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"La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse.
La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso"
(
Benedicto XVI, 5 de octubre de 2007--------------LEER MÁS )
"Los principios morales, no dependen, del voto de las mayorías.
Lo que está mal, está mal, aunque todos estén errados.
Lo que es correcto, es correcto, aún cuando nadie esté del lado correcto".
(Obispo Fulton Sheen)

LA DEMOCRACIA TRADICIONAL FRENTE A LA DEMOCRACIA ABSOLUTA

"Ya le pueden dar vueltas, en el Reino de Cristo habrá democracia", decía el padre Orlandis. Ambas realidades, Reino de Cristo y democracia, son excluidas por la democracia liberal, que es constitutivamente atea y por eso ha descristianizado la sociedad contemporánea en la que impera totalitariamente como democracia absoluta. Muy diferente es la democracia en su significado tradicional: la democracia es la participación del pueblo en el gobierno según la virtud. Éste es el concepto de democracia recogido por santo Tomás y asumido por él como componente del mejor sistema político, y el que enseña la doctrina pontificia que debe ser la verdadera democracia, en el caso en que haya democracia. Santo Tomás concreta que la participación del pueblo en el gobierno consiste en elegir gobernantes de entre el pueblo y por el pueblo. Y para que esto forme parte del mejor sistema político, la clave está en que la participación del pueblo, lo mismo que la actuación del monarca y la de los demás gobernantes, sea según la virtud, según la moral.

"El gobierno político (politia) sólo es apto para las naciones sabias y virtuosas", dice santo Tomás en De regimine principum. Politia designa ahí el gobierno de la multitud cuando es justo (De regimine principum, 1,1).

Cumplir siempre todas las normas de la moral y corregirse y rectificar los incumplimientos sólo es posible con la gracia. Y más si la moralidad ha de ser un hábito social como se requiere para la democracia, según la doctrina pontificia y la de santo Tomás. Lo que está aún más lejos del alcance humano en la situacíón actual de inmoralidad creciente y generalizada consecutivo a la apostasía de las naciones iniciada en el siglo XIX y consumada en el XX. La apostasía de las naciones es la expresión con la que se denomina a la separación de la Iglesia y el Estado, a la desconfesionalización del Estado, a la eliminación del principio del Estado católico, a la imposición de un Estado sin religión, ateo; al laicismo. Diversas denominaciones de lo condenado por los Papas del XIX al condenar el liberalismo, origen de la descristianización de la población de esas naciones, sometida a ese Estado desconfesionalizado, es decir, ateo, cuando aún era una población cristiana.
El consenso sobre la democracia ha sido considerado un signo de los tiempos por el papa.
Para que las naciones sean sabias y virtuosas y, en consecuencia, aptas para el mejor sistema político que haga posible la democracia, se requiere una efusión extraordinaria de gracia como la que iniciará el reinado de Cristo en la tierra consumado. Esto constituirá la Cristiandad futura. Aquí en la tierra, porque en el cielo no hay naciones, pueblos, ni Estados, y el reino de Dios tiene que ser establecido por Cristo en todas las realidades. Cristo ya reina en muchas almas muchas veces, es decir con las intermitencias de sus infidelidades, y reina en algunas almas siempre; pero Cristo ha de reinar plenamente en la sociedad, como lo ha prometido en las Sagradas Escrituras insistentemente y repetidas veces, y como lo ha prometido en las revelaciones privadas a santa Margarita María de Alacoque que están en el origen del establecimiento de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Aun siendo revelaciones privadas, la devoción al Sagrado Corazón pertenece al culto público de la Iglesia, que tiene establecida con categoría de solemnidad la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y también con categoría de solemnidad la fiesta de Cristo Rey, que expresa la esperanza en la principal de las grandes promesas que nos hizo Jesús por medio de santa Margarita María de Alacoque al mostrarnos su Corazón y pedirnos que correspondamos a su amor, la promesa de su reinado, también en la sociedad, porque es nuestro bien: la paz, la prosperidad.

Es la inmoralidad lo que hay que eliminar y no la participación en la política: la democracia ya la está eliminando el laicismo o la sana laicidad tomada como ideal y no como mal menor a subsanar. Sería aceptar sus planteamientos llamar democracia a un sistema que, si no se rige por la ley moral dada por Dios, es democracia sólo de nombre, pero en realidad fácilmente es una tiranía, un totalitarismo. Así ha sido insistentemente tipificado en la doctrina pontificia, que es la que debemos seguir. La doctrina pontificia no denomina democracia a este sistema corrupto, ateo y tiránico que impera como democracia absoluta en el mundo actual. Santo Tomás no llama democracia a un sistema ateo e inmoral. Los que llaman democracia a eso son los liberales y los socialistas avispados y algunos antiliberales no muy avisados. Ya es hora de que estos tengan celo de Dios y que sea según ciencia. Los antiliberales aludidos se creen también que los liberales y los socialistas son demócratas. Ya que no se enteran de lo que dicen y hacen en realidad los liberales y los socialistas, podrían recordar aquello del papa san Pío X, "los verdaderos amigos del pueblo son los tradicionalistas", y pensar por qué lo decía. ¿O es que no creen que lo que dicen los Papas va en serio, que los Papas hablan con propiedad, que el Espíritu Santo es el que les inspira?

Las formas simples de gobierno catalogadas por Aristóteles como buenas son aquéllas en las que se gobierna según la virtud: monarquía, aristocracia y la que los medievales como santo Tomás llamaron democracia, y que Aristóteles denominaba con el nombre genérico de todo gobierno, que es república [cosa pública]. Cuando no son según la virtud, degeneran en tiranía, oligarquía y demagogia. En esta última se suplanta el interés general, más que por el particular de los pobres, como dice Aristóteles, por su utilización verbal en nuestros días:

"Cuando la monarquía o gobierno de uno solo, tiene por objeto el interés general, se le llama comúnmente reinado. Con la misma condición, al gobierno de la minoría, con tal que no esté limitado a un solo individuo, se le llama aristocracia; y se le denomina así, ya porque el poder está en manos de los hombres de bien, ya porque el poder no tiene otro fin que el mayor bien del Estado y de los asociados. Por último, cuando la mayoría gobierna en bien del interés general, el gobierno recibe como denominación especial la genérica de todos los gobiernos, y se le llama república... Las desviaciones de estos gobiernos son: la tiranía, que lo es del reinado; la oligarquía , que lo es de la aristocracia; la demagogia, que lo es de la república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general" (Aristóteles. La Política, III, 5). Hoy en día, la demagogia utiliza verbalmente el interés de los pobres para conseguir el poder y la riqueza los que realizan esa utilización.

Aristóteles advierte que uno de los riesgos de la democracia (a la que denomina con el nombre común de todo sistema político "república" = cosa pública) es que al ser considerados iguales todos en el derecho a elegir o libertad política, también pretendan ser iguales los pobres a los ricos en lo demás. Así como existe siempre el peligro de que los ricos pretendan ser superiores en todo, y no sólo en riqueza material, que es en lo que son superiores, pues tienen derecho a sus propiedades bien adquiridas; existe, por ejemplo, el peligro de que pretendan ser superiores en derechos políticos, ya que son superiores en riqueza, y monopolizar el poder imponiendo una oligarquía. Y en todas las épocas se ven ricos que pretenden ser superiores en conocimientos e incluso en sabiduría e imponer sus opiniones.

"De un lado, superiores unos en un punto, en riqueza, por ejemplo, se creen superiores en todo; de otro, iguales otros en un punto, en libertad, por ejemplo, se creen absolutamente iguales... La asociación política tiene, ciertamente, por fin la virtud y la felicidad de los individuos, y no sólo la vida común. Los que contribuyen con más a este fondo general de la asociación tienen en el Estado una parte mayor que los que, iguales o superiores por la libertad o por el nacimiento, tienen, sin embargo, menos virtud política; y mayor también que la que corresponde a aquellos que, superándoles por la riqueza, son inferiores a ellos, sin embargo, en mérito" (Aristóteles. La Política, III, 5)

Entre los sistemas políticos simples, la monarquía es el mejor. Pero puede degenerar en tiranía cuando no se ejerce según la virtud. A partir de una de las grandes genialidades de Aristóteles, dice santo Tomás:

"La monarquía es el mejor régimen político si no se corrompe. Pero, a causa del gran poder que se concede al rey, fácilmente degenera la monarquía en tiranía, si no hay una virtud perfecta en aquel al que tal potestad se concede; porque, como dice el Filósofo (Ética, IV, 3, 18): «sólo el virtuoso puede sobrellevar la buena fortuna». Y la perfecta virtud se halla en pocos". (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 1-2, 105, 1, ad 2).

Tampoco es satisfactorio renunciar a las ventajas de la monarquía por temor al riesgo de su degeneración:

"Dos peligros son inminentes: o bien que por temer al tirano, se evite el dominio del rey, que es el óptimo; o bien que al pensar esto, se convierta la potestad regia en la malicia tiránica". (Santo Tomás de Aquino, De regimine principum, I, 4).

Pasa lo mismo con la aristocracia, que es un régimen bueno cuando se realiza según la virtud, pero que puede degenerar en oligarquía, no es satisfactorio tener que elegir entre los regímenes simples. En su Comentario a la Política de Aristóteles II, 7, 3, dice santo Tomás que no hay que escoger entre los regímenes simples, sino que hay que combinarlos. El régimen bien combinado no es una simple yuxtaposición o mezcla, sino que une los principios formales que hacen ventajoso cada uno de los regímenes simples buenos, según la virtud, originando la combinación un régimen diferenciado formalmente de cada uno de los simples, pero poseyendo potenciadas las ventajas de cada uno de ellos y atemperando sus inconvenientes o riesgos:

"Un régimen es atemperado por la mezcla de otro" (Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Política de Aristóteles II, 7, 8).

El mejor sistema político, según explica santo Tomás en la Suma Teológica, es el bien combinado de los tres sistemas simples catalogados como buenos por atender al bien común: el bien combinado de monarquía, en cuanto a que gobierna uno según la virtud; de aristocracia, en cuanto a que el monarca se ayuda de los mejores para que gobiernen según la virtud; y de democracia, en cuanto a que el pueblo participa en el gobierno eligiendo gobernantes y siendo estos gobernantes elegidos de entre el pueblo. Véase la Suma Teológica y confróntese la cita. No hay que darle más vueltas. Y recuérdese la severa advertencia de san Pío X condenando a los que se aparten de santo Tomás. Y no se crea ilusoriamente encontrar la escapatoria en que el Papa se refería a lo metafísico, porque tras cada problema político hay un problema teológico, como decía Donoso Cortés. Y la política está regida por la moral y ésta trata del comportamiento conforme a la naturaleza humana. Cada heterodoxia política es en el fondo una herejía. Y herejía quiere decir inicialmente secta o partido.

Legitimidad de origen y de ejercicio

Tal es pues el mejor sistema político, el bien combinado de monarquía, en cuanto uno dirige; de aristocracia, en cuanto muchos gobiernan según la virtud; y de democracia, esto es, potestad del pueblo, en cuanto del pueblo se puede elegir gobernantes, y al pueblo corresponde la elección de los gobernantes
Si actúan según la moral al gobernar y al votar

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, 105, 1 c:

"Circa bonam ordinationem principum in aliqua civitate vel gente, duo sunt attendenda. Quorum unum est ut omnes aliquam partem habeant in principatu, per hoc enim conservatur pax populi, et omnes talem ordinationem amant et custodiunt, ut dicitur in II Polit.(c6, n.15). Aliud est quod attenditur secundum speciem regiminis, vel ordinationis principatuum. Cuius cum sint diversae species, ut philosophus tradit, in III Polit.(c. 5, n. 2.4), praecipuae tamen sunt regnum, in quo unus principatur secundum virtutem; et aristocratia, idest potestas optimorum, in qua aliqui pauci principantur secundum virtutem. Unde optima ordinatio principum est in aliqua civitate vel regno, in qua unus praeficitur secundum virtutem qui omnibus praesit; et sub ipso sunt aliqui principantes secundum virtutem; et tamen talis principatus ad omnes pertinet, tum quia ex omnibus eligi possunt, tum quia etiam ab omnibus eliguntur. Talis enim est optima politia, bene commixta ex regno, inquantum unus praeest; et aristocratia, inquantum multi principantur secundum virtutem; et ex democratia, idest potestate populi, inquantum ex popularibus possunt eligi principes, et ad populum pertinet electio principum". "Para la buena ordenación de gobernantes en un Estado o nación, hay que tener en cuenta dos cosas. Una de ellas es que todos tengan alguna participación en el gobierno: pues por esto se conserva la paz del pueblo, y todos aman tal sistema político y lo custodian, como se dice en la Política (II, 6, 15). La otra es que se atienda a la especie de régimen o de sistema de gobierno. De la cual hay diversas especies, recopiladas por el Filósofo en la Política (III, 5, 2.4), siendo las principales: la monarquía, en la que uno gobierna según la virtud; y la aristocracia, que es la potestad de los mejores, en la que unos pocos gobiernan según la virtud. De donde la mejor ordenación de gobernantes en un Estado o reino es aquella en la que uno está al mando según la virtud y a todos dirige; y bajo él hay algunos gobernantes según la virtud; y sin embargo tal gobierno pertenece a todos, tanto porque todos son elegibles, como porque todos son también electores. Tal es pues el mejor sistema político, el bien combinado de monarquía, en cuanto uno dirige; de aristocracia, en cuanto muchos gobiernan según la virtud; y de democracia, esto es, potestad del pueblo, en cuanto del pueblo se puede elegir gobernantes, y al pueblo corresponde la elección de los gobernantes".

Con el nombre genérico de politia designaba santo Tomás en De regimine principum (1,1) el gobierno de la multitud cuando es justo; aquí, en la Suma, admite ya la palabra democracia para designar la participación del pueblo en el poder en el mejor sistema político, en el que la moralidad es la base.

No sólo para que haya democracia debe haber moralidad, sino para que haya pueblo que elija a los gobernantes que gobiernen honradamente para el bien común. En el concepto de pueblo entra el derecho y la búsqueda del bien común, como afirma santo Tomás utilizando una expresión de Cicerón que emplea también san Agustín:

"Pueblo es la asamblea de la muchedumbre, reunida en conformidad con el derecho y con miras al bien común" (S. Th., 1-2, 105, 2c).

También san Agustín considera indispensable la moralidad del pueblo para la elección de cargos por sufragio universal, como vemos en este pasaje que cita igualmente santo Tomás:

"Si un pueblo es moderado y sensato, diligentísimo guardián de la utilidad común, es justo establecer una ley que permita a tal pueblo elegir los magistrados por los que se administren los asuntos públicos. Pero si ese mismo pueblo maleado poco a poco, bastardea el sufragio y entrega el gobierno a criminales y pervertidos, con justicia se le puede quitar a tal pueblo la potestad de dar los cargos, y entregarla al albedrío de unos pocos buenos". (De libero arbitrio, libro I, capítulo 6, Migne Latino 32,1229. Citado por santo Tomás en: S. Th., 1-2, 97, 1c).

Cuán semejante a los latrocinios son los reinos sin justicia
Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos execrables latrocinios? Y éstos, ¿qué son sino unos reducidos reinos? Estos son ciertamente una junta de hombres gobernada por su príncipe la que está unida entre si con pacto de sociedad, distribuyendo el botín y las conquistas conforme a las leyes y condiciones que mutuamente establecieron. Esta sociedad, digo, cuando llega a crecer con el concurso de gentes abandonadas, de modo que tenga ya lugares, funde poblaciones fuertes, y magnificas, ocupe ciudades y sojuzgue pueblos, toma otro nombre más ilustre llamándose reino, al cual se le concede ya al descubierto, no la ambición que ha dejado, sino la libertad, sin miedo de las vigorosas leyes que se le han añadido; y por eso con mucha gracia y verdad respondió un corsario, siendo preso, a Alejandro Magno, preguntándole este rey qué le parecía cómo tenía inquieto y turbado el mar, con arrogante libertad le dijo: y ¿qué te parece a ti cómo tienes conmovido y turbado todo el mundo? Mas porque yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey. (San Agustín La Ciudad de Dios, Libro 4, Cap 4).

El sentido de la democracia en santo Tomás es tal que considera que, en un pueblo libre, que puede establecer sus propias leyes (un pueblo que, como ha dicho antes, vive según la moral, porque no ha sido maleado):

"Si la muchedumbre es libre de modo que puede hacer sus leyes, más es el consenso de la multitud entera en la observancia de algo, manifestado en la costumbre, que la autoridad del príncipe, que no tiene potestad de establecer la ley, sino como gestor de la multitud. De donde aunque las personas individuales no pueden legislar, el conjunto de todo el pueblo sí puede establecer leyes" (S. Th. 1-2, 97, 3 ad 3).

En un pueblo así (un pueblo que vive según la moral, no maleado), la aprobación de las leyes le corresponde a la totalidad de la población o a sus representantes:

"La ley propiamente dicha, en primer lugar y principalmente se ordena al bien común. Ahora bien, ordenar algo al bien común corresponde, o bien a la población entera, o bien al gestor que la representa. Por consiguiente, legislar atañe o bien a la población entera, o bien a la persona pública que tiene el cuidado de la población entera. Porque en todo género de cosas, ordenarlas a su fin corresponde a quien tiene ese fin como algo propio" (S. Th. 1-2, 90, 3c).

Para esta formulación, santo Tomás se apoya en la que san Isidoro en Las Etimologías (5, 10) pone como procedimiento legislativo, y que ya estaba incluida en el Decreto de Graciano, según la cual la aprobación de la ley corresponde a los dirigentes y a la plebe juntos:

"Ley es una constitución del pueblo, por la cual los magnates conjuntamente con la plebe sancionan algo" (S. Th. 1-2, 90, 3 sed contra).

El pueblo no es simplemente la plebe, sino el conjunto vertebrado e integrado de todas las personas y familias de todos los sectores, clases, estamentos, niveles, rangos y categorías personales y sociales que conviven según el derecho y el bien común para su felicidad y su virtud. Los mayores conjuntamente con los menores. Nación o gens se refiere a la estirpe del pueblo, a lo gentilicio, la etnia, el parentesco o entroque de la familia de familias, con su idioma, idiosincrasia, usos y costumbres, es lo étnico estudiado por la etnografía y por la ciencia de lo popular o folklore. Mientras que pueblo indica la organización social de la nación o gens basada en la moral. Y el Estado es la organización política de un grupo humano, nación o pueblo, cuando llega a su forma superior en la que supera la fase tribal y en la que la autoridad de las leyes y de los gobernantes es independiente de las fidelidades y vínculos personales de grupo o clan y se ejerce según la virtud con el objetivo de promover el bien común. Es la ciudad de la terminología clásica y tradicional, la de san Agustín, exponente de la romanidad cristianizada, y la de santo Tomás, exponente de la Europa de la Cristiandad de la Plena Edad Media.

"Si «gloria de Dios es el hombre viviente» (san Ireneo), con mayor razón lo será la comunidad viva, la «polis» capaz de expresar en sí misma un elevado estilo de vida, caracterizado por la participación y la solidaridad" (San Juan Pablo II: Discurso en Lodi el 20.06.1992).

Los aristos quiere decir los mejores en griego. Y noble quiere decir bueno en castellano. Nobleza obliga es el dicho que expresa las obligaciones del nivel de dignidad del que pretende ser noble; pero estas obligaciones, que son las de la moral, sólo con la gracia se pueden cumplir siempre todas por todos con facilidad, habitualmente, y corregirse y rectificar los incumplimientos.

Santa Maravillas de Jesús, hija del marqués de Pidal y sobrina de Alejandro Pidal y Mon, es la mejor de los Pidales y de los Mones por ahora. Jesucristo ha puesto esta excelencia al alcance de cualquiera. Todos estamos llamados a la santidad. Esto es muy democrático en el plano personal de cada uno. En el plano social y político, las naciones serán sabias y virtuosas en el reinado de Cristo efectivo en plenitud o consumación en la tierra, cuando se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo, como no en vano nos enseñó a pedir en el padrenuestro el mismo Jesús, el Verbo hecho carne.

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Que la monarquía sea hereditaria sólo es mejor per accidens; per se, es mejor que sea electiva, para que gobierne el mejor:

"Per se semper melius est assumi regem per electionem quam per successionem: sed per successionem melius per accidens. Primum patet sic. Melius est assumi principantem illo modo, quo per se contingit ipsum accipi meliorem; sed per electionem contingit assumi meliorem quam per successionem generis, quia melior ut in pluribus invenitur in tota multitudine quam sit unus. Et electio per se est appetitus ratione determinatus. Tamen per accidens est melius assumere principantem per generis successionem, quia in electione contingit esse dissensionem inter eligentes. Iterum quandoque eligentes mali sunt; et ideo contingit quod eligant malum. Utrumque autem istorum malum est in civitate. Iterum consuetudo dominandi multum facit ad hoc quod aliquis subiiciatur alteri; et ideo regnante patre assuescunt filii subiici, quia patri ideo inclinantur ad hoc ut subiiciantur ei. Iterum valde durum et extraneum est, quod ille qui est hodie aequalis alicui cras dominetur et sit princeps illi; et ideo per accidens melius est principantem assumi per successionem generis quam per electionem".
(Sententia libri Politicorum. Expositio Sancti Thomae librorum Politicorum desinit in libro III lectione VI. Eam tamen retulit et usque ad finem pertraxit Petrus de Alvernia. Continuatio a Petro de Alvernia. Petrus de Alvernia, In Politic. continuatio, lib. 3 l. 14 n. 16)

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La democracia liberal

El liberalismo se basa en la proclamación de la libertad sólo con las normas éticas del propio individuo, sin reconocerle autoridad sobrenatural a la Iglesia para enseñar infaliblemente las normas morales, es la proclamación de la libertad absoluta, en la creencia de que el derecho de cada individuo es total y absoluto y que cada individuo tiene derecho a todo sin que existan más normas éticas que las que él mismo se dé o acepte, sin que aceptar en la práctica normas objetivas que le obliguen a nada. (Absoluto quiere decir desligado).
En realidad, es consecuencia de la creencia racionalista de que no hay nada por encima de la razón humana. Spinoza, el máximo filósofo racionalista, ya proclamaba en el siglo XVII que el hombre en estado de naturaleza tiene derecho a todo, hasta donde llegue su fuerza. También se basa Spinoza en el mito del Contrato Social precediendo a Hobbes, Locke y Rousseau.
Rousseau es el que dice que la libertad en el estado de civilización, de sociedad, consiste en la alienación total de cada individuo y de todos sus derechos (absolutos según él) entregándolos y entregándose al colectivo social. Por consiguiente, el Pueblo Soberano, el colectivo social de Rousseau y de sus seguidores tiene un derecho ilimitado, es un soberano absoluto, el más absoluto de todos. No tiene nada por encima, ni humano, ni divino, creen ellos.
Pero en Spinoza y en el liberalismo propiamente dicho, la libertad se basa en el determinismo, la libertad la proclaman como absoluta porque creen que se actúa por necesidad, no con libre albedrío responsable, sino que todo está permitido porque todo está determinado: "la libertad constituye una fuerza vital inseparable de la necesidad. ¿Puede haber, en resolución, prontuario más liberal?", dice Fernando R. Genovés, uno de los creyentes en el liberalismo y en Spinoza (Benedictus de Spinoza, democracia y virtud, por Fernando R. Genovés, LIBERTAD DIGITAL. Martes, 13.12.2005).
Los liberales hablan de la
necesidad de las normas morales, pero, al no reconocerle a la Iglesia autoridad sobrenatural para enseñarlas infaliblemente, constatan que cada uno da unas normas y considera inmoral lo que otros consideran lícito;
y se lamentan los liberales de no poder saber siempre con seguridad si algo es inmoral o no, siendo así que las normas morales son cognoscibles por la luz natural de la razón; y aún se lamentan más de que las normas morales no se cumplen siempre, sino cada vez menos, al renunciar a los medios sobrenaturales de la Iglesia para hacerlas cumplibles siempre o repararlo.
Y se dan cuenta de que la pretensión de que un consenso de sabios establezca las normas morales sólo aportará una versión discordante más, no cognoscible ni practicable generalizadamente al no ir dotada de más medios que los policiales o las predicaciones ateas. Como el esperanto es un idioma más. "Su moral evoluciona en función del consenso de las sociedades".

EL LIBERALISMO, además de la proclamación de la libertad absoluta, tiene como bases:

La doctrina del Pueblo Soberano, o de la Soberanía Nacional es la creencia número uno del liberalismo en el plano ideológico. Lleva consigo la negación o rechazo de la doctrina tradicional de que el poder viene de Dios, aunque se suele expresar diciendo que el poder reside en el Pueblo o en la Nación y que del Pueblo o de la Nación emanan todos los poderes.

El parlamentarismo es en el plano político la definitiva expresión del liberalismo: quien ejerce ese poder total y absoluto del Pueblo Soberano es quien controla el Parlamento, son los representantes de ese Pueblo Soberano absoluto o Nación soberana.
Bien sean elegidos por sufragio restringido de tipo censitario (sólo votan los ricos), como es característico del liberalismo decimonónico.
O bien sean elegidos por sufragio universal, que definirá el liberalismo democrático o democracia liberal que se generaliza en Occidente en el siglo XX.
La doctrina de la separación de poderes de Locke y de Montesquieu, que sirve para la llegada al poder de los liberales en la primera fase, derribando la monarquía absoluta,
quedará eclipsada por el ensanchamiento de ese poder, hasta ocuparlo totalmente en las fases siguientes con la plena imposición del parlamentarismo y del sistema de partidos, sustituyendo el absolutismo monárquico por el absolutismo del partido que tiene la mayoría en el Parlamento y que, desde el Parlamento, controla los tres poderes, diferenciados ya sólo de nombre.
No es lo mismo liberalismo que democracia, puesto que ya eran liberales cuando se basaban en el sufragio censitario (derecho de voto sólo de los ricos).
No es lo mismo parlamentarismo que democracia, porque existe el parlamentarismo, como poder supremo de quienes controlan el Parlamento, desde las revoluciones inglesas del XVII y desde las revoluciones liberales del XVIII y del XIX, y sin embargo, esos parlamentarios no tenían representatividad, porque actuaban en nombre del Pueblo con mayúscula, pero excluían al pueblo real de la participación política.

La democracia

No es lo mismo el parlamentarismo que la existencia de los Parlamentos.
Los Parlamentos, Cortes, Estados Generales existen desde la Edad Media como expresión inicial de la participación del pueblo en el poder.

La democracia es una idea que existe desde la antigüedad clásica.
La democracia se define en la Edad Media como la participación del pueblo en el poder "eligiendo gobernantes de entre el pueblo y por el pueblo" de forma que actúen todos según la moral al votar y al gobernar, como expresa por ejemplo santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Esta democracia tradicional, muy diferente de la democracia liberal, es una democracia participativa y no la base de un poder absoluto.
Apenas empezaba a formarse en aquellos parlamentos medievales y a perfeccionarse poco a poco, cuando las distorsiones antropocéntricas de la modernidad, empezaron a desvirtuar esa democracia tradicional, con las monarquías autoritarias, con la monarquía absoluta, y más aún con el liberalismo y con el socialismo:
porque la monarquía absoluta suprime el Parlamento,
y el liberalismo proclama el poder absoluto del Parlamento, y después del partido que controla el Parlamento en la democracia liberal,
y en las que se han formulado después con otros adjetivos derivados de las ideologías que han pretendido imponerse de una forma absoluta e incluso totalitaria en nombre de la Nación o de la clase social.
Los sistemas totalitarios basados en el marxismo se denominan "democracias socialistas", o "democracias populares" y dicen actuar en nombre de la "democracia real"; y también los terroristas hablan en nombre de la democracia y del Pueblo.

En realidad, la democracia es para elegir gobernantes que gobiernen según las normas objetivas de moralidad, respetando los derechos de todos, sus libertades y buscando honradamente el bien común; y no para que estos gobernantes manden lo que quieran y hagan lo que quieran, sólo con las normas éticas que cada uno de ellos admitan o consensúen. Puesto que la democracia no es para elegir o cambiar de moral, de modelo de vida, de país o de religión. Así se entiende en sentido tradicional. Con legitimidad de ejercicio.

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Pocos pueblos participaron en su gobierno en el transcurso de la historia como el pueblo español en la Edad Media. Esto ha hecho que se hable de “democracia” medieval española
Pierre Vilar, 1906-2003. (Citado por Juan Ignacio Crespo 11.05.2023. Mercados, Cinco Días, elpais@newsletter.elpais.com)

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Gobernar es conducir honradamente a la sociedad a su fin, el bien común. No cambiar el fin. A los gobernentes elegidos se les entrega el timón, el gobernalle, para que conduzcan por el trayecto para el que se ha embarcado la gente a su destino , no para que cambien de trayecto y conduzcan a la gente a otro sitio. Gobernar es conducir a los gobernados a su fin, como enseña Santo Tomás:

"Optima gubernatio nihil aliud est quam directio gubernatorum ad finem, qui est aliquod bonum"; literalmente, "la óptima gobernación no es otra cosa que la conducción de los gobernados a su fin, que es algo bueno" (S. Th., 1, 103, 1c y S. Th., 1, 103, 3c) .

La teoría o propaganda constitucional de la democracia liberal y socialista es que la Constitución es el límite para que los políticos no puedan mandar lo que quieran, pero a la vista está que cada vez que han querido imponer algo más allá de esos límites, han cambiado la Constitución, como lo evidencia la colección de Constituciones impuestas y desechadas en España. Llevan dos siglos cambiando la Constitución en España y han demostrado así una y otra vez que la democracia liberal no es democracia, y menos la versión socialista de la democracia liberal. Siempre al margen de la moral.

En los USA, aparentemente la Constitución no ha cambiado, puesto que está hoy vigente allí la Constitución de 1787. Pero, aunque nos olvidemos de los Artículos de Confederación de 1781, la Constitución de 1787 la han ido cambiando a base de añadirle enmiendas constitucionales desde el mismo año 1789 en que entró en vigor y le añadieron las diez primeras enmiendas. En los USA, los que mandan también les han ido imponiendo lo que han querido, sin que la supuesta Constitución se lo haya impedido; también allí si encuentran límites a su poder absoluto los cambian.

Y en Inglaterra no hay constitución escrita, por lo que "ellos", los que mandan, no tienen que molestarse en cambiar los límites a su poder cuando quieren ampliarlo. Los manuales constitucionales británicos decían que el Parlamento inglés puede hacer todo menos cambiar a un hombre en mujer y que podrían decretar la muerte de los niños como Herodes, pero que naturalmente los honorables MP (miembros del parlamento) no lo van a hacer porque ellos son unos gentlemen.

Por desgracia esos caballeros que nos mandan allí y aquí han pretendido cambiar lo que por naturaleza son los sexos y han conseguido que sea legal matar a los niños en el vientre de su madre.

La democracia liberal es democracia absoluta, porque la democracia liberal es tomarse los gobernantes el poder de hacer y mandar lo que ellos quieran con las normas morales que quieran admitir, diciendo que es en nombre del Pueblo o que ellos son el Pueblo ("We the People") y que "ellos, el Pueblo", no tienen nada por encima, ni humano, ni divino. Es atribuirse el poder de cambiar o imponer la moral, la religión, el modelo de vida o la nacionalidad y el país. Absoluta significa desligada. De Dios y del pueblo con minúscula, el pueblo formado por las personas concretas, que, según Rousseau, deben hacer entrega de todos sus derechos al colectivo social. Es un absolutismo mucho mayor que el de la monarquía absoluta. Según Spinoza la democracia es el más absoluto de los sistemas.

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La legitimidad de ejercicio consiste en actuar al gobernar y al votar según las normas objetivas de moralidad, cognoscibles con nuestra razón natural, que es falible, pero que la Iglesia enseña con autoridad infalible. No basta la legitimidad de origen.

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DOCTRINA PONTIFICIA SOBRE LA DEMOCRACIA

Pío XII

"Una sana democracia, fundada sobre los inmutables principios de la ley natural y de las verdades reveladas, será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la legislación del Estado un poder sin freno ni límites, y que hace también del régimen democrático, a pesar de las contrarias, pero vanas apariencias, un puro y simple sistema de absolutismo.
»El absolutismo de Estado (que no debe ser confundido, en cuanto tal, con la monarquía absoluta, de la cual no se trata aquí) consiste de hecho en el erróneo principio de que la autoridad del Estado es ilimitada y de que frente a ésta -incluso cuando da libre curso a sus intenciones despóticas, sobrepasando los límites del bien y del mal- no se admite apelación alguna a ley superior moralmente obligatoria.
»Un hombre penetrado de ideas rectas sobre el Estado y sobre la autoridad y el poder de que está revestido como custodio del orden social, nunca jamás pensará ofender la majestad de la ley positiva dentro del campo de su natural competencia. Pero esta majestad del derecho positivo humano es inapelable únicamente cuando ese derecho se conforma -o al menos no se opone- al orden absoluto establecido por el Creador e iluminado con una nueva luz por la revelación del Evangelio. Esa majestad no puede subsistir sino en la medida que respeta el fundamento sobre el cual se apoya la persona humana, así como el Estado y el poder público. Este es el criterio fundamental de toda sana forma de gobierno, incluida la democracia; criterio con el cual ha de juzgarse el valor moral de toda ley particular"
(Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944, 24.12.1944: AAS 37, 1945, 10-20).

Juan XXIII

En la Pacem in Terris, Juan XXIII habla de la auténtica democracia como la elección de los gobernantes compatible con la ley natural dada por Dios (nº 47) y con "el hecho de que la autoridad proviene de Dios":

"Del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad. De aquí que la doctrina que acabamos de exponer pueda conciliarse con cualquier clase de gobierno auténticamente democrático" (Juan XXIII, Pacem in terris, nº 52).

Lo que declara tajantemente como inaceptable es que el poder, la constitución y los derechos se desliguen de Dios y que se hagan emanar de la voluntad general o de un partido:

"No puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano, proviene la fuerza obligatoria de la constitución política y nace, finalmente, el poder de los gobernantes del Estado para mandar" (Juan XXIII, Pacem in terris, nº 78)

Juan Pablo II

Para llegar a un buen orden democrático los ciudadanos deben votar según la moral, enseña Juan Pablo II. Elevada así al rango de enseñanaza pontificia, es la misma doctrina de santo Tomás de que "el gobierno político sólo es apto para las naciones sabias y virtuosas" y que "pueblo es la asamblea de la muchedumbre, reunida en conformidad con el derecho y con miras al bien común":

"Es esencial que se dé una amplia respuesta a esta exhortación a una renovación ética, a fin de alcanzar un buen orden democrático, en el que la justicia y la solidaridad se conviertan en pilares de una vida nacional armoniosa. Observé en mi carta encíclica Centesimus annus que «la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales» (n. 46) es una condición necesaria para la auténtica democracia. Sin una sana formación moral ningún ciudadano puede ser capaz de desempeñar bien sus funciones políticas. Sólo si las personas son justas, prudentes, moderadas y valientes, sus decisiones -tanto respecto a los líderes como a las políticas que deben escoger- conducirán verdaderamente al bienestar de la nación" (Juan Pablo II: Discurso a los obispos de Zambia en visita ad limina, 31.05.1993).

La democracia es participación según la virtud, si no es fácilmente un totalitarismo:

"(La Iglesia promueve) el valor de la democracia, entendida como gestión participativa del Estado a través de órganos específicos de representación y control, al servicio del bien común; una democracia que, más allá de sus reglas, tenga un alma, constituida por aquellos valores fundamentales sin los cuales «se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto» (Centesimus annus, 46)" (Juan Pablo II: Discurso al mundo de la cultura en Riga, 9.09.1993).

"Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (Juan Pablo II: Centesimus annus, 46 b, 1.05.1991).

La democracia se debe basar en la verdad, si no, si se basa en el relativismo, el riesgo de totalitarismo es no menos grave que bajo el comunismo. La verdad también rige la política. Esto recuerda lo que pone Canals como lema en una de sus obras: "También en política la verdad es la realidad de las cosas" (Francisco Canals Vidal: Política española: pasado y futuro. Barcelona.1977 ):

"Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo -la primera entre ellas el marxismo-, existe hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, <<si no existe una verdad última -que guíe y oriente la acción política-, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia>> (Centesimus annus, 46 b)" (Juan Pablo II: Veritatis splendor, 6.08.1993).

La falsa filosofía, crimen de Estado.
La democracia es para elegir gobernantes, no para cambiar la moral, cambiar la verdad, cambiar la naturaleza humana. Los gobernantes elegidos deben atenerse al sistema jurídico constitucional regido por la moralidad, por la razón, por la actuación conforme a la naturaleza humana, que sólo es posible en la práctica en un Estado confesional católico.
Desligarse los gobernantes de la moral poniendo a votación leyes inmorales, leyes contrarias a la naturaleza, requiere afirmar e imponer dogmáticamente que todo es relativo, que la verdad no existe, o que no la podemos conocer; y que tampoco sabemos nada de que haya un autor de la naturaleza, que nos ha dado la ley natural impresa en nuestra mente al darnos nuestra naturaleza humana, y que no hay más ley que la que resulte de las votaciones. Absoluto, que quiere decir desligado de Dios y del pueblo, es el sistema falsamente llamado democracia de la democracia absoluta, que es fácilmente la peor tiranía, y que se basa en la falsa filosofía del relativismo y del agnosticismo y en su práctica política llevada a cabo por el liberalismo mediante el relativismo y el agnosticismo del Estado, que es la imposición de la separación de la Iglesia y del Estado, de la desconfesionalización del Estado, del laicismo, de la eliminación del principio del Estado católico. Lo que recuerda la advertencia de nuestro clásico del siglo XVIII Fernando de Ceballos: La falsa filosofía, crimen de Estado. Los ilustrados de entonces convertían la monarquía en monarquía absoluta al impregnarla de su falsa filosofía, el racionalismo de les philosophes derivado del antropocentrismo renacentista y raíz, a su vez, del liberalismo. La primera víctima iba a ser la monarquía cruentamente derruida por las revoluciones producidas por esa falsa filosofía, como pronosticaba Ceballos. El liberalismo impuso la separación de la Iglesia y del Estado, la desconfesionalización, que es el relativismo y el agnosticismo del Estado y causó la segunda víctima: la población fue así descristianizada. Ahora, la falsa filosofía en la que se pretende basar la democracia la convierte en democracia absoluta y en la peor tiranía sobre el pueblo.

"La democracia no implica que todo se pueda votar, que el sistema jurídico dependa sólo de la mayoría y que no se pueda pretender la verdad en la política. Por el contrario, es preciso rechazar con firmeza la tesis, según la cual el relativismo y el agnosticismo serían la mejor base filosófica para la democracia, ya que ésta, para funcionar, exigiría que los ciudadanos admitieran que son incapaces de comprender la verdad y que todos sus conocimientos son relativos, varios o dictados por intereses y acuerdos ocasionales. Este tipo de democracia correría el riesgo de convertirse en la peor tiranía, pues la libertad, elemento fundamental de una democracia, «es valorada plenamente sólo por la aceptación de la verdad» (Centesimus annus, 46)" (Juan Pablo II: Discurso a obispos portugueses en visita ad limina, 27.11.1992).

Estas enseñanzas del papa Juan Pablo II fueron comentadas así por su fiel colaborador el cardenal Ratzinger, después sucesor suyo como Papa él también con el nombre de Benedicto XVI: la democracia sólo es posible sobre la base de la justicia, la moral, la verdad, los valores provenientes de la fe cristiana. La democracia es redimida como toda realidad humana, no es redentora, como si fuese Dios:

"Muchos opinan que el relativismo constituye un principio básico de la democracia, porque sería parte de ella el que todo se pueda someter a discusión. En verdad, sin embargo, la democracia vive sobre la base de que existen verdades y valores sagrados que son respetados por todos. De otro modo se hunde en la anarquía y se neutraliza a sí misma.
Alexis de Tocqueville señalaba ya, hace aproximadamente 150 años, que la democracia sólo puede subsistir si antes ella va precedida por un determinado «ethos». Los mecanismos democráticos funcionan sólo si éste es, por así decir, obvio e indiscutible y sólo así se convierten tales mecanismos en instrumentos de justicia. El principio de mayoría sólo es tolerable si esa mayoría tampoco está facultada para hacer todo a su arbitrio, pues tanto mayoría como minoría deben unirse en el común respeto a una justicia que obliga a ambas. Hay, en consecuencia, elementos fundamentales previos a la existencia del Estado que no están sujetos al juego de mayoría y minoría y que deben ser inviolables para todos.
La cuestión es: ¿quién define tales «valores fundamentales»? ¿Y quién los protege? Este problema, tal como Tocqueville lo señalara, no se planteó en la primera democracia americana como problema constitucional, porque existía un cierto consenso cristiano básico —protestante— absolutamente indiscutido y que se consideraba obvio. Este principio se nutría de la convicción común de los ciudadanos, convicción que estaba fuera de toda polémica. ¿Pero qué pasa si ya no existen tales convicciones? ¿Es que es posible declarar, por decisión de la mayoría, que algo que hasta ayer se consideraba injusto ahora es de derecho y viceversa? Orígenes expresó al respecto en el siglo tercero: Si en el país de los escitas se convirtiere la injusticia en ley, entonces los cristianos que allí viven deben actuar contra la ley. Resulta fácil traducir esto al siglo XX: Cuando durante el gobierno del nacional-socialismo se declaró que la injusticia era ley, en tanto durara tal estado de cosas un cristiano estaba obligado a actuar contra la ley. «Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres». ¿Pero cómo incorporar este factor al concepto de democracia?
En todo caso, está claro que una constitución democrática debe cautelar, en calidad de fundamento, los valores provenientes de la fe cristiana declarándolos inviolables, precisamente en nombre de la libertad. Una tal custodia del derecho sólo subsistirá, por cierto, si está guardada por la convicción de gran número de ciudadanos. Ésta es la razón por la cual es de suprema importancia para la preparación y conservación de la democracia preservar y profundizar aquellas convicciones morales fundamentales, sin las cuales ella no podrá subsistir. Estamos ante una enorme labor educadora a la cual deben abocarse los cristianos de hoy".
(En tres distintas ocasiones el director de Humanitas, Jaime Antúnez Aldunate, entrevistó en Roma al entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI. Dichas entrevistas, publicadas en el diario El Mercurio de Santiago de Chile, fueron luego reeditadas por su autor, como un solo texto, en el libro Crónica de las Ideas: En busca del rumbo perdido publicado en Madrid por Ediciones Encuentro en 2001).

La verdad es lo único que puede cimentar la libertad y vencer los diversos totalitarismos:

"Sólo Dios, el Bien supremo, es la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad, y por tanto de los mandamientos, en particular los negativos, que prohíben siempre y en todo caso el comportamiento y los actos incompatibles con la dignidad personal de cada hombre. Así, el Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido por Él. Únicamente sobre esa verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo para vencer las formas más diversas de totalitarismo para abrir el camino a la auténtica libertad de la persona" (San Juan Pablo II: Veritatis splendor, 99).

Si la política no se guía por la verdad última y por la moralidad va a una democracia que se convierte en totalitarismo. Dostoyevski decía: "Si Dios no existe, todo está permitido".

"Si no existe una verdad última -la cual guía y orienta la acción política- entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (San Juan Pablo II: Centesimus annus, 46).

Es el rechazo de Dios y de su Iglesia lo que lleva al totalitarismo:

"Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre:
«Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia»" (cf CA 45, 46)". (Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, 2244).

"Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente «totalitarias»" (Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, 2257).

La garantía de la democracia e incluso de la mera convivencia es la exigencia de las normas morales. Es en esta exigencia de moralidad en lo que hay igualdad sin excepciones ni privilegios, porque las normas morales obligan a todos.

"Este servicio (el anuncio de la verdad moral por parte de la Iglesia) está dirigido a cada hombre, considerado en la unicidad e irrepetibilidad de su ser y de su existir. Sólo en la plena obediencia a las normas morales universales el hombre halla plena cofirmación de su unicidad como persona y la posibilidad de un verdadero crecimiento moral. Precisamente por esto, dicho servicio está dirigido a todos los hombres; no sólo a los individuos, sino también a la comunidad, a la sociedad como tal. En efecto, estas normas constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana, y por tanto de una verdadera democracia, que puede nacer y crecer solamente si se basa en la igualdad de todos sus miembros, unidos en sus derechos y deberes. Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales" (San Juan Pablo II: Veritatis splendor, 96b, 6.08.1993).

La democracia no se puede convertir en un sucedáneo de la moralidad, según enseña la doctrina pontificia:

La democracia no puede mitificarse, convirtiéndola en un sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un «ordenamiento» y, como tal, un instrumento y no un fin. (San Juan Pablo II: Evangelium vitae, 70-71a, 25.03.1995).

Los que convierten la democracia en un sucedáneo de la moralidad y dicen que la democracia no es un simple ordenamiento lo hacen para "bien" o para mal, pero coinciden en convertirla en un sucedáneo de la moralidad y en separarse de lo que enseña santo Tomás y de lo que enseña la doctrina pontificia. Para mal lo hace el liberalismo, la democracia liberal y todo lo que ha venido detrás: el socialismo en todos sus grados. Para "bien", algunos antiliberales que se separan también de la doctrina de santo Tomás y de la doctrina pontificia, porque les parece que se opondrán más y que combatirán mejor el ateísmo y que servirán más y mejor a Dios yendo por caminos diferentes de los indicados como caminos de Dios por santo Tomás y por las enseñanzas de quienes ha puesto Dios mismo al frente de su pueblo para indicarle esos caminos, los Papas. Recuerdan aquella prescripción bíblica:

"No te tuerzas ni a derecha ni a izquierda, aparta tu pie de la maldad (Pr 4, 27), porque los caminos de la izquierda son perversos y los de la derecha Dios los conoce".
(Pr 4, 28 en la versión de Los Setenta).

San Agustín comenta que separarse de los caminos de Dios por la derecha es atribuirse el bien y la salvación a uno mismo y no a Dios. Y resulta que muchos antiliberales eran molinistas y que su postura de autoinvestidos guardianes de la ortodoxia es un trasunto del error judío (judaizante). Lástima. Todo ha de ser restaurado. Por Cristo. En su reino. Vázquez de Mella decía con enorme acierto que él aceptaba la historia de España a beneficio de inventario. Lo mismo se ha de hacer con el carlismo. No basta con aducir lo que haya dicho un carlista u otro. El carlista, tiene que demostrar lo que dice. Y el tomista. Y el cristiano. Tiene que demostrar que lo que dice expresa lo que dice la revelación, la doctrina de la Iglesia, la realidad de las cosas naturales, y de los hechos de la historia. Además así no habrá discrepancias al concordar todos en la verdad, y no pretender ser cada uno guardián y garantía de la ortodoxia, un pequeño Papa, o incluso un Papa del Papa, que dice qué enseñanzas del Papa hay que seguir y cuáles no, según concuerden o no con las suyas particulares. Se puede expresar esto utilizando unos versos del pobre Machado (Antonio), que en esto acertaba, hombre, ya que hay que hacer beneficio de inventario: "¿Tu verdad? No, la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela". Santo Tomás recogía cuidadosa y tranquilamente todas las ideas verdaderas de los filósofos anteriores. San Agustín expresa esta actitud con una claridad tan contundente que quizá hiera alguna sensibilidad: "Si acaso los llamados filósofos han dicho algo de verdad en armonía con nuestra fe, de ellos como de posesores injustos debemos reivindicarlo para nuestro uso" (S. Agustín en De doctr. Christ. II, c. 40, citado por santo Tomás en S. Th. 1, 84, 5c).

Veamos más ampliamente las palabras del Papa enseñando que la democracia es un ordenamiento y no es la doctrina, la moral:

La democracia no puede mitificarse, convirtiéndola en un sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un «ordenamiento» y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter «moral» no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve. Si hoy se percibe un consenso casi universal sobre el valor de la democracia, esto se considera un positivo «signo de los tiempos», como también el Magisterio de la Iglesia ha puesto de relieve varias veces (cf. Centesimus annus, 1.05.1991, 46: AAS, 83, 1991, 850; Pío XII, Radiomensaje de Navidad, 24.12.1944: AAS 37, 1945, 10-20). Pero el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son, ciertamente, la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el «bien común» como fin y criterio regulador de la vida política.
»En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles «mayorías» de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto «ley natural» inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil. Si, por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos (cf. Veritatis splendor, 6.08.1993, 97 y 99: AAS 85, 1993, 1209-1211).
»Alguien podría pensar que semejante función, a falta de algo mejor, es también válida con vistas a la paz social. Aun reconociendo cierto aspecto de verdad en esta valoración, es difícil no ver cómo, sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar la paz estable, tanto más que la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres, es a menudo ilusoria. En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las palancas de poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía" (San Juan Pablo II: Evangelium vitae, 70-71a, 25.03.1995).

Estas enseñanzas del papa san Juan Pablo II en la Veritatis splendor fueron comentadas así por su fiel colaborador el cardenal Ratzinger, después sucesor suyo como Papa él también con el nombre de Benedicto XVI

"La Encíclica insiste muy decididamente en que la moral no es cosa de acuerdos. En este caso estaría sometida al juego de las mayorías. La moral se basa más bien en el orden interno de la propia realidad: la creación lleva en sí la moral. Estamos comenzando nuevamente a ver esto en los urgentes problemas ecológicos. Volvemos a darnos cuenta de que no debemos hacer todo cuanto podemos hacer. Constatamos que debemos respetar la dignidad de las criaturas. Con mayor razón entonces debemos volver también a comprender que justamente el ser humano lleva en sí una dignidad y un mandato interior que permanecen a través de todos los cambios históricos. El hombre es siempre hombre. Su dignidad esencial es siempre la misma. Por eso existen conductas que nunca podrán llegar a ser buenas, sino que siempre serán incompatibles con el respeto al hombre y a la dignidad que viene Dios y que Él lleva en sí. El Papa muestra con gran poder de persuasión en la Encíclica que el problema fundamental de nuestro tiempo es un problema moral. Los problemas económicos, sociales y políticos seguirán siendo insolubles si no se encara esta realidad central. Y el Papa demuestra que el problema moral no se puede separar de la cuestión de la verdad. Ésta, por su parte, está indisolublemente unida al problema de la búsqueda de Dios" (Ratzinger, ibídem).

Sobre la base de esta encíclica Veritatis splendor de Juan Pablo II, Ratzinger cuando aún era cardenal tipificaba así la deficiencia radical del liberalismo y la anulación de la libertad por el liberalismo:

Si el liberalismo se levanta solamente sobre los mecanismos del mercado, en el ámbito práctico esto ciertamente es un contraste radical con el control burocrático central que promueven los sistemas marxistas. Pero también en la filosofía radical de mercado predomina un pensamiento mecanicista materialista, en que la libertad del individuo se transforma en parte integrante de un sistema global mecánico que funciona forzosamente y tiene leyes confiables. El liberalismo puro no puede superar al marxismo. Necesitamos, como lo demuestra la Encíclica moral del Papa, una concepción de la libertad que esté ligada a la verdad. Necesitamos una imagen del hombre que esté ligada a Dios. En otra forma no podremos encontrar el camino entre la Escila de la anarquía y la Caribdis del totalitarismo" (Ratzinger, ibídem).

La democracia no consiste esencialmente en elegir una moral o religión o patria por mayoría. La democracia sólo es esto per accidens. El accidens de la degeneración. La democracia está así ahora y cada vez peor (por ahora). Tampoco en esto de la política vale hablar per accidens, tomar el rábano por las hojas no es bueno para nada.

"El juicio sobre una cosa no se basa en lo que tiene de accidental, sino en lo que tiene de esencial" (Santo Tomás de Aquino, S. Th., I q.16 a.1, c).

Nadie debería decir, si no se guiase por la situación de degeneración o corrupción de ciertas realidades: "Qué es la prensa: mentiras políticas". "Qué son las revistas: pornografía". "Qué es la televisión: telebasura". "Y qué son los filósofos: ¿los que dicen con palabras que nadie entiende lo que todo el mundo sabe, o los que han desarrollado con pedantería todas las posibilidades de equivocarse y disparatar por separarse del sentido común?". Decían y dicen los gnósticos, y en particular los maniqueos, que lo material es malo, que lo económico y lo político es malo, que las leyes, jueces, policías y militares son malos, que la autoridad es mala, es autoritarismo, o que el poder es malo y que hay que distinguirlo de la autoridad de los sabios, que ésta sí que es buena. Todo esto, que está en el núcleo del liberalismo, incluyendo el de los democristianos, lleva a abandonar el mundo político en manos del mal, de la corrupción de lo político que realizan los que la separan de Dios; y, al final, como hay que seguir viviendo, conduce a pactar y llevar votos de cristianos a los partidos corruptores, anticristianos. La corrupción, la degeneración, es accidental, no es esencial; el mal no tiene esencia, sólo es privación o carencia; ninguna realidad natural es mala por esencia; Dios no es el autor del mal.

"Gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo, bajo Dios". Ésta es la mal conocida definición de democracia; mal conocida porque se suele citar amputada de lo que es esencial y que la diferencia de los totalitarismos, "bajo Dios", "under God". La expresión procede de la Oración de Gettisburg, pronunciada por Abraham Lincoln en 1863 tras la sangrienta batalla allí sucedida. Juan Pablo II no omite, lógicamente, la expresión "bajo la guía de Dios" cuando cita a Lincoln:

"Para todos ésta es una hora especial en vuestra historia: la celebración del bicentenario de vuestra Constitución... Es un tiempo para traer a la memoria la primitiva fe política americana, con su llamada a la soberanía de Dios...En un difícil momento en la historia de este país, un gran americano, Abraham Lincoln, habló de una particular necesidad de aquel tiempo: «Que esta nación, bajo la guía de Dios, conozca un nuevo nacimiento de libertad». Un renacimiento de libertad es continuamente necesario: libertad para ejercer la responsabilidad y la generosidad, libertad para afrontar el desafío de servir a la humanidad, la libertad necesaria para llevar a cabo el destino humano, libertad para vivir de la verdad, para defenderla contra cualquier distorsión o manipulación, libertad para observar la ley de Dios, que es el modelo supremo de toda libertad humana, libertad para vivir como hijos de Dios, seguros y felices: libertad para ser América en esta democracia constitucional que fue concebida para ser «una nación bajo la guía de Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos»" (Juan Pablo II: Discurso ante el Presidente de Estados Unidos, J. Carter, en el Museo Vizcaya de Miami, el 10.09.1987. L'Osservatore Romano en castellano, 20.09.1987, pág. 5, nn. 2-3).

La democracia no es redentora. Por el contrario, como todas las realidades humanas ha de ser redimida. Para que sea posible, la democracia ha de ser redimida por Dios en el Reino de Cristo. Si no, se convierte en totalitarismo, como insistía Juan Pablo II. En la Pacem in Terris, nº. 52, Juan XXIII habla de la auténtica democracia como la elección de los gobernantes compatible con la ley natural dada por Dios y con "el hecho de que la autoridad proviene de Dios". Cuando digo que la democracia no es redentora, sino que ha de ser redimida, me refiero a la democracia sin los adjetivos crecientemente corruptores de liberal, socialista o comunista. Precisamente pretender convertirla en redentora es suplantar la moral con lo que se impone en nombre del "Pueblo" según la doctrina liberal, la socialista o la comunista. Es suplantar a Dios y generalizar la corrupción.

Entre todas las proclamas revolucionarias del liberalismo y de lo que ha venido después, lo malo no es que hablen de libertad, ni de igualdad, ni de fraternidad; el veneno está en su núcleo esencial que es la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía Nacional. Ahí está la negación de que la autoridad viene de Dios. Ahí está el ateísmo positivo que no sólo niega a Dios, sino que lo suplanta, es decir el panteísmo, el inmanentismo. Éste es el constitutivo ateo de la democracia liberal. El problema de la doctrina del "Pueblo soberano", el problema no está en "pueblo", y menos así, con minúscula, sino en "soberano", porque se trata de la soberanía absoluta; por eso ponen "Pueblo" con mayúscula, en vez de Dios, que ahora ya lo ponen con minúscula. Absoluto quiere decir desligado. Desligado de Dios y, en consecuencia, del hombre y del pueblo.

El padre Ramière, al examinar todas las proclamaciones y lemas liberales (cf. La bancarrota del liberalismo), lo que detecta como verdaderamente venenoso es la doctrina del Pueblo soberano. Todo lo demás son expresiones, ideas y valores humanos y cristianos. Proclamas como libertad, igualdad, fraternidad, el liberalismo las utiliza, las envenena y las hace imposibles y antihumanas con su doctrina falsa y venenosa del Pueblo soberano. En sí mismas no sólo son tolerables para los cristianos, sino que han de ser proclamadas como buenas, siempre que no se mitifiquen y conviertan en redentoras, ni se absoluticen. Son relativas a la verdad y a Dios y son redimibles por la gracia de Cristo como todo lo humano, y sólo así son posibles, como enseñan los pontífices:

"En este continente, donde hace más de doscientos años se proclamaba el programa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, por desgracia trastocándolo y contaminándolo con la sangre de tantos inocentes, es necesario que resuene con una fuerza nueva el programa de la libertad a la que Cristo nos ha llamado. Sólo la libertad, mediante la que Cristo nos libera, puede transformarse en fuente de igualdad y fraternidad. No se trata de una libertad que constituya un fin ella misma, o sea, una libertad absoluta y egocéntrica que, como demuestra la experiencia, termina a menudo por ser devastadora. La verdadera libertad es medio maravilloso para alcanzar el fin, y este fin es, ante todo, el amor del que nace la fraternidad" (San Juan Pablo II: Homilía en Loreto el 10.09.1995, n. 5. L'Oss. 22.09.1995).

Por eso, el problema no está en el sufragio universal que constituye la democracia, sino en el ateísmo positivo que constituye la democracia liberal. En los países anglosajones y tanto o más en Francia, en Italia y aquí en España.

En el siglo XIX, creían que el sufragio universal era lo más revolucionario como expresión más congruente de la doctrina del Pueblo Soberano. Lo creían tanto los liberales revolucionarios para apoyarlo, como los moderados y los monárquicos para oponerse. La expresión democracia era en el siglo XIX, sinónimo de extrema izquierda revolucionaria. Los doctrinarios franceses, que era como se denominaban allí los liberales moderados, utilizaban la expresión democracia absoluta, sin conseguir escapar a ella, y lo mismo los monárquicos. Véase lo que dicen Benjamín Constant y Tocqueville.

El sufragio censitario al que se aferraban y del que vivían políticamente, además de que vivían también del fraude electoral, excluía del voto precisamente al pueblo, entonces no tan maleado, no tan descristianizado todavía, aún bastante tradicional. La primera vez que le dejaron votar al pueblo fue en 1848 y, en plena situación republicana tras la revolución de febrero que implanta el sufragio universal, el pueblo votó a los más derechistas y menos revolucionarios de los que se presentaron. En beneficio de Napoleón III, que sí creía en el sufragio universal, pero quería meter en cintura a los revolucionarios y a los moderados, incluidos los católicos liberales y los propios monárquicos que también entonces echaban pestes de la democracia, aunque no del parlamentarismo.

El parlamentarismo es la aplicación política práctica del principio del Pueblo Soberano que es el principio político teórico máximo del liberalismo. Y consiste, por lo tanto, el parlamentarismo en la supremacía del parlamento, como aplicación de la teoría de que el poder del Pueblo es absoluto. La idea de que del Pueblo emanan todos los poderes, la autoridad y la justicia. Como el "Pueblo" no se puede sentar en el trono soberano, son los representantes del "Pueblo" reunidos en el Parlamento los que ejercen ése poder absoluto y total del "Pueblo". Lo esencial en el parlamentarismo es que es el poder decisivo e incondicionado en el liberalismo, tanto si los parlamentarios, "representantes" del "Pueblo" son elegidos por sufragio restrigido de tipo censitario, a la manera del siglo XIX, como si lo son por sufragio universal. En este último caso ya es la democracia liberal propiamente dicha. Lo esencial es el liberalismo, la autoproclamación del Parlamento como la fuente suprema de normas sin reconocer por encima suyo la ley natural, y menos aún la autoridad de la Iglesia para definir la moral: el concepto de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto no lo admiten como algo anterior a lo que decida el Parlamento. La intensificación y multiplicación "progresiva" de medidas contrarias a la moral, contrarias a la ley natural, la han llamado "profundización de la democracia", y es la profundización del liberalismo, de la separación de Dios de lo político, de lo social y de lo cultural. La separación de Dios y, por lo tanto, del bien del hombre.

El maligno enemigo, Satanás, a veces violentamente como dragón; a veces suavemente como serpiente, lo que intenta es deshacer «aquella síntesis de la religión y de la vida», señalada por Pío XII como esencia de la civilización cristiana, de la Cristiandad futura, y que es el objetivo personal y social de todo cristiano. Pío XII denunció este intento de disociación:

"El «enemigo» se encuentra por todas partes y en medio de todos. Sabe ser violento y taimado. En estos últimos siglos ha intentado llevar a cabo la disgregación intelectual, moral, social de la unidad del organismo misterioso de Cristo. Ha querido la naturaleza sin la gracia; la razón sin la fe; la libertad sin la autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un «enemigo» que cada vez se ha hecho más concreto, con una despreocupación que deja atónitos todavía: Cristo, sí; Iglesia, no. Después: Dios, sí; Cristo, no. Finalmente el grito impío: Dios ha muerto; más aún, Dios no ha existido jamás. Y he aquí la tentativa de edificar la estructura del mundo sobre fundamentos que Nos no dudamos en señalar como a principales responsables de la amenaza que gravita sobre la humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin Dios. El «enemigo» se ha preparado y se prepara para que Cristo sea un extraño en la universidad, en la escuela, en la familia, en la administración de la justicia, en la actividad legislativa, en la inteligencia entre los pueblos, allí donde se determina la paz o la guerra" (Pío XII. Discurso en el XXX Aniversario de la Acción Católica Italiana, 12-10-1952).

El Papa siguiente, san Juan XXIII insiste en la misma denuncia con fuertes palabras. Lo califica de siniestro y caracteriza a la modernidad por este intento de excluir a Dios que además es absurdo, si lo que se quiere es que el orden temporal prospere:

«El aspecto más siniestramente típico de la época moderna consiste en la absurda tentativa de querer reconstruir un orden temporal sólido y fecundo prescindiendo de Dios, único fundamento en que puede sostenerse». (San Juan XXIII: Mater et magistra, 217).

El papa san Juan Pablo II, que insistió en numerosas ocasiones en presentar como objetivo y deber esencial de todo cristiano la síntesis de la fe y la vida y la realización de una nueva síntesis de fe y vida, también ha denunció ese intento anticristiano de disociación y separación de fe y vida:

"La dignidad plena de las personas no puede realizarse ni en el liberalismo ni en el socialismo entendidos como exasperación ideológica de exigencias opuestas entre sí...Urge sanar la fractura existente entre moral y sociedad" (San Juan Pablo II, Discurso en Cremona al mundo del trabajo, el 21.06.1992, fiesta del Corpus Christi, L'Oss. 17.07.1992).

«Sabemos que estamos afrontando en nuestros días un reto cultural que, bajo formas nuevas, asume dimensiones gigantescas, también gracias a la presencia de los medios de comunicación social: el intento de separar la fe de la vida, el Evangelio de la cultura, y la moral de la política, de la economía y de la técnica.
»Alguno piensa en un mundo sin Dios y en una sociedad sin Iglesia. Otros consideran que la luz de la fe puede iluminar las conciencias, pero no aceptan que el Evangelio pueda ejercer su influencia en la vida social. Sólo la fe de los creyentes puede vencer ese reto: una fe madura, adulta, convincente y capaz de dar testimonio».
(San Juan Pablo II, Discurso también en Cremona, el 21.06.1992, al final de la procesión del Corpus Christi, L'Oss. 17.07.1992).

Nada de profundización de la democracia, sino de la democracia liberal. Lo que ha habido en el siglo XIX y hay cada vez más en el XX y en el XXI es falseamiento de las elecciones, corrupción electoral, manipulación del voto. Y el nombre técnico que tipifica el sistema político imperante hoy es, como en el siglo XIX, oligarquía propiamente dicha, que actúa en nombre de la democracia absoluta del liberalismo con una actuación encubierta, mandando en los que aparentan mandar, como confesaron Disraeli en el siglo XIX y Eisenhower en el siglo XX.

Y es que no es lo mismo democracia que democracia liberal. Seguir con el equívoco erre que erre, pese a las reiteradas enseñanzas pontificias, contribuye a que se imponga la democracia liberal y a la descristianización personal y social progresiva, en consecuencia.

"Una de las vías eficaces de influencia deletérea de falsas doctrinas -en el orden religioso y moral, en el social y político, y en el cultural y pedagógico- y de utilización de las mismas al servicio de una praxis revolucionarian desintegradora del orden natural, ha sido la manipulación del lenguaje mediante equívocos, que se apoyan en la imposición de significados de rigidez unívoca... Así por ejemplo...«democracia» es la fundada en el mito de la voluntad general y de la soberanía del pueblo, inspirada en fuentes rousseaunianas; libertades y «derechos humanos» se entienden desde las concepciones antropocéntricas y antiteísticas de una modernidad anticristiana".
(Francisco Canals Vidal: Política española: pasado y futuro. Barcelona. Acervo. 1977. Pág. 9).

"El lenguaje político moderno está lleno de graves equívocos. El término «democracia»... había sido admitido en el lenguaje tradicional escolástico para expresar la deseable participación en el poder por parte de todos los miembros de una comunidad. Así en Santo Tomás. Pero a partir de la filosofía del siglo XVIII, inspiradora de la revolución francesa, significa también una concepción del mundo y una filosofía, negadora del origen divino del poder y del fundamento de las leyes humanas en una ley natural participación de la eterna. Un equívoco análogo se da con el término «derechos humanos»" (Política, 289).

"El liberalismo, la democracia de inspiración doctrinal rousseauniana y spinoziana, el socialismo en todos sus grados, se apoyan en concepciones filosóficas que niegan la sustantividad espiritual del hombre individual, y su libertad de albedrío y responsabilidad moral... Lo que se hace es establecer una perspectiva antropocéntrica sobre la vida social y la historia... En nombre de estas concepciones se recusa precisamente la idea cristiana de una ley natural impresa por Dios en nuestra mente. Negada la fuente divina de la dignidad de la persona humana, el mito de la voluntad general se constituye en fundamento último de todo el orden social (Política, 290).

"En relación íntima con este antropocentrismo, para el que el poder humano carece de límites imperativos que condicionen su decisión... está la negación del origen divino del poder, expresada en la falsa metafísica de la «soberanía del pueblo»... Para el antropocentrismo... la voluntad humana es ilimitada en sus objtivos, e incondicionada frente a toda norma que no emane de elle misma. Es esto y no una forma de gobierno en la que «todos tengan parte en el principado» -según la expresión de Santo Tomás- lo que, desde la inspiración de las filosofías anticristianas de los siglos modernos, se significa con la tesis de la «soberanía del pueblo», que se afirmó en antítesis al origen divino del poder" (Política, 291).

"El absolutismo, inspirado en el humanismo del Renacimiento, operó una reducción mundana e inmanente de la doctrina católica através de la tesis del derecho divino de los reyes. En nuestro siglo [el siglo XX], en un contexto filosófico más explícitamente panteísta, se concibió el Estado como el advenimiento de lo divino sobre la tierra. Tales errores tienen un carácter idolátrico, porque atribuyen carácter divino a relidades finitas. Pero la mitología democrática de la soberanía del pueblo se levanta contra la idea misma de un principio divino de unidad, y de un modo mucho más radicalmente anticristiano se enfrenta «a todo lo que se llama Dios o recibe culto». No es ya idolatría, sino antiteísmo" (Política, 290-291).

Nada de "nosotros también somos...". ¡Ellos no, nosotros sí! Sólo nosotros. Con Cristo. En su reino

Nada de ir a congraciarnos con ellos diciéndoles que nosotros también estamos contra el fascismo o que nosotros también estamos contra el totalitarismo. Ellos facilitan el totalitarismo y la peor tiranía con el nombre de democracia, al negar la moral, al negar la verdad, al negar a Dios. Eso es regalarles incluso el ser los distribuidores y los homologadores de la etiqueta de democracia. El antifascismo se lo inventaron los estalinistas en los años treinta del siglo XX y lo proclamaron en 1935 en la III Internacional, como banderín de enganche de liberales y masones, llamados "burgueses" por los marxistas, cuando estos diseñaron la táctica de Frente Popular como fórmula para acceder al poder los comunistas en los países occidentales. En esa trampa dialéctica han cogido a muchos. Los que quieren dar imagen de estar ellos "también contra el fascismo" deben proclamarse antifascistas junto con los comunistas, y al menos, para empezar, deben considerar peor el fascismo que el comunismo, y no deben ser anticomunistas para no ser llamados fascistas, y enseguida deben considerar preferible el comunismo que el fascismo. Ya no salen de la trampa dialéctica: como el régimen de Franco fue una dictadura, deben decir, o al menos no contradecir, que los que más se opusieron a Franco, los comunistas, son los más demócratas. Y los de la ETA, aún más, y los más vascos. Si leyeran las proclamas de la ETA se enterarían de que su independentismo marxista y su terrorismo es en nombre de la "democracia", como el nacionalismo del PNV y el de EA [que ya se junto con los batasunos en Bildu].

No es lo mismo lo racional que el racionalismo. Por defender la razón estamos contra el racionalismo, que es materialista.

No es lo mismo la defensa de la libertad que el liberalismo. Por defender la libertad estamos contra el liberalismo, que no cree en el libre albedrío y nosotros sí. Ellos son deterministas. Nosotros defendemos con santo Tomás que el hombre es capaz de hacer el bien libremente, por decisión popia, por propia determinación. Que el hombre es capaz de obrar conforme a su naturaleza racional dada por Dios, conforme a la ley natural dada por el Dios, autor de la naturaleza humana, creador del hombre en el que ha impreso esa ley natural junto con su naturaleza racional. El liberalismo cree que todo lo que tenemos son tendencias que hay que seguir, no rechaza el pecado, no cree que exista el pecado, ni que la diferencia entre bien o mal, justo o injusto, sea anterior a lo que decida el hombre por consenso o por mayoría. Nosotros rechazamos la creencia de ellos de que la libertad es la toma de conciencia de la necesidad.

No es lo mismo la socialización que el socialismo. Ni lo social, ni la defensa de la sociedad, ni la afirmación de que el hombre es social por naturaleza, es lo mismo que el socialismo; al contrario, éste niega y destruye todo eso; y lo utiliza y manipula para conseguir el poder sus líderes. Nosotros sí, y ellos no, defendemos y creemos en la socialización, en lo social, en la defensa de la sociedad, en la afirmación de que el hombre es social por naturaleza, por eso estamos contra el socialismo.

Tampoco hay que buscar la salvación en propugnar una dictadura o una monarquía absoluta. Primero, porque ningún régimen político es salvador ni redentor, sino que debe ser redimido por la única Redención ganada para nosotros por Jesucristo en la cruz y dispensada por su Iglesia católica. La democracia según Spinoza, no según el Corazón de Jesús, es "el más absoluto de los sistemas". Pero no por eso dejaría de ser absurdo buscar la salvación donde no está, es decir, en un sistema político menos absoluto, pero absoluto. "Absoluto" quiere decir desligado de Dios y, por consiguiente, del hombre. Por otra parte, el interés extendido hoy a muchas personas por los asuntos políticos y por la participación en ellos eligiendo gobernantes, no será suprimido, cuando el pueblo esté capacitado generalizadamente para elegir según la virtud, como lo estará en la plenitud del reinado de Cristo. Es un interés legítimo, forma parte de la naturaleza humana y de los deberes incluidos en el cuarto mandamiento, y será saneado, como todo. El padre Orlandis, ya detectaba en 1945 la preparación para la participación política en el hábito del interés y del conocimiento de los asuntos políticos por el común de la población, como uno de los signos que incluía en la "Actualidad de la idea de Cristo Rey", y se puede ver ahí alguna correspondencia o congruencia con la calificación pontificia en 1995 como "signo de los tiempos" al consenso respecto a la democracia. Ya ha habido regímenes menos absolutos que la democracia absoluta, son los que han ido descristianizando al pueblo y ocasionando así los sucesivos avances de la revolución anticristiana, que no por eso los ha perdonado, aunque su caída siempre es contemplada lógicamente por el pueblo "con indiferencia y sin lástima".

No hay que darle más vueltas. De lo que se trata aquí y ahora es de trabajar en la cristianización generalizada y masiva. De trabajar aquí y ahora en la construcción de la nueva síntesis de fe y vida. En todos los ámbitos, en el personal de cada uno y en el social en todas sus facetas. Trabajar por conseguir unas leyes y una administración cristianas, un sistema educativo y una ciencia cristianos, una cultura y un arte cristianos, una economía y una política cristianas, un mundo del trabajo y de la diversión, del negocio y del ocio cristianos, que es la única manera de que sean humanos. Sólo así, formado en la moral, el pueblo participará según la virtud y los gobernantes elegidos gobernarán según la virtud. Se trata aquí y ahora de trabajar en esta nueva síntesis de fe y vida sabiendo con seguridad dos cosas: que el triunfo es seguro y que sólo será realizado con la gracia; con una efusión de gracia generalizada y masiva traída por Cristo, que, entre los escombros de la civilización progresivamente anticristiana y antihumana actual, reconstruya y restaure todas las cosas según su Corazón e implante así en su reinado la civilización del amor, la Cristiandad futura.

"Reunidos en familias, ciudades, pueblos, los seres humanos no viven y sufren en vano: el cristianismo les enseña que la historia no es un ciclo indiferente que se inicia continuamente, sino que encuentra un sentido en la alianza que Dios propone a los hombres a fin de convidarlos a aceptar libremente su reinado".
(San Juan Pablo II: Discurso a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa el 8.10.1988. L'Oss 6.11.1988).

"Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo"
(Benedicto XVI, 15.05.2006, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús, repitiendo las palabras de Juan Pablo II de 5.10.1986, Insegnamenti, vol. IX/2, 1986, p. 843)

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Política y ética

¿Pueden los políticos llevar los asuntos al margen de la ética?
Todos debemos obrar en todo según las normas morales objetivas, que es obrar conforme a nuestra naturaleza humana, obrar como personas. Lo inmoral es inhumano.
También en política rigen las normas de no robar, no matar, no mentir, no permitir la explotación económica ni la utilización sexual de las demás personas, etc.

Hay normas objetivas de moralidad y a ellas debemos atenernos todos en todo nuestro comportamiento para que sea conforme a la naturaleza racional que tenemos.
El propio acto de elegir gobernantes, como todo acto humano, para no ser inhumano, debe ser realizado según la ética.

¿Son los políticos los que tienen autoridad para dar o imponer normas morales cuando están en el poder?
Los políticos deben cumplir las normas éticas objetivas, no los elegimos para que manden lo que quieran con un poder absoluto (que quiere decir desligado de las normas objetivas de moralidad).
Y menos, para que se pongan ellos a dar normas de comportamiento diferentes de la moral racional, para que impongan sus normas inmorales diciendo encima que eso es lo "decente".

La sustitución del liberalismo que se imponía inicialmente mediante el terror jacobino o los pronunciamientos, las guerras civiles y el falseamiento de las elecciones, por los métodos "pacíficos" de la actual democracia liberal, y la renuncia al marxismo por los partidos socialistas occidentales, que consistió en cambiar la imposición totalitaria del socialismo por su implantación también mediante la democracia liberal es ejercer en realidad un poder mucho mayor que el de imponer la obediencia mediante la fuerza externa, porque es conseguir la adhesión mediante la interiorización. Conseguir que alguien obedezca o se someta voluntariamente es tenerlo más dominado que si lo hace por la fuerza. La seducción mediante el engaño, la manipulación, la demagogia o el sistema educativo adoctrinador son violaciones no menores, sino mayores de la libertad y de la dignidad humana. El tema de la coacción mediante la interiorización lo denuncia ya en la Dives in misericordia Juan Pablo II en 1980: "El hombre tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a disposición de la civilización actual, ocultan... la posibilidad de una subyugación «pacífica» de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos" (Dives in misericordia, 11).

¿Quién tiene autoridad para enseñar las normas morales con seguridad?
Aunque la moral se puede conocer por la luz natural de la razón, nuestro conocimiento humano de esas normas morales objetivas y racionales es falible, son las autoridades de la Iglesia, el Papa y el conjunto de los obispos, quienes tienen autoridad para enseñar las normas morales infaliblemente cuando la ejercen como tal, no cuando no la ejercen.

El Concilio Vaticano II enseña que forma parte de la misión de la Iglesia "declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana" (Dignitatis humanae, 14).

Las autoridades de la Iglesia, para cumplir la misión de la Iglesia, deben ejercer esa autoridad de enseñar las normas morales con seguridad a gobernantes y gobernados, no imponiéndoselas, sino proponiéndoselas con autoridad segura e infalible como ley de la naturaleza dada por el autor de la naturaleza, de quien procede esa misión que el Papa y los Obispos tienen irrenunciablemente.

No son los políticos los que pueden actuar como autoridades religiosas, ni siquiera morales, como en el Islam. O lo que sería lo mismo por el camino inverso, no son las autoridades eclesiásticas, las que como tales, deban ni puedan ponerse a gobernar los asuntos civiles. El Papa no es un Califa, sino que su autoridad es para declarar con seguridad e infalibilidad las normas morales, que deben ser dadas y aceptadas para regir también los asuntos políticos, precisamente para que nadie se ponga a hacer de Califa. Esta autoridad del Papa para declarar las normas morales es infalible cuando la ejerce con ese carácter, no cuando no la ejerce.
La religión cristiana, al igual que la religión que Moisés y los profetas difundieron en el pueblo de Israel, y a diferencia de la reducción de la religión a la política, que es una distorsión de la religión por parte de los que querían que el Mesías fuese un caudillo político, y de los que pretenden que el dirigente religioso sea un Califa, proclama el reino de Dios que consiste
en que el culto y el acatamiento a Dios sea proclamado no sólo con palabras, ni solamente sancionado con las leyes, sino también llevado a la práctica con sinceridad, y por consiguiente,
que, tanto a nivel personal como social, se acaten las normas morales recibidas de las autoridades de la Iglesia,
es decir, que los gobernantes y parlamentarios sean elegidos según la moral y que, en la legislación y gobierno, que en lo político les corresponde a ellos, acepten como normas de moralidad las que reciban de las autoridades de la Iglesia, a las que reconocen la autoridad para "declarar y confirmar" dichas normas morales;
al revés que en el Islamismo y que en las distorsiones judaizantes de la verdadera religión judía.

Tesis, hipótesis, esperanza

Esta es la situación de tesis católica.
Y es de razón natural, como enseña la Iglesia en uno de los documentos incluidos entre los que en 2002 declaraba vigentes:
"La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios..., impone la misma obligación a la sociedad civil...abrazar con el corazón y con las obras la religión" (León XIII, Inmortale Dei, n. 3).

En la situación de hipótesis, que es cuando muchos en la sociedad o no son católicos o no actúan como tales y el régimen político imperante no es católico, entonces la Iglesia reivindica libertad y que los católicos que actúen en política procuren que las leyes sean conforme a la moral natural tal como la enseña infaliblemente la Iglesia.

La contraposición entre tesis e hipótesis se supera mediante la esperanza segura que, según el Concilio Vaticano II, proclama la Iglesia de que todos los pueblos en el futuro proclamarán su fe en Dios y actuarán coherentemente acatando su reinado de modo efectivo:

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 4).

Tampoco se conoce la duración de ese día o de la época que se inaugura ese día.

Pero sí que esto es proclamar con toda seguridad la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro.

Esta confesionalidad de todos los pueblos y de su organización política autonómica, nacional y mundial excluye taxativamente cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política.

Esta confesionalidad excluye también taxativamente la intolerancia religiosa. Todo lo contrario: por ser una virtud la tolerancia, aunque es posible practicarla con las fuerzas humanas, que lo sea de hecho siempre y generalizadamente por todos los pueblos y sus autoridades sólo es posible con los medios que aporta la Iglesia, y la aceptación de estos medios, en particular la autoridad de la Iglesia en materias morales como infalible, es lo que define a los estados confesionales. Y la tolerancia no excluye sólo la coacción física.
La sustitución del liberalismo que se imponía inicialmente mediante el terror jacobino o los pronunciamientos, las guerras civiles y el falseamiento de las elecciones, por los métodos "pacíficos" de la actual democracia liberal, y la renuncia al marxismo por los partidos socialistas occidentales, que consistió en cambiar la imposición totalitaria del socialismo por su implantación también mediante la democracia liberal es ejercer en realidad un poder mucho mayor que el de imponer la obediencia mediante la fuerza externa, porque es conseguir la adhesión mediante la interiorización. Conseguir que alguien obedezca o se someta voluntariamente es tenerlo más dominado que si lo hace por la fuerza. La seducción mediante el engaño, la manipulación, la demagogia o el sistema educativo adoctrinador son violaciones no menores, sino mayores de la libertad y de la dignidad humana. El tema de la coacción mediante la interiorización lo denuncia ya en la Dives in misericordia Juan Pablo II en 1980: "El hombre tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a disposición de la civilización actual, ocultan... la posibilidad de una subyugación «pacífica» de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos" (Dives in misericordia, 11).

La clave está en que la libertad está unida la verdad y al bien, a obrar conforme a la naturaleza humana. Conseguir que otro actúe en discordancia con la ley natural, con lo que es un comportamiento humano, es violar su dignidad, y si se consigue mediante la seducción o el sistema educativo es mayor violación de la libertad y de la dignidad y es ejercer más poder que si se consigue mediante la fuerza de la coacción externa. Aunque suele funcionar un trinomio de miedo + simpatía + interés. A veces es un polinomio de miedo + simpatía + interés + ignorancia + chantaje...

Mientras que el objetivo de toda educación es que los hombres (varones y mujeres) y los pueblos obren bien y que sea voluntaria y libremente por su propio convencimiento, consciente y bien informado.

De lo que se trata es de "la coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II".

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