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Podemos amar a Dios

Jesús, el Verbo hecho carne, nos muestra y nos da su sagrado Corazón porque nos quiere y quiere muestro amor

 

Aunque una prestigiosa señora de pronto dice que nadie puede amar a Dios, sí se puede. En esta vida, aún con todas las secuelas dañinas del pecado original, podemos amarle a Dios, no perfectamente como en el cielo, pero sí imperfectamente. Porque Dios lo quiere y lo manda y por consiguiente nos da la gracia para realizarlo. Nos da el Espíritu Santo. Porque no manda lo que no podemos. Él lo hace posible y real. Hay que rechazar no sólo el semipelagianismo, sino también el semijansenismo. Lo que incluye obviamente el rechazo de sus versiones crasas. Y, con ayuda de su gracia, amarle a Dios, aunque en esta vida sea imperfectamente, en espera anhelante de amarle perfectamente en el cielo, como Él nos concede esperar y pedírselo.

A la querida señora no se lo vamos a tomar al pie de la letra, sino que consideramos que lo entiende bien. Le aplicamos gustosamente lo que aprendimos en Una lección de san Ignacio.

Debemos suponer y suponemos que ella quiso decir que nadie puede por sus propias fuerzas amar a Dios. Y que rechaza el semipelagianismo y el semijansenismo.

Y reafirmamos en lo más urgente de todo.

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Canals dejó escrito que, tras el pecado de Adán, "estamos por nacimiento inclinados al egoísmo y nos es dificultosísimo el cumplimiento del deber «natural» de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo".
(F. Canals, Obras completas, t. 4A, pág. 103, Curso 1º de Teología, 1993-1994, nº. 22).

Canals dice incluso que eso es "moralmente imposible" (ib., pág 100).

Santo Tomás de Aquino enseña que en esta vida podemos amar a Dios de una manera imperfecta y que en el cielo es donde le podremos amar perfectamente:

«De dos maneras se puede cumplir un precepto: de manera perfecta y de manera imperfecta. Se cumple perfectamente un precepto cuando se alcanza el fin querido por el que lo preceptúa; se cumple pero imperfectamente, cuando, aunque no se alcance el fin querido por el que lo preceptúa, uno no se aparta del orden al fin querido por el que lo preceptúa... Quiere Dios mediante este precepto [de amar a Dios] que el hombre se le una totalmente, lo cual se alcanzará en la patria, cuando "Dios será todo en todos", como se dice en la I epístola a los Corintios 15,28. Por eso, este precepto [de amar a Dios] se cumplirá plena y perfectamente en la patria. En esta vida, verdaderamente se cumple, pero imperfectamente. Y sin embargo, en esta vida, lo cumple uno más que otro, cuanto más se acerca por cierta semejanza a la perfección de la patria».
(Santo Tomás de Aquino: Suma Teológica, II-II q.44 a.6 in c).

Santo Tomás, en el sed contra de este artículo, cita esto que dijo san Agustín, y que es la causa de que sólo podamos cumplir imperfectamente este precepto [de amar a Dios] en esta vida:

«En la plenitud de la caridad en la patria se cumplirá el precepto, Amarás al Señor tu Dios, etc. Pues mientras haya que frenar por continencia algún movimiento de concupiscencia carnal, no se ama enteramente a Dios con toda el alma» (San Agustín: De perfecta iustitia, c. 8. ML 44,300).

Eso que señala san Agustín es la causa de que sólo podamos cumplir imperfectamente este precepto [de amar a Dios] en esta vida tras las heridas o enfermedades que nos dejó el pecado original, como explica santo Tomás en este otro lugar:

Las heridas o enfermedades que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana, según explica santo Tomás de Aquino

Por otra parte, ante esto que dijo san Jerónimo, «Maldito el que dice que Dios manda lo imposible» (Expositio catholica fides), y teniendo en cuenta que Dios ha dado este precepto [de amar a Dios], como se ve en Deut 6,5, concluye santoTomás:

«Esa razón prueba que de alguna manera se puede cumplir en esta vida, aunque no perfectamente».
(Santo Tomás de Aquino: Suma Teológica, II-II q.44 a.6 ad 1).

Y Canals concluye que la gracia santificante, con la que Dios nos hace partícipes de su naturaleza divina, nos diviniza, nos eleva al orden sobrenatural, nos hace posible amarr a Dios:

«En esta comunicación de vida que ya tenemos desde que somos santificados en el bautismo, se hace posible el que verdaderamente amemos a Dios».
(F. Canals, Obras completas, t. 4A, pág. 92, Curso 1º de Teología, 1993-1994, nº. 21.1).

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Dios promulgó ya en el Antiguo Testamento este mandamiento primordial:

«Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza».
(Dt 6, 4-5)

Jesús, el Verbo hecho carne lo reafirmó personalmente:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» .
(Mt 22, 37-38)

Y la Iglesia, Nuestra Santa Madre Iglesia Católica Jerárquica, nos enseña este mandamiento de amar a Dios, por ejemplo en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992:

2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.

2133 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 59).

2086 «El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarle contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4).

2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él (cf Dt 6, 4-5).

No podemos amar a Dios por nuestras propias fuerzas. La Iglesia enseña que debemos esperar con esperanza que Dios nos dé la gracia para amarle cumpliendo los mandamientos:

2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad.

Y en la sagrada liturgia:

"Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a Ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.
(Oración colecta de la misa del 20 de septiembre de 2020, vigésimoquinto domingo del tiempo ordinario).

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La primera de las proposiciones de Jansenio condenadas en 1653 es la de que "algunos mandamientos de Dios son imposibles para los hombres justos" (Dz 1092, DS 2001).

Y ya el Concilio de Trento definió que no se debe decir que los mandamientos de Dios son imposibles de guardar:

«Si alguno dijere que los mandamientos de Dios son imposibles de guardar, aun para el hombre justificado y constituido bajo la gracia, sea anatema»
(Concilio de Trento, canon 18 sobre la justificación, DS 1568, Dz 828).

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El primer mandamiento del decálogo dado por Dios por medio de Moisés:

Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.
(Dt 6, 4-5)

Jesús, el Verbo hecho carne, nos recuerda que sigue en pie este primer mandamiento:

Los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»
Él le dijo:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento.
El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
(Mt 22,34-40).

Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
El le dijo:
«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?»
Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo».
Díjole entonces:
«Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»
(Lc 10,25-28).

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Se dice que a san Martín, después de darle la mitad de su capa a un pobre, se le reveló éste como Jesús. Es mucho más difícil y prodigioso ver nosotros a Jesús en cada prójimo por encima de sus limitaciones, deficiencias, defectos y contradicciones. Pero para Dios nada hay imposible y Jesús nos aseguró que, si se lo pedimos, Dios nos dará lo que le pidamos, el Espíritu Santo.

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá... El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan». (Lc 11, 9-13).

Por lo tanto, podemos amarle, aunque imperfectamente, a Jesús, el Verbo hecho carne, y al prójimo, viendo en cada prójimo a Jesús, si le pedimos a nuestro Padre del cielo que nos dé el Espíritu Santo para conseguir así amarle a Dios, aunque sea imperfectamente, y para conseguir amar al prójimo como Él nos manda. Lo esperamos con certeza. Porque Él nos ha dado esos mandamientos.

Por consiguiente, nuestro amor, aunque imperfecto, a Dios y al prójimo ha de ser obviamente verdadero, es decir, amor con locura, como el que nos tiene Jesús.


Es posible consolar a Dios, como fue posible que Dios padeciese y muriese