto entendimiento posible, o bien es el acto
de los inteligibles que se abstraen de las imágenes en cuanto
entendimiento agente" (S.Th.Iª Qu. 87, artº 1º, ad
secundum).
Por esto, Santo Tomás puede afirmar que "el entendimiento
juzga de la verdad no por inteligibles que existan fuera de sí
misma, sino por la luz del entendimiento agente" (De
spirit. creat. artº 10, ad octavum) y Juan de Santo Tomás
pudo precisar que nuestra alma intelectiva no juzga de la verdad
sino "trayendo las cosas a sí misma y considerando dentro
de sí, no mirando fuera de sí. Y Santo Tomás enseña que la
realidad entendida no puede ser ad extra sino ad interior" (Curso
teológico, disp. 32, artº 4, nº 11).
La lejanía de las posiciones que interpretaban, según un "intuicionismo
entitativo", el conocimiento humano y afirmaban como una
intuición directa de lo singular material, hasta el punto que
venían a identificar el objeto de la sensibilidad -que
interpretaban ignorando la función constructiva de la cogitativa
en la imagen de las cosas que percibimos- con el objeto directo y
primero del entendimiento humano, explica que Kant pudiese estar
convencido de que hasta él "se había pensado por todos que
"todo nuestro conocimiento debe regularse sobre los objetos"
y quisiese ensayar si no se tendría "mejor éxito en los
problemas metafísicos" suponiendo que los objetos deben
regularse según nuestro conocimiento (Crítica de la razón
pura Prefacio B, XVI, 33-34, 37-40).
En envíos posteriores, la atención se dirigirá al malentendido,
y el que fue su extraño resultado, que llevó a la formación
del idealismo trascendental a partir de la Crítica de la
razón pura. Kant no supo recuperar, en su reflexión sobre
la conciencia del pensamiento humano, el descubrimiento del
origen y fundamento de nuestros conocimientos; prejuicios
empiristas y racionalistas le impidieron redescubrir, en la
conciencia del yo existente y pensante, la posibilidad misma de
la referencia del hombre a la verdad del ente. Toda la dimensión
fenoménica respecto de lo inmanente a la experiencia y
agnóstica respecto de lo trascendente a ella, se explica por el
vaciado logicista de la conciencia del yo.