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El olivino

ReL 21.11.2012
José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia

Nachito Pérez tuvo un parto estupendo y nació sonrosado y guapísimo como un niño de película. Tres horas después estaba a las puertas de la muerte a causa de una infeccion contraída durante el parto; ya dice Santa Hildegarda que el demonio aprovecha justo el momento del parto para atentar contra la vida de los más indefensos.

Al poco de nacer, veíamos agonizar a Nachito a traves del cristal de la uvi infantil. Lo trasladaron a un hospital infantil especializado y durante el trayecto, el oxígeno en sangre cayó drásticamente: cuando ingresó en San Rafael solo oxigenaba el 2 por ciento.

Lograron reanimarlo, y durante los dos meses siguientes, Nachito estuvo crucificado, sedado para que no se moviera, lleno de tubos y de agujas y con los ojos tapados para que los focos no le quemaran la retina. A los padres les informaron que si salía adelante quedaría muy tocado y que si había suerte, a lo mejor podría andar. Los médicos eran pesimistas, pero su tratamiento y los cuidados del Hospital de San Rafael fueron tan exquisitos como insistentes las oraciones de padres, hermanos, parientes y conocidos. Y un buen día Nachito Pérez salió del hospital vivito y coleando, entero y con todo funcionando.

Nachito Pérez anduvo a su tiempo, habló, corrió, jugó y fue al colegio, aunque tuvo que pasar a un curso inferior al que le correspondía porque le fallaba la memoria. Es decir: tenía una memoria estupenda del pasado lejano pero una memoria reciente muy mala. Como si tuviera Alzheimer a los seis años. Por esta causa o tal vez solamente por un fenómeno concomitante, Nachito Pérez vive pendiente de los hábitos, se sabe perfectamente las normas, las cumple a rajatabla y lleva muy mal los cambios.

El abuelo de Nachito, que tenía noticia de las piedras de Santa Hildegarda, se empeñó en que al niño había que ponerle olivino, y le regaló sucesivamente un collar, una pulsera, y piedras sueltas de olivino.

Finalmente, despues de varios ensayos interrumpidos e inconexos, porque no es fácil llevar al colegio a un niño de seis años con una pulsera o un collar, la madre le preparó un imperdible con un olivino, que lleva en la camiseta y que a veces se pierde en la lavadora, pero que lleva ya algún tiempo sin perderse.

Bueno, pues la noticia del día es que Nachito Pérez -que lleva estrecha cuenta de quién tiene que hacer qué, y lleva mal y le destartala cualquier cambio sobrevenido- hoy ha advertido a su madre que no podría buscarle porque tenía que ir a buscar a otra niña, un cambio de última hora surgido en el fin de semana que escapaba de la rutina habitual. A su madre no se le han quedado los ojos a cuadros porque los tiene redondos y muy bonitos, pero se ha quedado entre asombrada y atónita por esta muestra de memoria reciente de su retoño.

Y es que Santa Hildegarda dice que el olivino "afirma el saber", expresión que una vez masticada lo que nos quiere decir es que "ayuda a no perder conocimiento", "sujeta lo que sabemos", es decir, fortalece la memoria.

El olivino hace muchísimas cosas más: Tiene una virtud casi vital que adelanta el nacimiento de los polluelos, acelera el crecimiento; pone mejor a quien tenga fiebre y a quien le duela el corazón; "no le faltaran buen conocimiento y buen arte a quien lo lleve", y finalmente: Los espíritus del aire, esos demonios burlones que se entretienen en mofarse de los seres humanos, lo aborrecen. No es una mala marca para una piedra que sólo es poco más que lava, y que en Lanzarote se recoge con pala.

El olivino -el crisólito como lo llamaba Santa Hildegarda- es un silicato complejo de hierro, de color verde botella, un verde amarillento que parecía muy bonito hace siglos cuando el vidrio era escaso y casi nadie lo había visto, pero que ahora solo evoca trocitos de botella rota.

El olivino más corriente cristaliza en cristales francamente pequeños, del tamaño de granos de sal marina. Los collares y pulseras que están a la venta presentan cristalitos triangulares de unos 4 o 5 milimetros de lado. He visto cuentas de collar de olivino como caramelos, pero sospecho que están hechas fundiendo cristalitos. Como siempre, hay que acercarse todo lo posible al mineral en su estado natural, y el estado natural que conozco (que yo conozca, lo que no quiere decir que no pueda haber otro) es una especie de terrón de azúcar desmigable. Pero la verdad es que las cuentas como caramelos también funcionan, por lo menos a Nachito Pérez.

Salvo para la fiebre, que hay que poner el olivino a "sudar" encima de vino caliente, y para el dolor de corazón, que hay que mojarlo en aceite y pintarse donde duela, el olivino se utiliza poniéndolo encima de la piel y mejor al irse a la cama, según una frase misteriosa en que Santa Hildegarda seguramente titubeó al dictar y su escriba, implacable, copió lo que oía.

Este artículo está dedicado a la señora (cuyo nombre no nos dio tiempo a recoger), que nos escribía para lamentarse de no poder adquirir el libro y nos preguntaba por el olivino. Una manipulacion inhábil por nuestra parte borró su correo. Esperamos que quede satisfecha con este artículo, y que más adelante nos cuente sus experiencias con el olivino.

Para saber más,
"El Libro de las Piedras que Curan". Madrid: Libros Libres

José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia

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Otro nieto muy renuente a las tareas escolares se ha vuelto aplicado desde que le ponen olivinos para hacerlas.

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